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Víctor Trigo

El sueño realizado que no fue

¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ficción, una sombra, una ilusión

y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.

La vida es sueño

Calderón de la Barca


Siempre he tenido la sospecha esquizofrénica de que los sueños son la llave para abrir algo, para escribir sobre algo. Para odiar o vivir en ese algo que aún no me contagia pero que sé existe porque lo he llegado a vislumbrar con algunas obras de arte que me han puesto en zugzwang, con las consecuencias catastróficas más inesperadas que preferiría no haberlas visto nunca; pero que inexorablemente me orillan a buscar la forma de deshacerme de ellas, y delatándolas en este espacio blanco y silencioso parece lo menos autodestructivo, y además puede servir también para ganarle unos minutos al sueño. Con la más reciente película de Alejandro González Iñárritu me ha vuelto a suceder. Creo que soy adicto a idealizar todo aquello que considero me hace guiños en clave (por supuesto, como si todo fueran pistas para llevarme cada vez más lejos o más cerca de ese algo) sobre algunos aspectos de mí mismo que sólo intuyo y que nunca he tenido el valor de mirarlos a los ojos, pero después de ver una hora y cuarenta minutos de Bardo (prefiero terminar de verla en el momento más antipoético posible, quizá de noche, en una de esas malas rachas cuando pierdo diez partidas de ajedrez consecutivas, o cuando creo haber pescado nuevamente el Covid y me siento casi desahuciado o quizá nunca la termine de ver y se convierta en una más de esas obras imprescindibles para mi educación sentimental que por algún extraño motivo dejo inconclusas) y preso todavía de la euforia no pude evitar pensar en el cuento de Juan Carlos Onetti: Un sueño realizado. Honestamente ya no me parece tan extraña esta asociación porque recuerdo que me sucedió lo mismo después de haber visto Birdman. Incluso he llegado a considerar la idea de crear un grupo de apoyo para personas que después de ver una película de Iñárritu piensen en el cuento inmortal de Onetti. He vuelto a tomar café a pesar de que mi cuerpo lo rechaza pero tengo la experiencia de que cuando escribo sin la influencia de la cafeína mis textos pierden ese flow que tanto le gustaba a nadie. Tengo la certeza de que me estoy excediendo en mis elucubraciones pero cuando escucho que alguien masculla la palabra autoficción mis ideas se desbocan hacia desfiladeros lo suficientemente tediosos como para dormir a un velador. Siempre me ha fastidiado cuando alguien escribe: “En realidad”, pero creo que aquí es pertinente, porque lo que subyace (como un iceberg a lo Hemingway) en el motivo aparente de estar escribiendo sobre Bardo, cuando en realidad quizá sea la lectura del más reciente texto publicado en Capote de mi camarada Carlos F. Ortíz (quizá lo entendí todo al revés pero el tono de antihéroe y anti poeta y la gravedad de algunas sentencias pero sobre todo la idea del sueño irrealizable, la postura estoica de resistirse a todo aquello con tufo grandilocuente que se erige en el horizonte como una certeza o un espectacular hollywoodense) lo que me orilló a enfrascarme en esta pesada diatriba. Cuando el lenguaje cinematográfico está al servicio del imaginario poético del autor la realidad se trastoca y posibilita la recreación del mundo interior del yo involucrado. Y es precisamente lo que destaco de esta obra, el involucramiento de Iñárritu con la historia y el planteamiento de un conflicto que nos atañe como espectadores, pero que también propone una estética, un lenguaje que comunica humanidad con las herramientas más rudimentarias que posee un autor: su mundo interior, su lenguaje onírico, y aquellas emociones y experiencias que lo determinan. Sin olvidar, por supuesto, todas las influencias de la literatura, el cine y la música de las que se nutre Iñárritu para amalgamar un periplo alucinado y exorcizante. Horas antes de escribir este texto un amigo me preguntó sobre Bardo

¿Qué te pareció?

Me fascinó —contesté.

La respuesta que obtuve fue un rotundo silencio que aún hoy no he logrado descifrar.⚅

[Foto: Carlos Ortiz]

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