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Asesinos tímidos

Sergio Téllez-Pon

“Los suicidas son asesinos tímidos”, recordé esa frase de Cesare Pavese a propósito del aparente suicidio del poeta Julio Trujillo (1969-2025). La cita Ricardo Piglia en su cuento Un pez en el hielo (incluido en La invasión, Anagrama, 2006), una historia que gira entorno a una amada y sus fantasmas que orillaron al poeta italiano a la muerte.


En ese cuento, Emilio Renzi se pone en los zapatos de Cesare Pavese, el uno desdoblado en el otro, en el poeta suicida que con apenas 42 años y un par de decepciones amorosas se toma varios somníferos y es encontrado muerto en el cuarto de un hotel.


Piglia en el alma de su alter ego va tras las últimas huellas de Pavese, llega hasta Turín para estar en el hotel donde el poeta se mató, mientras Renzi huye de su propia traición amorosa que se le aparece durante ese viaje exprés por las colinas piamontesas.


“Todo esto da asco”, escribió Pavese en su diario una semana antes de suicidarse. Enseguida: “Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más”. Y un día antes de esos apuntes había escrito:


“Los suicidas son homicidas tímidos. Masoquismo en vez de sadismo”.


Dice Piglia —que siempre mencionaba su diario y se publicó póstumamente—, que sólo alguien que lleva un diario puede entender el diario que llevan otros. Pero Piglia va más allá y no sólo entiende el diario de Pavese, sino que también desentraña el motivo de su suicidio: acabar con el fantasma de la amada que el enamorado ve por todas partes. Así lo explica Renzi:


Lo que se ha perdido es único y entonces el mundo se puebla de réplicas. Lo que falta se convierte en una repetición vacía. Por eso los amantes abandonados piensan en el suicidio. El único acto unívoco que puede terminar con la repetición. [...] Pensar siempre en lo mismo es ver todo igual.


Pensar siempre en lo mismo es justo lo que hacen los enamorados, sobre todo, pensar siempre en la amada, como desde hace mucho lo aclaró Roland Barthes. Por cobardes es que se matan, por no soportar la imagen repetitiva que les trastorna, es entonces cuando los suicidas dan el paso para convertirse en homicidas tímidos. Cometer el acto unívoco (“el gesto” que escribió Pavese) que terminará de tajo no con la amada, sino con la réplica multiplicada que el amante cree ver en todos lados, es decir, los fantasmas de la amada.


Manuel Acuña, quien se mató por Rosario de la Peña, es otro de esos poetas que, siguiendo a Pavese, se podrían clasificar como “asesinos tímidos”, que prefieren el masoquismo al sadismo por pusilánimes. Porque para matarse “se necesita humildad, no orgullo”, escribió Pavese en otra nota de su diario. Acuña y Pavese: poetas que les escriben a ellas y cuando ellas los han dejado por otro, explica Renzi, se termina el motivo de la escritura, por eso también acaban con sus vidas.


Dicen los que saben sobre la obra de Pavese que a esa misma amada se refiere en su verso más famoso: “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”. Los ojos de la amada… esos sí homicidas, asesinos a sangre fría.


Antes eran muy crueles con los suicidas: ¡no dejaban enterrarlos en el camposanto! (En inglés le llaman committing suicide porque, ¡oh, sacrilegio!, el suicida es culpable de su propio asesinato.) Hoy, más piadosos, les tenemos compasión.


P.S. Con todo lo anterior, no aseguro ni aventuro que Julio Trujillo se haya matado por una amada; sólo que su aparente suicidio detonó la frase de Pavese y las subsiguientes notas. ⚅

[Foto: Carlos Ortiz]

 
 
 

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