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Ángel Carlos Sánchez

El huevo de la poesía



Todas las cosas se mutan, nada perece: erra y de allí

para acá viene, de aquí para allá, y cualesquiera ocupa miembros

el espíritu, y de las fieras a los humanos cuerpos pasa,

y a las fieras el nuestro, y no se destruye en tiempo alguno,

y, como se acuña la fácil cera en nuevas figuras,

y no permanece como fuera ni la forma misma conserva,

pero aun así ella la misma es: que el alma así siempre la misma

es, pero que migra a variadas figuras, enseño.


Ovidio, Metamorfosis


...la restauración y la renovación son las transmutaciones de miembros que existen

de modo superfluo en el cuerpo...


Teofrasto, El libro de la renovación y de la restauración


Pero la poesía no quiso curarse, no aceptó remedio ni consuelo ante la melancolía irremediable del tiempo, ante la tragedia del amor inalcanzado, ante la muerte. Más leal tal vez en esto que la filosofía, no quiso aceptar consuelo alguno y escarbó, escarbó en el misterio. Su única cura estaba en la contemplación de la propia herida y, tal vez, en herirse más y más.


María Zambrano, Pensamiento y poesía en la vida española


Aunque Paracelso curándose en salud para no ser perseguido por la iglesia afirmaba que dios tenía más poder que el diablo y que se podía ejercer las transmutaciones alquímicas usando palabras en su presencia sin que ello implicara necesariamente una conjuración maligna, a la distancia de cinco siglos podemos opinar sin tanto temor como para autocensurarnos que la verdadera creación no es primordialmente asunto de dioses, por mucho que gran cantidad de poetas, políticos, filósofos y otros trabajadores o estudiosos del pensamiento hubiesen insistido e incluso persistan en adjudicarle un soplo de “divinidad” al acto creativo.

Entre muchos otros, Freud nos ayudó a comprender el modo en que convertir la imaginación o los sueños en discursos y estos, algunas veces, en acción es un proceso normal de los individuos. Las culturas han crecido incorporando lo emanado del caos que intenta equilibrarse dentro de la psique humana. Aunque es la misma María Zambrano quien nos recuerda que “En rigor, en los pueblos la cultura es algo que ha pasado solamente a unos pocos, quedando la gran masa al margen de estos sucesos que para nada le han afectado”. Al menos no originalmente. El impulso creador, pues, está destinado en sus inicios a generar una respuesta ciertamente limitada.

No por eso dejan los poetas, las poetas sobre todo en un contexto social que les es generalmente adverso, de intentar una mutación de su realidad que representa no únicamente un deseo egoísta de ejercer al menos virtualmente su carácter de “pequeño dios” al modo de la corriente impulsada por Huidobro, entre otras, sino que sirve quiérase o no para expresar al mismo tiempo la conformidad o la protesta contra el orden opresivo que prevalece en el entorno. Sobre todo de manera implícita e inconsciente, como ya algunos lingüistas han sugerido. Plantearse un discurso por razón no únicamente comunicativa sino con intenciones estéticas ofrece la oportunidad de ir más allá de las limitaciones impuestas por la retorcida situación hegemónica en que se está forzado a vivir.

Huevo moteado, el más reciente libro de la poeta Adriana Tafoya, toca estas cuestiones sin quedarse atrapado en ellas y logrando aportar una visión clara de lo que el fenómeno poético tiene como principal efecto pero que la mayoría de los creadores han tendido a obviar después de que las vanguardias de hace un siglo sugirieron y mostraron tanto en forma como en fondo: la transmutación de una realidad que al ser nombrada es influida por el lenguaje que la expresa. Una realidad que no es únicamente la idealidad aceptada o construida para encajar en un mundo que a pesar de sus obvias contradicciones es defendido por la mayoría como el mejor posible.

En cambio, desde la aclaración de su título Huevo moteado asume una intención que debiera definir a cualquier creador consumado o en ciernes: (transmutar los seres). Transformarlos y no sólo imitarlos del modo en que Aristóteles deduce en su Poética el origen de la poesía. Volverlos seres distintos, restaurados, o mejor dicho: renovados de modo que tengan la oportunidad de convertirse en expresiones más libres de sí mismos: “ratones que son moscas, insectos aperlados, / minúsculos canguros con nariz de espiritrompa…” todos seres pronunciados por una voz más ferviente que demiurga pero imbuidos de un ritmo existencial hecho de lenguaje que también se degusta por sí mismo. No en balde se deduce al leer la obra poética de la autora que ha escrito también para perturbar la en su mayor parte indolente y conforme vida intelectual oficialista.

En esta parte del multiverso que ahora sugieren como mundo algunos imaginantes de “avanzada”, la autora tiene muy claro que “pareciera que el sentido de vivir / fuera esperar la muerte” y no se conforma con la habitual inercia de quien vive huérfano de poesía. Todo lo contrario, pone atención y recuerda el modo en que la vida se transmuta darwinianamente en versiones adaptadas a su entorno: “El escualo, se gesta tres veces: / Se gesta en el huevo, se gesta en el útero, se gesta en la mar…” Llega también de ese modo a la articulación de una de las condiciones que hacen de esta realidad una tromba: “qué sabe este niño de la guerra, si nunca ha sido una muchacha”.

Creemos comprender desde Platón que la situación del ser condiciona el saber, pero esta relación pocas veces es expresada de forma tan explícita en una estructura básicamente estética para señalar la enorme e injusta desigualdad que sigue existiendo entre hombres y mujeres en casi todos los ámbitos de la vida social. “Porque no hemos querido salir / de lo que una vez inventamos: / Un cuento sobre días y noches”. Es por eso, a mi parecer, que la mayor parte de la obra que hoy nos convoca intenta destacar la idea de que es en la mente donde comienza a transmutarse verdaderamente la realidad, el ser: “Transformo el mundo dentro de un cráneo / con la misma delicadeza / que tienen mil años al moler / un todo en cenizas”. El proceso de resignificación de los lenguajes propios a la poesía y al arte, deberá transgredir también y acelerar una revisión del pensamiento que mantiene a la mayor parte de los seres humanos admirando un pasado bellamente ruinoso y desigual.

La transmutación de la que escribe Tafoya no es únicamente la de la condición del ser (femenino) sino la de su situación en el mundo. Expresando al mismo tiempo la falta de significación del lenguaje que necesita ser cuestionado y reestructurado para expresar lo que hace falta para lograr eso, lo evidente pero disimulado en discursos recurrentemente “correctos”: “Y quebrarán las palabras / los símbolos y sus formas ovales”. Para que se pueda al fin decir sin duda que: “(No hay lugar para el silencio)”.

Maternar, un verbo aún no incluido en los diccionarios a los que tuve acceso, sirve en el transcurrir de Huevo moteado, para mostrarnos cómo la significación puede generar nuevos vocablos restaurando o renovando viejas palabras. Y define el ambiente (o campo) semántico del libro recordándonos que, aunque los hombres no estamos excluidos de él, en su aplicación únicamente podemos ser creaturas y no creadores. Nos recuerda que “hay diferencia / entre criar y crear”.

También por eso pienso que sin temor consigna en el poema final algo que pocos se atreven siquiera a plantearse como posibilidad: “Yo soy Atea […] porque crear belleza no sólo es colocar frutos y arboledas por aquí y por allá”. El huevo moteado que puede ser el poema mismo o la poesía como interpretación cambiante que emerge de cada nueva lectura como una realidad únicamente vislumbrada por su autor, por lo que se convierte en punto de contacto entre el deseo y su realización. Por eso mismo instante retenido en su maduración que transmuta el infinito en posibilidad siempre presente pero indefinida.

Pero ello, además de ser parte de una búsqueda conscientemente estética, está planteado como paso necesario para comprender algo pocas veces entendido hasta que es demasiado tarde: “que la ternura / acompaña / a la ferocidad / porque el amor / no ha sido / una guerra entre iguales”. Sin embargo, como sugiere el epígrafe de María Zambrano que abre este texto, la poesía no busca descubrir o establecer una verdad sino que se atreve, como el amor, a cruzar umbrales de los que no sabe cómo podrá salir, si es que alguna vez lo logra. A través del cascarón sonoro de este libro de Adriana Tafoya como de otras de sus obras ya publicadas puede intuirse el latir de una poética que no necesita emerger para saberse autónoma.⚅

[Foto: Carlos Ortiz]

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