“El ángel me dijo: Tu fantasía se ha impuesto a mí; esto debería ruborizarte”.
William Blake
En Acapulco la fiesta nocturna es una categoría ontológica. ¿Rechazaría usted la posibilidad de vivir en éxtasis perenne? Desde la Pandilla de Hollywood hasta las generaciones de muchachitos que terminaban nadando en la lluvia de espuma de la Disco Beach, adheridos a los cuerpos de las güeras spring breakers. Gerardo Ramírez, alias el Gerry, night lifer profesional, party boy de altos vuelos ahora en retirada, es alguien que puede hablar con autoridad del alto precio de tomar la vida “hasta no verte, Jesús mío”.
Si yo pudiera ponerle rewind al casette…
Si en lugar de zamparme cinco Babys Mango, más cinco shots de tequila, whiskyes, y hacer un revoltijo en una noche, y luego andar queriendo otras cosas por la nariz… (Hace una elipsis.) Al final todo es el balance; pero el balance nadie lo tiene. Muchos tenemos que volarnos la cabeza para entender que el balance es la vida. Es alto el precio, man. Me deprimí, me quise ahorcar. Está cabrón. Al rato no puedes ni chingarte un chocolate envinado porque luego ya quieres todo. Al menos he conservado el límite de no llegar hasta la doble A. Tiene sus consecuencias nacer en cierto tipo de ambiente: te vuelves autodestructivo. Si uno pudiera echar un clavado profundo a los pensamientos y analizar por qué nos gusta ir suicidándonos lentamente, sería un panorama muy triste. ¿Me entiendes?
La jeringuilla se llena de sangre. Eres un chico muy guapo y eso es lo único que importa.
Bret Easton Ellis
Imagínate, parties en las que te reciben con una cajita de cincuenta toques, las M&M, la charolita de polvorón. Pasabas al baño y te encontrabas con alguna artistilla. Comencé bien chavito, desde los quince años, trabajaba como gio en el Hotel Majestic, el primer hotel de concepto all inclusive, nuestro deber era divertir a todas las chavitas, con barra libre todo el día, haciendo la pool party, con alcohol de batalla. Fui todo un personaje, estaba bien morrito y ya conducía los concursos del News a reventar de gente, ante casi mil personas, me tenía que meter como seis o siete tequilas antes de entrar a la pista: “¡Good evening every body to our famous bikini contest!” ¡Claro! Era capitán de estación y andaba con el clásico trapito, el caballo (una servilleta de tela que te avientas al hombro), con mi radio colgado, sintiendo la vibra de la noche, pasando nenas gratis, atendiéndolas, cotorreando con la gente. Me volteaban a ver chavas que hoy no me tirarían un pedo, y que tómate una copita, esto y lo otro. Se vive mucha adrenalina, man. Te pasan muchas cosas extraordinarias. Un día mi padre me dijo: “Si vas a ser un burro vago, sé burro vago internacional”. Y como varita mágica sus palabras, al tiempo me fui a trabajar con la familia Funtaner, los dueños del agua Bonafont. A los veinticinco años ya viajaba con gente como Salinas de Gortari, los hijos de Slim, mientras recorrían Europa. (Pausa para prender un toque.)
¿Cómo describes la fuerza de atracción del exceso?
Netamente personal. Uno solito va dejándose llevar. Te vuelves muy inestable, empiezas a reaccionar poco consciente: go whit the flow. Aunque ya no salgo de noche, creo que sigo viviendo ese rush de la vida nocturna, el instinto de excitarse y salir a echar fiesta. Imagínate esto, vivo solo, en un departamento a tres pasos de la avenida Costera. Nomás siento soplar el vientecito de la noche y ayayay, siento el power.
¿O sea que cada fin de semana te avientas una luchita interior por controlarte y no lanzarte a la fiesta?
Completamente. Como dicen los alcohólicos anónimos, “sólo por hoy”. Me fumo mínimo diez cigarros diarios para la ansiedad. Es una lucha interior, por supuesto. Sólo me salva el ejercicio, brother, y comer bien todos los días. Trato de matar la angustia con puro cardio, nada de pesas.
¿Es algo para siempre?
Yo creo que sí. Por lo menos vas superando ciertas dimensiones tristes. La primera es resentir que te pierdes todas las fiestas, y uno en verdad se siente mal. Es un gran paso para mí el ya no arrepentirme de faltar a la fiesta. Trato de llevar el ritmo de mis amigos casados y con hijos, que es más relajado.
¿Te asomaste al precipicio de la vida nocturna?
¿Yo? Claro. Tuve varios momentos en los que dije “hasta aquí”. Pero diciendo y saliendo a cotorrear otra vez. En Acapulco desde el miércoles hay reventón. Yo digo que si te gusta el reventón, aguas, uno por quedar bien con la gente cede a demasiadas cosas, luego conoces gente que te emociona; pero al final de cuentas no hay como llegar bien a casita.
Ya quisiera que todavía me diera esa felicidad loca de las noches de disco, pero ya me da hueva, también miedito, es cierto, ya me da miedo la noche, porque habemos personas nacidas con el imán para la fiesta. Vivir de noche se vuelve una vida al revés, a las cinco de la tarde yo estaba durmiendo, mientras todos en sus actividades normales. Uno se vuelve neurótico. La vida nocturna es un derroche de energía, el tratar con gente alcoholizada, con chamacos prepotentes que quieren a huevo que les pongan su canción. En la noche te cuida Dios, porque sucede cualquier cosa.
Energía, delicia eterna, sustancia humana.
No sé si es bueno o malo, pero la vida para mí siempre ha sido una fiesta. ¿Por qué? Porque tengo sangre costeña y actoral (risas), mi familia ha sido artística, mi papá fue el payaso Cepillín (muchas risas). Ahora es otra cosa, los discotequeros quieren largarse a dormir, ya no es el mismo mood. Hoy en día es como la resaca de la gran fiesta que fue Acapulco. Eso sí, el que nace acapulqueño es un host por naturaleza, siempre andamos consiguiéndole cosas a los compas que vienen de afuera, que si una habitación, unas amiguitas, un toquecito, ya sabes, lo que se ofrezca.⚅
[Foto: Carlos Ortiz]
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