Cuando alguien recibe una amenaza de muerte, el amenazado pierde estabilidad, su paz es trastocada. En tanto son peras o manzanas, la incertidumbre se convierte en esa nubecilla negra que te sigue a todas partes, como en las caricaturas.
Un simple rechinido de llantas es una conmoción de alerta, el corazón salta más allá de su latido. En los oídos, los pequeños ruidos adquieren una descomunal corporalidad, se ensañan con los tímpanos; el miedo echa raíces en los nervios, la mirada se convierte en un ave dislocada que observa en cada auto, en cada persona la posibilidad del atentado. Se trastoca la vida cotidiana, sales de casa encomendándote a todos los santos, a todos los diablos, y dudas si irte por la derecha o por la izquierda, te empeñas en dar un rodeo para llegar al mismo lugar de trabajo, suspiras cuando llegas a casa y toda esa adrenalina del camino se convierte en dolor y cansancio en el cuerpo.
En tu pensamiento rondan las palabras del que te amenazó. La familia quisiera ir a todos lados contigo, pensando que de esa forma pueden protegerte y tú te preguntas como protegerlos a ellos; intentas ser fuerte, que no se te mire el temor en el gesto, en las palabras, que la duda no los colme, nada puedes hacer, una impotencia te inunda, eres un mar de preguntas.
Recuerdas cómo te dieron el cerrón con un auto, esos segundos eternos entre tu frenada y la espera de qué sigue; los carros atrás de ti facturando mentadas de madre con sus cláxones, metiéndole a tu sorpresa estrés, te quedas esperando y el auto que te impedía el paso se comienza a mover lento. Todo fue tan rápido para los que miraban, para ti eso repentino, primero espanto, incredulidad, luego enojo, después una realidad circulando por tus venas con el pálpito a mil por hora.
Luego rememoras esa llamada con violencia verbal y tu no sabes de qué va la cosa, “bájale de huevos”, “ándate con cuidado”, “esta es la última advertencia”, “te vamos a tronar” y el balde de agua fría te cae de sopetón, se te entumen las manos, el pensamiento se paraliza, los músculos se niegan a responder, a mil por hora repasas tu vida y no hayas por dónde ni de quién viene el mensaje, hasta que el violento se va de la boca y empiezas a atar cabos, te amenazan por hacer tu trabajo, por no dejar que trastoquen tus derechos, en ese momento sabes de quién viene la pedrada, pero te niegas a creerlo.
Por lo pronto el amenazador logró su objetivo, trastocó tu rutina, te hizo un nudo en el estómago, metió paranoia a la familia, te hizo sentir perseguido hasta por tu sombra, despertar a la mitad del sueño, por cualquier ruido en la noche, por cualquier objeto chocando en el suelo, siempre el sobresalto, el canijo sobresalto que aún te mantiene vivo.⚅
[Foto: Carlos Ortiz]
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