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4T: oposición y algoritmos

Alejandro Badillo

Uno de los saldos de la elección del 2 de junio y la posterior ascensión de Claudia Sheinbaum al poder fue la ola de incredulidad que recorrió a gran parte de la oposición. “¿Cómo es posible que los electores hayan respaldado al peor gobierno de la historia?” se preguntaron. Personajes vinculados a la oposición y a la campaña de Xóchitl Gálvez como Macario Schettino pronosticaban no sólo una competencia pareja sino un triunfo de la candidata opositora. ¿Qué fue entonces lo que pasó? Quizás la reacción más excéntrica —por llamarla de alguna manera— fue la de los colaboradores del canal en YouTube Atypical Te Ve. Uno de los más famosos, Pedro Ferriz de Con, escéptico ante el resultado, convocó a supuestos expertos en estadística y elecciones para demostrar, después de varios días de arduo trabajo, que los resultados de las elecciones habían sido al revés; es decir, que la victoria había sido de Gálvez y que de hecho, en esta suerte de universo alterno creado por los deseos de estos personajes, un algoritmo fue usado para intercambiar las cifras de los votos a favor de Gálvez por los de Sheinbaum, y viceversa.

Más allá de lo risible de estos traspiés públicos, conviene detenerse en su análisis, pues evidencian, y muy bien, la disonancia cognitiva en la que pueden vivir muchas personas, en particular los usuarios de las redes sociales. Si la 4T creó un movimiento de masas a partir del contacto con la gente, en contraste, el hábitat favorito de la oposición, con organizaciones satélite incluidas, fue internet y en especial plataformas como X (antes Twitter) y YouTube. Meses antes de las elecciones, a pesar de las encuestas que indicaban una victoria del oficialismo por dos dígitos, los opositores sintieron que tenían el triunfo en la mano. Los tuits y retuits (orgánicos y producidos por granjas de bots) eran, para ellos, el termómetro que indicaba el sentir de todo el país.

La enseñanza de esta historia es que las redes no acercan a quienes piensan diferente sino a los que piensan igual. Uniforman las percepciones de lo que ocurre fuera de las pantallas. Los algoritmos ofrecen versiones cada vez más extremas de la verdad que preferimos. El opositor se refugia, de esta manera, en el espacio seguro de los que dicen aquellas cosas que quiere escuchar, por más fantasiosas que sean. Los algoritmos, además, funcionan a partir de la negatividad; es decir, lucran con el discurso de odio, pues éste genera más interacciones. La gente, a partir del diseño de las redes sociales, reacciona de forma visceral a aquellos contenidos que estimulan sus fobias y esto genera, a su vez, una dependencia aún mayor a la fuente que provee esos anzuelos para convertirlos en dinero. Por supuesto: en todos los bandos políticos del país se pueden encontrar comportamientos e ideas deleznables. Sin embargo, la oposición creyó que la demonización del gobierno en las redes sociales iba a trasladarse, mágicamente, a la realidad el día de la votación. Los grupos en Facebook y los famosos “Spaces” de X sirvieron para formar una mentalidad de rebaño que agredía a cualquier disidente que pusiera en duda la campaña de Xóchitl Gálvez.

Las redes sociales tienen como vocación la fragmentación. Por esta razón, la política que se intenta realizar por estos medios difícilmente supera la arenga. En todo caso sirven como chispa que puede encender la rebelión (son emblemáticos los casos de la famosa Primavera Árabe del 2010 y las protestas en Egipto del 2011), pero no prosperan sin una fuerte movilización social ni sin bases populares, como sí ocurrió en los ejemplos citados. De hecho, el objetivo de los algoritmos es desmovilizar a la sociedad para conducirla al ejercicio solipsista en el que el otro no existe o existe sólo como un enemigo caricaturizado. Así, por medio del scroll infinito, se dan por ganadas batallas y se moldea el exterior por medio de la retroalimentación de una multitud cada vez más homogénea y, por supuesto, predecible.

Así pues, sin acercarse a una mínima autocrítica, la oposición sigue atascada en su fallida interpretación de la realidad y culpando a fantasmas como la llamada “Elección de Estado”. Algunos influencers, como Max Kaiser —funcionario en el sexenio de Felipe Calderón—, usa sus redes sociales para decirles a sus seguidores que ellos siempre estuvieron en lo correcto. No deja de ser irónico que Kaiser afirme en sus videos que los desastrosos resultados del 2 de junio son producto de una masiva propaganda gubernamental que sometió a la población a un delirio colectivo. Su labor —inacabable, al parecer— es quitar la venda de los ojos al pueblo ignorante para que conozca la verdad que él y otros opositores han difundido desde el inicio del “obradorato”, como llama el influencer y exfuncionario al periodo presidencial de López Obrador. En el canto XII de la Odisea la diosa Circe les advierte a Ulises y a sus compañeros del peligroso canto de las sirenas. El seductor sonido puede llevarlos a la locura. Los algoritmos en las redes sociales son un canto igual de seductor y peligroso, como muestra la disonancia cognitiva de una oposición delirante y cada vez más lejos de la realidad. ⚅

[Foto: Carlos Ortiz]

 
 
 

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