El sombrero de un saxofonista recibe algunas monedas, algunos billetes de dólar. La música da un toque de refinamiento a las fondas de La Condesa. En las calles se escuchan conversaciones en inglés, en francés, en alemán y en náhuatl, quizá en otomí, quizá en zapoteco.
El hombre que cobra los tacos de guisado y quienes los despachan están familiarizados con otros idiomas que no son el español para ofrecer con amabilidad los de torta de quelites, de sardina, los de nopales y varias exquisiteces más.
Los tacos y los antojitos mexicanos son probablemente la comida con precios accesibles para los albañiles, recolectores de basura, empleados de los bancos, meseros, oficinistas, para los que atienden las tiendas de productos sofisticados, es decir de los que día a día hacen circular la savia de esta colonia con sus parques España y México.
En los bares, los jóvenes en short y sandalias dejan ver unos dedos de los pies casi indefensos; ahí concurren los chongos que dejan escapar algunos mechones rubios. En la avenida Ámsterdam una mujer muestra su perfecta piel negra cubierta por apenas un short y un top deportivos y gafas de sol. Es una diosa. La Condesa es tan cosmopolita con sus peatones, autos, los sonidos de las melodías que ejecutan los músicos callejeros.
Cuando apenas se empezaba a fraccionar esta zona, en los años 20 del siglo pasado, el piloto Charles Lindbergh, que atravesó en solitario el océano Atlántico, hizo descender su nave en el Parque México. Debido a esa hazaña en medio de una colonia incipiente donde más tarde crecerían residencias con el estilo del art decó, se edificaría un foro, actualmente conocido con el nombre de este aviador norteamericano.
La monumental mujer que sostiene dos enorme cántaros vierte una agua eterna en ese teatro al aire libre donde las trabajadoras domésticas llevan a patinar a los chicos, donde las quinceañeras conseguirán la foto del recuerdo, donde las celebridades en pans pasean a sus perros, donde el aburrimiento también se apodera de quien no necesita trabajar.
O quizá es parte de la moda: mostrar un rostro abrumado por el tedio como en un especular que anuncia ropa, autos o accesorios de marca.
En esa zona se asientan tantos negocios que mueven al país. Ahí un indigente descansa su cuerpo en alguna de las calle llenas de fresnos, de jacarandas. Ve cómo caen las flores violetas que hacen flotar a la primavera. Ve que la enorme luna casi amarilla, después del 8 de marzo, ilumina a las mujeres andantes hacia la avenida Insurgentes para tomar el Metrobús de ocho pesos, que las llevará a una realidad tan diferente, donde los Sin techo ni ley se cubren con una cobija que el chavo de barrio les entregó con un: "¡Cáááámara, hermano, ahí te dejo una pa´ que te calieeentes!", "Jefa, ¿quiere una? Aquí tiene. Que Dios la bendiga".⚅
[Foto: Carlos Ortiz]
Este relato hace una descripción muy interesante de lo que la Colonia Condesa es y se ha convertido.
Mi abrazo, Carlos.