Curso acelerado de inteligencia básica II
- Efraim Medina Reyes
- 31 jul 2023
- 4 Min. de lectura

XXXI
Si insisto en el buen juicio, en el criterio y la visión periférica es porque son elementos esenciales de la libertad y la armonía. ¿Y qué otra cosa es la libertad sino la posibilidad de elegir? Cuando hablo de buen juicio me refiero a ser dueños de nuestra entidad y ser capaces de tomar decisiones y sin criterio esto es imposible. Día a día las personas van a la deriva en la corriente del Sistema. Viven, comen, se visten, aman y sueñan imitando, como papagayos dementes, lo que el Sistema les impone. Y es dicho Sistema quien elige por ellos (desde los calzoncillos hasta las toallas sanitarias y el amor de sus vidas). Creen a tal punto en esa supuesta Realidad que no conciben alternativas. Y en esa serie de actos mecánicos, que insisten en llamar vida, las personas giran y giran hasta desaparecer. Nada, absolutamente nada de lo que hacen, corresponde a su sano juicio, nada obedece a un criterio, a una búsqueda íntima y personal, a una aventura del pensamiento. No, son imitación, retazos de ideas vetustas e inoculadas en nombre de una educación que no es tal, que es información sin alma. Ese tipo de realidad hecha de deporte, música de moda, películas que repiten el mismo guión, citas baldías y blandos propósitos, no es más que una farsa para vender cepillos de dientes eléctricos y vacaciones de plástico. Y solo es posible ver dentro y fuera de ti desmontando el artificio, algo que requiere una serena voluntad, meditación y un retorno al instante conceptual en que las estrellas era parte de nuestro diálogo con la naturaleza del Universo. Y no digo esto en un sentido místico, no solo, me refiero a casi 5 mil millones de años atrás, al instante en que se formó el que sería nuestro hogar y el de millones de otras criaturas. Durante millones de años, en el ruido sideral, un número indeterminado de sustancias y elementos inorgánicos confluyeron en una ardiente promiscuidad... Quizá, como la vida, podamos iniciar a crear nuestro juicio de preguntas esenciales y no de todo ese bagazo que consumimos día a día sin pudor alguno. Piensen que incluso un organismo unicelular tiene una existencia más emocionante que las suyas, más libre y trascendente en relación con su entorno. Quizá sea hora de despertar. ¿No?
XVII
Así que al final de cuentas soy un poco de todo y mucho de nada, como las virutas que caen al piso al tallar la madera. No tuve padre ni maestro, no tuve más religión que las calles polvorientas del barrio. La gente parloteaba día y noche, pero nada apreciable salía de sus bocas. Lo que aprendí es que damos por sentado que nosotros somos ya nosotros sin habernos preparado para serlo. Tenemos una fe ciega en nuestro propio ente, una fe ciega en nuestros huesos, rasgos y pensamientos. Pensamos ser una estructura íntima e individual y de ese modo ingenuo y descriteriado nos relacionamos con lo que percibimos fuera de nosotros, el entorno y sus complejos elementos. Y de ese modo construimos la gran mentira de nuestra identidad. La mayoría, casi todos en realidad, son arrastrados por el desagüe sin llegar jamás a dudar de su propia existencia. La mayoría, una fila infinita, empuja hasta podrirse, sin pudor alguno, su carrito bajo las luces de neón del atroz supermercado llamado Realidad. No es fácil aceptar que somos humo e intentar, desde cero, empezar a ser un rasgo en la perpetua oscuridad de quien se atreve a abrir los ojos. No es fácil renunciar al referente y desmontar el artificio que somos y hemos sido.
VIII
Las criaturas bellas, por definición, suelen ser gentiles y las feas hurañas (imaginen, por ejemplo, un pájaro multicolor y un feroz cocodrilo), pero nada nace bello o feo y nada es bello o feo, la belleza y la fealdad son solo un modo de percibir el mundo y convertirlo en lo que nos han hecho creer que somos. Así cada cual proyecta su propio y unidimensional juicio sobre sí mismo (lo que cree ser) y así lo que percibe del exterior (lo que cree ver) sigue estando empañado por ese juicio (el suyo, el de cada cual). Un niño en su etapa conceptual, sus primeros años, no se siente bello o feo ni masculino o femenino y no percibe nada bello o feo, etcétera... Son quienes lo rodean, los adultos que han jurado amarlo y protegerlo quienes dividen el mundo (y lo dividen a él) en bello y/o feo y todas las tonterías que de esto se derivan como la existencia del bien y el mal, lo fuerte y lo débil, lo inofensivo y lo peligroso y así mutilan su crecimiento y lo llenan de terrores infundados y prejuicios empacados al vacío (Y así lo que llamamos nuestro juicio son los detritus que nos inculcan). ¿Cómo pueden llamar a eso educación? La única educación posible sería dejarle crecer como crecen las ramas en un árbol o el silencio en la quietud de un paisaje.
VII
Nuestra gran debilidad y el motivo fundamental de nuestras frustraciones, iras y sentimientos violentos derivan de las ambiciones que vamos acumulando y que atesoramos como si fueran la chispa que desencadena nuestra energía y define nuestra personalidad. Y aceptamos estas ambiciones como algo natural y una expresión y extensión de lo que somos y podemos ser. Pero basta reflexionar un poco y dar un paseo a nuestra infancia para entender que no es así, que no nacimos ambicionando bienes materiales, éxito social, medallas y distinciones. No, éramos sencillas y dulces criaturas plenas de curiosidad y poder conceptual para saber que ya teníamos todo lo posible al razonar en lo poco que necesitamos para vivir y todo lo imposible al ejercitar nuestra fantasía e imaginación. Esa ambición desmedida y que es insaciable porque al entrar en su absurdo juego ningún bien material será suficiente y tras un éxito querremos y nos exigirán uno mayor y más y más halagos, premios y metas por cumplir. Esa ambición solo aumentará nuestro apetito porque no hay sustancia en ella, es solo una ilusión que nos inoculan para esclavizarnos al consumo sin criterio y llenarnos de ansias y perenne insomnio, exactamente lo contrario de vivir con lo necesario y soñar ya que el sueño es el antídoto que diluye el ansia. ⚅
[Foto: Carlos Ortiz]
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