En esta mano apuño al silencio, qué otra cosa puede contener la mano, sino el aire de su espíritu, el soplo de lo que alguna vez fue piel calentando el tacto de la epidermis, gruñido del deseo que se convirtió en erizado fulgor entre los dedos, calor y color que envinaron el ojo con el grosor del cuerpo alumbrado con la caricia y que ahora gime al abrir la mano por que ahí en el nido de las líneas del destino no existe el futuro y lo apuñado es eso, sólo eso, un pájaro que hace tiempo desapareció envuelto en su canto, como los besos de la espalda, como las vértebras de la lengua, como la saliva de cada incisión por donde la boca habitó la piel del otro, ahora espuma, sólo resabio de sal, de sed.
La mano gime, el puño se altera, la altanera vicisitud del recuerdo le ahorca los tarsos, le enmiela la torcedura en las muñecas, el silencio que es igual a la nada le hormiguea, le aprieta los nudillos, le enferma la sangre, enfermos los dedos suspiran como los viejos en la tarde cuando se ponen a rememorar mejores tiempos.
La mano, los dedos, el puño glosan sobre lo mismo, se ponen ebrios al musitar la textura de tus omoplatos, se le mellan las uñas al sentir el duro calcio de tu mordedura, magníficos dientes los tuyos, atroz lengua al cimbrarme el lóbulo, la tetilla, el cuello, el glande.
La humedad, el calor, la temperancia de la agitación al despertar al clítoris, dedos memoriosos, mano con diablura, puño que encierra el gemido, el canto del orgasmo que ahora sancocha las horas las arrugas de la mano.⚅
[Foto: Carlos Ortiz]
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