Hablar del extinto Distrito Federal en la literatura es hablar de Carlos Fuentes, Carlos Monsiváis, Luis Zapata, José Agustín, Parménides García Saldaña, Gustavo Sainz, Elena Garro, Ana Clavel, Ana García Bergua, Anamari Gomís, por mencionar algunas y algunos y quienes hicieron de la ciudad un personaje más con visiones distintas. Sin embargo, también es necesario hablar de aquellos autores que jamás volvieron a pisar “el ombligo de la luna” y que dejaron una gran huella en el corazón de los lectores. Me refiero a Roberto Bolaño (1953-2003), quien este año cumpliría 70 años y cumple 20 de muerto. Hay quienes dicen que era un mal autor, pero vende. Dicen que no sabía nada de ciencia ficción, pero vende. Dicen que no era el gran poeta, pero vende. Dicen que no tenía nada de originalidad, pero vende. Bolaño = éxito de ventas. Simple, aunque para sus críticos está sobrevalorado. Lo curioso de todo ello es que esos críticos no pasan del aparador, no trascienden fronteras, no llegan ni a la tercera reimpresión y no influyen en nada. Oquei, sólo no hay que olvidar que la obra de Bolaño es autobiográfica y eso, como lo mencioné en otro texto, la vuelve más estudiada y traducida a distintos idiomas. Pero quiero centrarme en una sólo obra y me refiero a Los detectives salvajes, donde el viejo Distrito Federal es un cómplice más de las aventuras de los jóvenes poetas que navegan sin rumbo fijo y que les fascina recorrer cada uno de sus rincones. Hay fiestas, talleres literarios, restaurantes, cafeterías, parques, etcétera. Lugares muy comunes y estratégicos de la ciudad que perviven en la memoria. Las peripecias del joven Juan García Madero, junto al grupo de los real visceralistas, me recuerdan a los recorridos (poéticos) que describe el estudiante de medicina Ernesto Guevara de la Serna sobre Latinoamérica en su diario. Y sin duda me emocionan. Excepto que en lugar de subirme a una motocicleta con Alberto Granados es andar a pie con Ulises Lima y Arturo Belano. Roberto Bolaño, desde el mar Mediterráneo, logró lo que pocos autores mexicanos llevan a cabo: jamar olvidarse de los lugares de nuestra infancia y adolescencia y donde alguna vez fuimos felices; de enamorarnos de nuestros nidos. Si bien es cierto es el libro de la gran aventura, también es la evocación melancólica a nuestros años maravillosos, a lo que nos impactó de por vida. Hace tiempo, cuando era adolescente, leí algo interesante en la Biblia: “En el principio era el Verbo”, según san Juan. Al principio no lo entendí. Ahora, siendo adulto, creo entenderlo todo. Y el verbo que más habita en mi corazón y en la punta de la lengua es viajar. Tener un punto de partida pero no un punto final. Viajar a cualquier rincón de la ciudad en la que te encuentres es una aventura extraordinaria. Nunca sabes lo que te espera. Eso es lo hermoso de viajar: amar lo simple, dejarse sorprender. Porque las andanzas te cambian la vida y te despojan, por un momento, de los males que te aquejan: enfermedades, trabajo, desamores, escuela, etcétera. Vamos, mandar al demonio todo por tan sólo un día. Desde hace 16 años radico en la Ciudad de México y siempre suelo recorrer mis viejos rincones y viejas calles porque me ayudan a reflexionar y tener más claro mis ideas, además de que logro encontrar la paz que necesito después de un día muy apresurado. Es una actividad que no he dejado. Mi espíritu aventurero aún se mantiene firme y digno de dar el paso siguiente. Quizás por esa razón es que la gran mayoría de los jóvenes lectores de Roberto Bolaño aprecian su obra y se identifican con él. ¿Por qué? Porque es un libro a lo Odisea, a lo Rayuela, a lo Jack Kerouac. O bien, porque es el libro de la eterna juventud mexicana. Sí, la vida no tiene sentido en muchas ocasiones, es absurda, ya lo decía Albert Camus, y los personajes principales de Los detectives lo tienen muy en cuenta; por tanto, es la búsqueda de tu destino o el encuentro de uno mismo en cada sitio preferido, de recrear tu propia realidad. Le pese a quien le pese, este autor chileno-mexicano-latinoamericano es un grande y por ahora no existe quien lo desbanque de su trono literario. Y cuando digo grande me refiero a que rompió con lo establecido del momento, nos demostró que se pueden lograr hazañas titánicas si “la apuesta es a vida o muerte”. Tal vez puedo leerme exagerado al glorificar su figura pero hizo del Distrito Federal un encanto citadino, lo romantizó, aunque la megalópolis sea una vorágine debido a su tráfico, smog, baches, inundaciones, sismos, zonas marginadas, violencia etcétera. Para Bolaño en el Distrito Federal todo puede suceder menos la muerte. Y si alguien muere, no son ánimas en pena, sino en júbilo. Así que: “Déjenlo todo, nuevamente láncense a los caminos”. ⚅
[Foto: Carlos Ortiz]
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