Muerte. Muerte. Muerte. Es una palabra que para estas fechas se transforma en flores de cempazúchitl, carros alegóricos en los que viajan la “huesuda”, ajolotes, magueyes. Caballos rojos, negros hacen correr del tiempo. Brinca un conejo en zancos. Se ven cráneos más grandes sobre cuerpos humanos vestidos con elegancia.
Sobre el Paseo de la Reforma, a la sombra de los árboles que proveían un clima agradable, se empezaron a mover las comparsas. La multitud flanqueba a los artistas comunitarios. Les aplaudían. Se esperaba con emoción a La Maldita Vecindad y Los Hijos del Quinto Patio.
El rojo espectro producido por un efecto a contraluz sobre el grupo de bailarinas y bailarines que moviendo sus orlas llenas de lunares blancos se hacía acompañar por La negrita Cucurumbé y por Él negrito Sandía.
Uno de los pioneros de los sonideros iba marcando el ritmo. Era nada más y nada menos que Sonido La Changa. Tepito, barrio bravo en acción. Medio Metro, un tiktoker famoso llevaba su característica gorra de El Chavo del Ocho. Ejecutaba una cumbia de barrio de la ciudad, hacía un brinquito y movía las manos como si en sus puños llevara una hebra de lana para hacer un madeja. Una morenaza dejaba ver su calavera blaquísima, de cartón, y por un costado iba bailando (tshiii, tshii, tshiii, tshi).
La Moon, una poeta, hace muchos años decía: “Tengo ganas de bailar cumbia. Pero de esas de brinquito”. (Tshiii,tshii, tshiii, tshi). Así suena la cumbia con las acostumbradas interrupciones que le dan cercanía a los habitantes de una colonia, que los amigan a través de un saludo al compadre, la licenciada, la de la fonda, de la funeraria... Una leve mención en público que reconoce el talento del vecindario, el que pasa desapercibido cotidianamente pero que existe, compra pan, limpia la calle, carga un pendón en el desfile, saca varias fotografías para las redes sociales de algún medio o institución, es un adulto maquillado como la muerte que baila, una niña catrina que baila como un querubín de barrio bravo. O ese que quizá hasta vive en la ilegalidad.
Pero es hora de bailar. Porque la Cumbia se respeta y de honra.
El desfile avanza, sus más de 50 comparsas alegran a los miles ¿millones? de espectadores. Pasan rodeando las glorietas de El Ángel de la Independencia, La Diana Cazadora, aquella que no tiene a Colón pero que se encuentra protegida por muros de metal. Desde esas murallas cientos de caras de niños, adultos, nacionales o centroamericanos, miran a la multitud. Dicen “Desaparecido”. “Quiero contale, mi hermano, un pedacito de la hitoria nuestra, caballero. Y dice así ... (Tururum tuturú tuturururúm...) En los años de 1600, cuando el tirano mató…”.
Ahora las mujeres también son Musas Sonideras para acuerparse, disfrutar de la música, del baile y de su libertad. “Un saludo, udo, udo... a Layla y hermanas que la acompañan”. ¡Que se escuche el eco!
Los danzantes con sus enormes penachos de plumajes espectaculares, sus tobillos rodeados de cascabeles llegan a la avenida Juárez, luego a Madero. Alrededor de las 6:00 de la tarde arriban al Zócalo de la Ciudad de México. Quetzalcóatl flota mostrando el jade de su plumaje. Las curanderas, los xoloitzcuentles van de un lado a otro; en los costados las personas detenidas por las vallas de metal los saludan con entusiasmo y admiración.
El Diablo anda suelto, se mueve con rabia, da vueltas sobre sí, sobrepasa los tres metros. Igual avanza, ya ha dejado atrás el memorial a los 72 migrantes de San Fernando, Los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, los niños del ABC. ¡Oh, y la Estela de luz!
Detrás vienen los tlachiqueros. Esos sí que dan felicidad. “Aguas de las verdes matas, tú me hieres, tú me matas, tú me haces andar a gatas”.
Entre brujos, guardianes del monte, nahuales, chamanes, tecuanes, alebrijes, la Cihuateteoh, ángeles fantasmas sobre bicicletas, el cocodrilo calavera, pachucos, dragas, catrines, esta tarde el ser humano en la Ciudad de México estuvo remando por un gozoso y colorido inframundo. ⚅
[Foto: Carlos Ortiz]
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