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Carlos F. Ortiz

Alquimia, el universo musical de Omar Salinas

Actualizado: 18 abr 2022


El ADN es la molécula que contiene la información genética de todo ser vivo, ahí se guarda el registro de cada una de nuestras características. 99 por ciento de nuestro ADN es lo que nos hace iguales a todos los seres humanos, sólo 1 por ciento es el que se podría decir nos hace únicos. Somos una acumulación de información genética, cada uno de nosotros guarda información infinita; así nuestra cultura, nuestro pensamiento es un asunto de muchos años, siglos de información que nos va formando como sociedad o individuos. Cuando leemos un libro, vemos una película le estamos dando lectura a muchos otros libros, estamos viendo muchas otras películas, que están registradas por los autores de alguna manera en esa cadena genética de creación.

El arte es ante todo tradición, es parte de la experiencia social. El escritor español Eugenio d’Ors señalaba que “todo lo que no es tradición es plagio”. En este proceso el artista va configurando sus experiencias creativas, y así la reconstrucción, o reinterpretación de la tradición a nuevos conceptos que nos permiten ver de otra manera una idea, reproducir sonidos que antes ya habíamos escuchado, pero que se acomodan en tiempos, en secuencias, en momentos nuevos, en una búsqueda del artista que si bien pareciera que plagia, lo único que hace es hacer uso de elementos que estaban ahí, que fueron parte de su construcción artística.

Un rito donde se conjuga el pasado, el presente y el futuro, en la permanencia entre lo que fue, lo que es y lo posible.

Alquimia, segundo disco de Omar Salinas, hoy Omar Eblën, contiene una fuerte carga rítmica llena de una tradición musical muy vasta, el son, el rock progresivo, el reggae, la música electrónica, la música tradicional del Guerrero; el blues, el rap, el rock, en cada una de las seis canciones (que he escuchado), es un viaje interior, un adentrarse a un recuerdo, a una forma que se va construyendo a través de un universo particular.

La música —me dijo en una ocasión un amigo, el poeta Eduardo Añorve—, es una cápsula de memoria cuando me puso una canción de Paulina Rubio, que lo hacía recordar a la Amarillita. Una canción nos remonta a un recuerdo, está integrado a la construcción de algo, de una evocación, de una experiencia.

Cada que escuchó la voz de Omar viajo en el tiempo y recuerdo aquellas tardes en la calle Zapata sentados afuera del Tadeco; a los Hijos de Cheli, a Muriel Salinas, el Sax, el Chepo, y a Omar tocando sus rolas, canciones propias, en Chilpancingo, una ciudad donde lo que manda es el cover de viejas canciones en una noche arriba de la caribe roja de Javier Monroy junto con Cheli Díaz, Muriel y Omar Salinas, recorriendo las escuelas de la UAG que estaban en paro; acompañando a los maestros; tomando un café y escuchando rolas de Gerardo Enciso, Jaime López, Silvio Rodríguez, y Arturo Meza. Omar con su voz rasposa, con esa manera tan suya de raspar, rasgar su lira, y esa entrega tan salvaje, tan mineral de dejarse llevar a un éxtasis cada vez que canta.

Hay algo dulce, algo que fluye en Alquimia, sobre todo en la canción Sonteka, una alegría repentina, un ritmo sabroso, que sabrosea, que tiene una construcción llena de alegría, una fuerza de regocijo, de esperanza, una pasión desbordante, que nos deja escuchar a un Omar lleno de luz, de sonidos diversos, de vitalidad.

La canción que le da nombre al álbum, Alquimia, tiene dentro de su cadena informática un registro de la formación musical de Omar: blues, rock, ahí están todas sus referencias, los pilares que sostienen de manera inquebrantable lo que le da forma a su proyecto musical. Los 70, los 80, los 90, eso que somos, que fuimos, que nos integra y que nos hace trascender. Cada que pongo Alquimia descubro ahí el núcleo, la base fundamental de todo el universo musical de Omar, ahí están Mabré, Niña kaikema Sonteka, Sobremanera, As de corazones negros, todo sintetizado en un pequeño espacio, un instante que es el Aleph poético y musical de Omar.

Cada noche está tomado de un poema de Ángel Carlos, del libro Muriendo de amor por esa perra, ya había trabajado antes con dos poemas de poetas guerrerenses, Jesús Bartolo y Carlos F. Ortiz, siempre buscando esa construcción genética que nos dé una identidad propia, como guerrerenses; como una pandilla celestial que transita este mundo, en este instante etéreo.

En Omar hay dos patrias creativas de una retoma el rock como una tradición musical, que va de Gerardo Enciso, Azul Violeta, y La Barranca; de la otra las experiencias humanas, sociales y poéticas, ahí en el centro conjuga las tradiciones para vitalizarlas, y confluir en un universo propio.

Amanecer es un rap, un blues, góspel, un canto lleno de esperanza, un eco de Real Catorce, Fito Paez, Baxter Dury, un reencuentro con nosotros después del encierro, después del miedo, del dolor que nos dejó la pandemia.

En nuestro ADN no puede faltar los ritmos latinos, el baile, la fiesta, la fiebre, el erotismo, la alegría de vivir, Sobremanera nos regala el gusto, a la celebración, el sabor, la sensualidad perpetúa del placer por puro gusto, entre los sirios bien amarte.

Omar Salinas o Eblën nos entrega seis canciones, que es un recuento de más de treinta años de estar tocando, escribiendo, componiendo rolas, construyendo una ciudad sonora. Omar estudio arquitectura y para él las líneas, las fugas, y las formas concretas del universo son su materia con las que va dando forma a su alrededor para trazar planos, proyectos arquitectónicos y canciones. Como lo ha mencionado el arquitecto suizo Le Corbusier “La música es tiempo y espacio, como la arquitectura. La música y la arquitectura dependen de la medida”.⚅

Aquí pueden ver el video Alquimia.

[Foto: Baja rock music]

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