
El estudio de, quizá, la materia más protopática de todas, la mierda, es en primer grado un acto de provocación. Florian Werner (Berlín, 1971) revierte desde el inicio de su libro toda concepción deifica del ser humano: “La mierda es indispensable para nuestra autognosis como personas”. En segundo grado, representa, debido a la hermenéutica aplicada por el autor, una reivindicación del producto metabólico que excretamos como condición para seguir vivos.
Florian, doctor en Literatura, expone con recursos referenciales omniscientes (religión, cine, video, música, medicina, pintura, ética, filosofía y, por supuesto, las letras) la importancia medular de la mierda para nosotros como individuos (cuestión física) y como sociedad (civilidad, cultura, modernidad). Sin embargo, se encarga principalmente de descomponer la relación arquetípica, ambigua, que se establece alrededor de la Dunkle Materie (materia oscura): “La mierda es una condición básica de la vida, pero al mismo tiempo está considerada una sustancia sucia o incluso mortal. Representa el prototipo de la pérdida de valores pero, según las creencias alquimistas, puede transformarse en oro”.
Para Werner es importante signar la historicidad de dicho vínculo dicotómico, que comenzó en el siglo VI en la Europa central con el aumento notorio de los “límites del pudor”, para establecer el principio de la pérdida de la relación neutral con la mierda: se emitieron decretos para prohibir que la gente defecara en espacios públicos, frente a otras personas o en lugares no prescritos. No obstante, hasta la Edad Moderna “las excrecencias humanas se convierten en tabú y reciben una carga de vergüenza”; se estigmatiza, entonces, a la mierda como la materia impura y comienza nuestra relación farisaica con ella.
El establecimiento del excremento como oprobio trae consigo que la materia “oscura y misteriosa, omnipresente y al mismo tiempo invisible” adquiera una naturaleza iconoclasta propia, de irreverencia y deconstructiva del mecanismo represor de la civilización del mundo moderno occidental. Y esta simbólica cualidad demoledora de la mierda es la que Florian indaga en la esencia de las disciplinas humanas más importantes, como lo son la antropología (en la excretación muere algo de nosotros y lo enterramos: “Nos recuerda nuestra mortalidad, límites y finitud”), el psicoanálisis (el significado sagrado y bendito pero a la vez prohibido e impuro del tabú), la religión (“la mierda no sólo simboliza nuestra mortalidad, sino también la condenación misma, la mácula de la existencia, del pecado original), el arte (“el artista excremental tematiza el tabú, y el arte excrementicio siempre une lo alto con lo bajo, lo sagrado con lo profano, lo abstracto con lo concreto).
La materia oscura. Historia cultural de la mierda (Tusquets, 2013) es, entonces, un discurso entrópico cuyo cometido ulterior es la reconciliación de las antípodas del ser humano: cabeza (razón) y órganos sexuales (ano); o según la cosmogonía cristiana: cielo, el primero, e infierno, el segundo. Se erige, también, como una propuesta para considerar a la excreción suprema como una “enciclopedia universal” no sólo para saber “el estado actual de salud de su progenitor”, coproscopía, sino también su destino en toda actividad física e intelectual, copromancia, pues como Florian Werner sentencia categóricamente: “La mierda tiene la última y sucia palabra”.⚅
[Foto: Carlos Ortiz]
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