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Ricardo del Carmen

África reloaded

[Reseña del libro La herencia colonial y otras maldiciones, de Jon Lee Anderson]

No recuerdo muy bien cómo llegó La herencia colonial y otras maldiciones a mis manos, pero seguramente debí comprarlo en alguna oferta porque casi siempre compró libros como estos en oferta; sin embargo, me siento satisfecho de haberlo comprado. Este libro fue una puerta hacia África, una aproximación a la violencia de algunos estados modernos a través la crónica periodística. Jon Lee Anderson construye perfiles políticos desde su intimidad, y sus resultados; desde los riesgos que representa la alta concentración del poder, la lucha enfermiza del poder por el poder y el dinero.

El camino ya lo sabemos: ideas de cambio, de una nueva sociedad, altas tasas de aprobación política, perpetuidad del líder o de su partido en el poder, desmantelamiento institucional hasta que las instituciones que sirven de contrapeso se pliegan a sus caprichos. (En general, todas las instituciones responden al poder en turno y su respuesta está determinada por los alcances y limitaciones establecidas en el diseño organizacional). En este preciso momento de la vida política nacional de nuestro país, este libro se vuelve una lectura oportuna en medio de la discusión de las reformas al poder judicial que están por comenzar. O de los riesgos que representa la concentración de la seguridad en una institución única con mayor presupuesto que cualquier otra institución del Estado.

Pero esa es mi contextualización, el libro es más concreto. Es un recorrido sobre los liderazgos y el estado de las cosas en países como Angola, Santo Tomé, Liberia, Zimbabue, Somalia, Guinea, Libia y Sudán; países que tienen en común su herencia colonial, "ya fueran franceses, italianos, ingleses o portugueses sus dueños en el pasado, su anterior sometimiento por un poder colonial europeo es su patrimonio común". Su presente, definido por la construcción de una identidad nacional ha sido cruento y para muchos no ha terminado, como en el caso de Sudán del Sur, país que logró su independencia en el 2011, convirtiéndose así en el estado más joven del mundo.

Este libro dibuja a personajes variopintos como Charles Taylor, en Liberia; José Eduardo dos Santos, en Angola; Fradique de Menezes, en Santo Tomé y Príncipe; Ellen Johnson Sirleaf, la primera mujer líder elegida democráticamente en África (presidenta de Liberia después de Taylor); Robert Magube, en Zimbabue; Sheij Sharif Sheij Ahmed, presidente de Somalia; Moussa Dadis Cámara, de Guinea; el excéntrico Muammar Gadafi, presidente de Libia, el Rey de África y, situaciones que ponen al borde nuestra humanidad, como la dolorosa guerra entre Sudán del Sur y Sudán del Norte, el conflicto civil más prolongado de los tiempos modernos.

Países ricos en recursos naturales, en petróleo, minerales. Países que albergan a algunas de las ciudades más caras del planeta, como Luanda, en Angola, mientras millones de angoleños siguen siendo desesperadamente pobres. Países construidos sobre las cenizas de sus ciudadanos, bañados en la sangre de sus hijas e hijos. Líderes aferrados a la brujería, a las masacres como forma terror, a la negación de la realidad, el culto a la personalidad, a imponer sus excesos y sus reglas más allá de las fronteras de sus territorios por lo que representan sus recursos naturales para las economías europeas o para Estados Unidos.

Aunque todos los capítulos son destacables, los dedicados a Libia y a Gadafi (¿Puede un ejército de chusma civil derrotar a un dictador? y Los últimos días de Muanmmar Gadafi) son excepcionales. El primero se desarrolla en los comienzos de la revolución libia, y se centra en Muhannad, hijo de un paramédico que ha venido desde Estados Unidos para ayudar a la población herida en la guerra. Muhannad llega al frente desde Trípoli y se une a la lucha armada en contra de Gadafi. El final de Muhannad se aproxima a lo mágico maravilloso, y transforma al relato en un texto conmovedor y entrañable. El segundo texto surge de la pregunta ¿cuándo hay que retirarse? Cuenta cómo, a pesar de todas las señales, Gadafi se aferró al poder hasta que la fuerza de la revolución era infranqueable. Este capítulo se centra en el ejercicio del poder de Gadafi, en sus excesos, su dinero, sus relaciones con Europa y con el mundo; si Gadafi llegó a tener tanto poder es porque fue alimentado por otros países y líderes de países democráticos con poder. Silvio Berlusconi le besó la mano. Gadafi le negó el saludo a Condoleezza Rice, Hillary Clinton los recibió en la Secretaría de Estado, montó su tienda en los terrenos de Donald Trump, la mostró las suela de su zapato a Tony Blair, una falta de respeto según su cultura; estuvo en la Asamblea General de las Naciones Unidas, lo tuvieron como su invitado, lo trataron como amigo, a pesar de que siempre hablaban de la violación sistemática de los derechos humanos en su gobierno, pero prefirieron que prevalecieran los intereses de las compañías norteamericanas. En su último día, huyendo de los combatientes, Gadafi salió despeinado y desconcertado de una tubería para pedir ayuda, en YouTube hay un vídeo sobre su muerte. Hasta el final, Gadafi creyó que era el presidente de Libia.

África es, como América Latina, tierra de contrastes, por un lado hay una riqueza inconmensurable en recursos naturales y, por otro, una pobreza rampante. La gran oportunidad de cambiar el estado de las cosas, y la constante decepción de caer en el mismo bache una y otra vez. La esperanza de la independencia, pero la intervención no poco frecuente de Estados Unidos o de Canadá en los lobbies políticos que reconfiguran no sólo la política exterior sino la política y la vida internas de otros países. Aquí, como allá, la historia común ha sido la herencia colonial de los países europeos —España, Portugal, Francia, Inglaterra— que una vez saqueados y abandonados, lucharon por construir una identidad nacional aún desdibujada, pero que se abraza a la esperanza de una vida mejor, a pesar de las desigualdades y la pobreza que nos acechan.

En la crónica, Jon Lee se desenvuelve con soltura —diría que como Kapuściński, pero no lo he leído con atención—, sus conexiones con el poder, su rol mediático lo vuelven atractivo para líderes que lo llaman para que escriba sus perfiles como cartas para Estados Unidos, y el mundo. Ha trabajado para el New York Times, Financial Times, The Guardian, El País, Harper’s Time, Le Monde, Diario Clarín, y es parte del personal del The New Yorker.  Su peculiar manera de construir perfiles le ha llevado a entrevistar a Fidel Castro, Gabriel García Márquez, Pinochet, Juan Carlos I de España, Saddam Hussein, Hugo Chávez, entre otros. La herencia colonial y otras maldiciones. Crónicas de África (293 páginas) se publicó en el año 2012 por la editorial Sexto Piso. ⚅

[Foto: Carlos Ortiz]

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