Conocí a Gerardo Martínez porque fuimos compañeros de generación del programa Jóvenes Creadores del FONCA en 2012 cuando, además de la beca, el programa incluía tres encuentros entre los becarios y los tutores en donde se discutían y trabajaban los proyectos.
En el primer encuentro Gerardo contó la sinopsis de su novela. Fue la primera vez que escuché sobre Evelio Vadillo, un comunista mexicano que según la leyenda fue mandado a Siberia por haber escrito en el espejo de los baños de los hombres de la Escuela Internacional Leninista: “Chingue su madre Stalin”. Cuando nos tocó exponer nuestros proyectos en la plenaria en donde participamos los becarios de todas las disciplinas, Gerardo se ganó todos los vítores. Para el segundo encuentro Gerardo ya había investigado. Lo recuerdo diciendo, emocionado: “Es más interesante aún, porque resulta que si regresó, y cuando regresa lo desaparecen”. Para el tercer encuentro, como buen periodista que es, ya había conocido a Evelio Vadillo, y su investigación iba en serio.
La anécdota y el tono estaban planteados. Lo que nos preguntábamos era cómo le haría para armar ese rompecabezas. Porque una buena anécdota histórica no siempre es una buena novela. De hecho hay muchos intentos, publicados, de convertir anécdotas históricas en buenas novelas. Pero construir (o reconstruir) con claridad un entorno en donde los personajes puedan volverse entes con los que el lector se permita establecer diálogos, vínculos afectivos, e incluso les otorgue el poder de modificar su visión de la realidad, eso, es otra cosa.
La estrategia de Gerardo Martínez no fue la de armar el rompecabezas, sino picar aún más las piezas, presentárnoslas desmenuzadas y dejárnoslas expuestas. Así, la novela corre principalmente a dos voces, la de un narrador que nos cuenta la búsqueda que el detective, Nacho Cervera, emprende, a través del imbricado tejido del sistema judicial y político de la mitad del siglo XX, para encontrar a Emilio Padilla (el Evelio Vadillo ficcionalizado); y el minucioso y profundo testimonio del buscado (Emilio Padilla/Evelio Vadillo), comprometido, ante todo, con su verdad.
En varios momentos de las doscientas páginas se plantea la pregunta ¿Por qué metieron a la cárcel a Emilio Padilla? A través de las dos vertientes narrativas que establece Gerardo Martínez en El regreso del Kazajo, la policial y la testimonial, desmenuza los factores individuales, los factores políticos locales, los internacionales, y luego “la pinche mala suerte”, que definen el destino del personaje. Y enfocar este último elemento, “la pinche mala suerte”, lo que ya no depende de nadie sino que responde a eso que los griegos llamaban “fatalidad”, es fundamental en toda buena ficción.
Más allá del corazón apresurado y el reacomodo de nuestro propio relato histórico del siglo XX que experimentaremos sus lectores, El regreso del Kazajo se produce en un buen momento, pues la reflexión testimonial de Padilla/Vadillo sobre el autoritarismo soviético, el miedo a la crítica, y la simulación “revolucionaria” nos cae como anillo al dedo en un momento en el que, al menos en el discurso, hay un revival ideológico de la revolución socialista. Un revival mexicano acrítico, que enarbola sus símbolos pero quiere permanecer ciego ante los excesos de su autoritarismo y otras verdades incómodas. ⚅
[Foto: Carlos Ortiz]
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