Casi... casi soy... casi estoy seguro.
Casi... El “casi” siempre es la distancia. Una distancia imposible de recorrer. El infinito. El espacio vacío entre un ser y desear ser. Un deseo casi cumplido es un deseo incumplido. Una necesidad quemante, un amor reptante, simulando movimiento, pero siempre estático. Congelado. Ser congelado. El casi es la distancia. Ese espacio-tiempo irreconocible. El casi es la oscitancia.
Casi soy la bestia remolcadora de bajos instintos. Casi toco una nalga ajena en el metro.
Casi.
Casi me inyecto vodka por la aorta, a ver si se me desinfecta el corazón. Para saber si me emborracho de plano, si vuelo sobre los sopranos del vagón.
Casi le meto el pie a un ciego, o le pateo la muleta a un cojo, o le grito “gorda asquerosa” a una gorda, o le susurro, muy bajo, al oído a una anciana “muérase ya, ocupa un espacio valioso”.
Cuando miro a un niño chilapastroso acuclillado en una calle del Centro, junto a su madre estirando la mano, siento ganas de tomar vuelo, correr hacia él y patearlo con todas mis fuerzas, como si de anotar un gol de campo se tratara. Siempre se me aparece esa ilusión... y casi lo hago. Paso junto a la familia de menesterosos y me estremezco. Casi les escupo... casi.
Casi soy el desprecio de mi apariencia.
Miro mi reflejo especular y me muero de miedo ante el espectáculo. Se me antoja una nueva playera, una nueva chaqueta y casi las compro.
Me paseo por la alameda. Las gatitas de Sabines son cada vez más feas. Casi me lanzo sobre sus caras para desgarrarlas a madrazos y arrancarles “la flor del domingo”, luego vista ensartada en el pecho, chorreando sangre ínfima, sangre triste, sangre mugre manchando el feo suelo de “la alameda antigua”. Y dejarlas convertidas en casi “sobrevivientes de la semana”.
De hacerlo, casi sería un salvador, su salvador. El casi de la prostitución no podría ser realizado. El casi regreso a “la familia miserable” sería eliminado. Claro “el descanso del domingo, la posibilidad de un noviazgo, la ocasión del sueño” se ahogaría en el charco forjado, gota a gota, por su sangre. En mi ropa me llevaría unas-cuantas gotas, recuerdo sucio de mi posición omnipotente. “La amenaza de los platos sucios” sería conjurada por la punta de mis botas. Casi podría hacerlo...
Casi. Y casi me estremezco con mis fantasías sádicas. Casi me arremolino en el centro de mi corazón para consolarlo por ser mío. Otras veces casi me reprimo por ser tan cobarde, tan insignificante, tan falto de voluntad.
Siempre es un casi... ⚅
[Foto: Gonzalo Pérez]
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