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Cuál será nuestra onda después de José Agustín

  • Hugo César Moreno Hernández
  • 22 ene 2024
  • 4 Min. de lectura



En nuestros tiempos de habitantes del ciberespacio, cuando muere un escritor, asumiendo que en el oficio caben todas las formas de aporrear las teclas, incluso habrá quienes todavía arrastren el lápiz o el cincel de tinta, apabulla la egomanía a manera de homenaje. El yo estuve, yo conocí, yo compartí, chupé, fumé, canté, bailé con aquel que se nos fue, aplasta a los pobrecitos como yo que no conocimos, cantamos, bailamos o estuvimos con el susodicho en alguna aldea de la poblada república de las letras, por más que exijamos ciudadanía en tan extremo lugar imaginario. Y bueno, claro que me bocabajeo en un acto de megalomanía más barato que subir una foto viejísima con el autor ya en el inframundo. Nomás lo digo para ponerme en mi lugar con el dramatismo necesario. Porque es cierto, no camino muy a menudo por esas calles de la FIL Guadalajara o recintos tan sagrados como ese y no tengo fotos con grandes autores, apenas con famélicos escritores de mi calibre .22 y entre la envidia en envarado supuesto de superioridad moral y la apatía que me provoca el time line de redes socio digitales, me caga cuando colegas y coleguitas cuentas fastuosas anécdotas impensadas con los autores que todavía pueden oler la tinta de sus esquelas mortuorias. Pero me han pedido un texto con aires de homenaje a José Agustín, autor que conocí con La Tumba y muchos años después tuve la oportunidad de conocer en persona cuando, también por invitación, fui parte de una mesa homenaje en un encuentro de jóvenes escritores. Todavía se me podía considerar joven. Recuerdo que José Agustín soltó carcajadas mientras escuchaba la lectura de mi texto. Me complació y me emocioné a grado tal de suponer cierta camaradería con el maestro, dicho esto sin mofa, pues me enseñó mucho a través de sus letras, sobre todo la capacidad expresiva de escribir sin rebuscamientos o rebuscarse al máximo con pulsión minera, buscando extraer de lo bajo, lo subterráneo, lo cotidiano, mi vida, tu vida, la de la vecina, lo concreto y exacto brillando ahí, justo ahí donde estás parado. Entonces, al terminar las lecturas, quise abordarlo para compartir, cómo no, experiencias entre colegas, pues, cómo no, ya me sentía objeto orbitando a su alrededor, como satélite o planeta, ya lo decidiría el maestro, claro que sí. Me acerqué y le dije, con cierta timidez, pero convencido de nuestra vecindad sistémica: Maestro, quiero darle mi libro. Tuvo la decencia de voltear y mirarme a través de sus gruesos lentes para después despacharme con un regaño, quizá bien prodigado: espérese, qué no ve que estoy hablando con el señor. Probablemente no fue personal, probablemente así calmaba las ansias de pendejitos buscando experiencias iniciáticas con el maestro. Cuánto pendejete se habrá acercado a él con la misma suficiencia, quién sabe, seguramente no fueron pocos. Quiero pensar que si algo he perdido con la edad, además de lo obvio, ha sido un gramo de estupidez, pero en ese momento todavía lo llevaba conmigo y me sentí afrentado, herido, casi al llanto y por rabia o vergüenza ya no me acerqué a José Agustín y clarito sentí cómo me mandaba a otra galaxia o, de plano, al más cercano de los hoyos negros o a la glorieta donde está (o estaba, no he regresado a Acapulco, donde fue el homenaje, desde esa fecha) la sirena gorda, ahí donde horas antes sucedió un tiroteo con su dotación de cadáveres, nomás para que aprendiera a ser más educado, dar su espacio y asumir mi lugar. Quiero pensar que lo he asumido y que, si puedo declarar mi calidad de escritor, como oficio y placer, mucho tiene que ver ese señor enojón de gruesos lentes tan cabrón y más considerado en las páginas escritas. Poniéndome en mi lugar, debo ser honesto con la relación que he mantenido con José Agustín, no he leído toda su obra, me falta muchísimo, nunca conseguí el tercer tomo de la tragicomedia mexicana, me he quedado a más de dos horas de sol para rozar, si quiera, un nivel aceptable de fan from hell, pero lo que leí de él, dicho bien en pasado, porque lo que leeré de él será con otro ánimo, fue puntal para suponer la apertura total a la hora de escribir. Aprendí a escribir porque me gustaba leer y, sobre todo, porque muchas de las lecturas hechas en la juventud, me resultaban ajenas, sin muchos referentes. Regreso a La tumba constantemente, no a releerla, sino a visitar los pasajes tatuados en mi memoria desde hace más de treinta años, recuerdo la acusación de plagio, recuerdo el vacío del final y trato de imaginar a un José Agustín de diecisiete años escribiendo una novela con la cual llenar los vacíos referenciales que le habían dejado las lecturas previas. Me da risa imaginar a Margo Glantz definiendo lo incomprensible como literatura de la onda, me da risa y placer porque entonces las referencias ajenas las padecía la alta alcurnia de la república de las letras. Me cago de risa con la imagen de Glantz preguntándose ¿cuál es la onda? Porque esa no era su onda, era hora de él, de Parménides García Saldaña, de Gustavo Sáinz. Jugando por la otra banda, me pregunto por el término despectivo que utilizarían lo rancios literatos contemporáneos para definir la literatura de quien tome sin vergüenza ni asco sus referentes culturales: el reguetón, el corrido tumbado o un perreo bien puerco y sea fan del Morbo King. Basura, punk, porno, sátira sin medida ni contento, parodia de literatura. El rock, fundamental en la obra de José Agustín, no es ya el soundtrack de las juventudes contemporáneas. Las luchas ya no están en lo común, por la democracia y contra el PRI y las altas esferas de la república de las letras, incapaces de dialogar con los nuevos creadores culturales que usan TikTok, Instagram, YouTube, Kwai o hasta Facebook para redactar sus referencias y producir sus mundos. Las luchas, ni modo, son más autorreferenciales y el cuerpo, ya no tanto la calle, es la arena en disputa. Desde ahí, creo, se escribirá la nueva literatura, quizá ya no en libro, pero se hará. José Agustín, sin duda, a través de su producción cultural, que va del periodismo a la literatura, del cine al teatro, será referente tanto cotidiano como de calidad académica. ⚅

[Foto: Carlos Ortiz]

 
 
 

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