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Astrid Paola Chavelas

El huracán Otis y la particularidad de la memoria


'Tá empezando a lloverotra ve' va a pasarpor ahí viene tormentaquizás huracán'tá empezando a lloverotra ve' va a pasarpor ahí viene tormenta¿Quién nos va a salvar?

Una velita – Bad Bunny


Estamos a la mitad de diciembre y la luna llena ilumina el cielo sobre el escenario al aire libre. Los tres pisos de escaleras y el calor me hacen pensar en una chela. En el fondo, una luz violeta, la escenografía es la metáfora sobre la cual correrá la acción que, en momentos climáticos generará tensión sobre la audiencia. Con el apoyo de Héctor de la Vega como productor audiovisual y operador técnico, con el diseño sonoro de Víctor Castro y Javier Soberanis, con la escenografía de Miguel Ángel Sotelo y en coproducción con la Compañía Nacional de Teatro, la compañía de teatro Revolcadero, presentó: Marca Otis. Las particularidades del desastre, texto dramático literal y metafóricamente construido desde el ejercicio de memoria colectiva entramado por Nelly Jaimes, Marianela Fiesco y Myriam Orva.

El veinticinco de octubre del dos mil veintitrés, el huracán Otis, categoría cinco en la escala Saffir-Simpson, impactó el puerto de Acapulco y las poblaciones rurales de Coyuca de Benítez y Tecpan de Galeana. El desastre fue inmediato. En el puerto, la etapa de emergencia (carencia de servicios como la luz y agua potable, y la posibilidad de abastecerse de comida o agua) se extendió poco más de un mes. Apunte: un desastre no es un sismo, o un huracán, sino el impacto que estos fenómenos producen en una sociedad dentro de un espacio determinado que sufre intensas alteraciones en personas, bienes, servicios o en el medio ambiente, causadas por un suceso natural o generado por la actividad humana, que excede la capacidad de respuesta de la comunidad afectada. La palabra desastre deriva del latín dis astrum, que significa “sin estrella”.

En Antropología de la memoria, libro que me robé la última vez que visité a L y a su mascota fantasma, Jöel Candau explica que la memoria no replica, sino que su función es dinamizar los recuerdos. Lo que recordamos nunca es exacto, sino que modifica su propio esquema de organización con cada nueva experiencia. Según Candau, nuestra memoria no recupera el objeto, la emoción o la sensación tal cual sucedió, sino que, con el tiempo y las experiencias, ese recuerdo se reclasifica en nuestro cerebro. La memoria es el resultado de un proceso de recategorización continua, cito al autor.

Lo anterior solo para explicar la sensación de atestiguar la memoria reconstruida en la representación sobre el escenario del paso del huracán Otis por el puerto de Acapulco la madrugada del veinticinco de octubre del dos mil veintitrés, el todavía año pasado. Por supuesto que mi interpretación tiene sesgos situados en mi experiencia, mi subjetividad y las cosas que dice Bourdieu que componen al habitus.

Apenas hace poco discutía con mi compañero la pertinencia de elegir una fecha de aniversario para que tuviéramos un día “especial” para celebrar (lo complicado ha sido escoger cuál fecha resulta más especial que otra; las primeras veces tienen su encanto particular cuando se trata de estos temas). Me parece casi un cliché mencionar la importancia de las fechas, las conmemoraciones, los aniversarios, las efemérides, y demás etcéteras relacionados con la fijación humana de historizar los eventos a partir del calendario gregoriano. Un año en particular, un día, un evento casi fortuito, soltó el aura de lo cotidiano para entrar a la categoría de lo irreductible (adjetivo mamalón, nótese). Y entonces nos volvemos celosos vigilantes de esa marca. Encerramos la memoria bajo una coordenada declarada. Para quienes vivimos y sobrellevamos el impacto del huracán Otis en todos los niveles (físicos, emocionales, estructurales, mediáticos, etc.), ese día forma parte de lo que Candau llama un acto de memoria.

Los almanaques coleccionan fechas. Las instituciones, estadísticas. Mi memoria no ha olvidado qué hice antes, qué hice después, dónde estaba, cuando los techos empezaron a fracturarse, cuando plantas, árboles, aves y cosas fueron azotadas por la fuerza de trescientos veinte kilómetros de viento. El día siguiente y los días posteriores en los que me encontré de frente con sobrevivir al sentimiento de enfrentar no solo la posibilidad de mi muerte, sino la de quienes me rodeaban.

En mi forma particular de ver el teatro, es decir, desde el asombro y la ignorancia de la butaca, sentí que la obra estuvo dividida en tres partes. Experimenté tres momentos, cambios marcados por las personajes. Aunque sé que hubo otros, me parece que esta división de voces funciona para el efecto de la construcción colectiva del suceso. Atestiguamos desde nuestra propia memoria el desastre colectivo.

“Mi primera catástrofe fue el sismo de dos mil diecisiete” dice Myriam, que se posiciona sobre el escenario y reconstruye la memoria de Bastián a partir de sus palabras. Porque su escenario gira en torno a él, completa su mirada. La vulnera, le da fuerza vital y energía para navegar la zozobra que a veces significa ser madre. Las estadísticas dicen que, en contextos de desastre, son las mujeres y las infancias las personas más afectadas y quienes realizan las labores más pesadas como el acarreo de agua y las labores de cuidado. Dentro de la obra, Bastián da su testimonio; fuera del escenario él corre, juega, da vueltas, espera paciente a que acabe la función y la actriz se transmute en madre y le cuente un cuento para dormir. Los personajes de la obra reflejan las estadísticas que, desde el enfoque de género, manejan los estudios de las ciencias sociales en contextos de desastre: las mujeres sufren con más severidad los impactos de un desastre porque los daños y las pérdidas no se distribuyen al azar, sino que obedecen a condiciones de vulnerabilidad, debido a que “la construcción social de la vulnerabilidad y capacidades de género son desiguales y jerárquicas”.

La obra cierra con una crítica demoledora. El testimonio de las y los familiares de las personas desaparecidas durante el huracán, nos recuerda que la tragedia y la pérdida todavía embarga a muchas familias que siguen enfrentando la indiferencia de Capitanía de puerto y otras instancias gubernamentales a las que se acercaron en busca de ayuda para localizar a sus familiares desaparecidos en el mar. El desastre de la negligencia institucional: nadie supo qué hacer antes, ni durante el desastre, nadie ha sabido responder dónde están las treinta personas desaparecidas, según sus propias cifras oficiales. La palabra desastre deriva del latín dis astrum, que significa “sin estrella”. Candau plantea que lo que distingue a las sociedades es su mayor aptitud para el olvido.

El desastre no es el huracán, porque los desastres no son naturales. El impacto de un fenómeno natural sobre un espacio está condicionado por el grado de vulnerabilidad de la población. A mayor grado de vulnerabilidad, mayor impacto por el desastre. Por eso en Florida no se observó el mismo seguimiento mediático. Lo que vende es la tragedia, las más de quinientas mil personas afectadas, las ciento ochenta y siente mil personas desplazadas climáticas. La rapiña. Quienes se quedaron, además del estrés postraumático, enfrentaron la crítica por tener que resolver para sobrevivir en el contexto de pueblo sin ley que se volvió el puerto. El nido de ciclones.

La forma física de anfiteatro que tiene el puerto, el fenómeno de sobrepoblación que ha significado que se construyan viviendas en zonas de riesgo con la venia del estado, y una larga lista se suma a las condiciones geográficas y sociales que vuelven vulnerable a la población del puerto y a las comunidades rurales cercanas como Coyuca de Benítez y Tecpan de Galena frente al impacto de un fenómeno natural. Con Otis, el desastre fue inmediato. La etapa de emergencia se extendió poco más de un mes. La reconstrucción ha dado pasos vacilantes repitiendo las mismas condiciones que provocaron el desastre, contrario a la recomendación de atender las condiciones físicas y sociales para gestionar el riesgo. La perspectiva institucional habla de “desastres naturales” porque ese discurso les permite evadir su responsabilidad.

“Era martes” dice Nelly en un diálogo. La obra teje, como la trama de la red para pescar, las historias de otras voces y personas. Según Wikipedia, Otis arribó a tierra las primeras horas del miércoles veinticinco de octubre del dos mil veintitrés, en las proximidades de Acapulco. “Sigo viva, no sé cuántas horas han pasado”. Candau sostiene que el olvido es el signo manifiesto de la memoria. Dice también que en las sociedades donde la memoria circula a través de las palabras, permiten más el olvido que aquellas que se apoyan en la escritura. Y cierra: si bien la sociedad que construye la memoria a partir de la palabra oral, suele olvidar más, este es un olvido involuntario. En tanto que las sociedades, o las personas que construyen esas sociedades a partir de la palabra escrita, son capaces de un olvido consentido.

La obra ya no es obra, ahora es una pieza en movimiento, una instalación poética, un momento que se detiene en el tiempo, barcos de papel navegan contracorriente en el trasmallo, la mística de las flores rompe la inercia del escombro, pedazos de memoria física que se estremece como las láminas golpeadas por el viento, grito desgarrado que casi parte por la mitad al puerto. La cuarta pared abre una fisura por la que deslizo un pie y luego el otro hacia la catarsis personal.

Bad Bunny escribió Una Velita para conmemorar los siete años de la muerte de casi cinco mil personas por el impacto causado por el huracán María en su paso por Puerto Rico. La obra de teatro Las particularidades del desastre y esta canción, recuperan la memoria y operan contra el cerco creado por el olvido consentido. Ambas, canción y texto dramático representado, son un homenaje, memoria viva que se transforma para no olvidar, ofrenda, sentido altar, la luz de las velas ilumina el camino. Denuncia para no olvidar, porque los fenómenos naturales, como la memoria, son cíclicos.

Conclusiones: A los sismos no se les bautiza como a los huracanes, quizá porque hay cosas que no son sencillas de nombrar. La palabra desastre deriva del latín dis astrum, que significa “sin estrella”. Mi primer nombre significa estrella. Desorden, desastre y mi nombre, están lingüísticamente emparentados. En 1985 tenía siete años. Mi mamá estaba embarazada de mi hermano menor. Pablo nació dos meses después del sismo y nos mudamos al puerto. Para este punto, obra y escritura me atraviesan por completo. Paulina, Ingrid, Manuel, Otis, son parte de mi memoria, están clavados en mi habitus, diría el Bourdieu. La memoria no es la historia, ambas son representaciones del pasado, dice Candau, la historia pretende poner orden, la memoria, en cambio, está atravesada por el desorden. ⚅

[Foto: Carlos Ortiz]


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1 Candau, J. (2006) Antropología de la memoria, Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, República Argentina.

2 Castro, C. (2005). La inequidad de género en la gestión integral del riesgo de desastre: Un Acercamiento. Revista de la Universidad Cristóbal Colón, 20 (3), (21- 49).

3 Este texto está dedicado para Migue, mi tío más querido. Gracias por el abrazo y la memoria compartida.

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