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Federico Vite

Encíclica del abuso, ¿usted sabe para qué quieren el poder los que gobiernan?

Hace algunos gobiernos municipales se hablaba de la reconstrucción del tejido social mediante la cultura. El apoyo a la cultura será mucho, dijeron los políticos, y la realidad es que no. Ha venido a menos. En esta administración y su secuela, recientemente apoyada por la reelección, se pone de manifiesto un hecho: la cultura no importa. Aunque la toman en cuenta como slogan, como lo usa el gobierno estatal, donde hay puro relumbrón, casi igual que un sticker del astrólogo Walter Mercado, aunque hay más ganas en el señor Mercado que en el trabajo de la secretaria de Cultura, Aída Melina Martínez Rebolledo. Sus compañeros de Morena deberían preguntarle a la funcionaria, ¿qué hace en el puesto que ocupa? Aplaudir todo lo que repite la gobernadora no es gestión cultural. Es propaganda y de eso ya hay mucho. Quizá eso no importa. Como tampoco importa el director de Cultura de Acapulco, Christopher Brito Salgado, quien durante su gestión se dedicó a jugar a la animación cultural con recursos públicos. En suma, lo que hay es poco; pero lo hemos elegido entre todos. Aunque hay otros puntos que analizar, digamos que vamos para los nueves meses sin librerías. En este espacio, desde hace siete meses se exige atención a este flagrante olvido en el plan rector de la reestructuración, pero a los políticos (empezando por la federación) no les interesa eso. Se han olvidado de lo que no parezca dádiva, porque eso (más que comprobado durante las elecciones) es lo que vuelve populares a nuestros gobernantes, es lo que les da muchos votos, pero la dádiva no propicia una desarrollo integral, sobre todo después de Otis.

Nuestra normalidad son las balas, las explosiones, las masacres, las extorsiones, la militancia por un partido que olvida problemas estructurales y todo lo deja a la popularidad. Con la popularidad no se hacen muchas cosas, salvo seguir gobernando a la gente que intenta sobrevivir de las dádivas. ¿Para qué quieren el poder?

Tomemos a Acapulco como epicentro del texto, queda perfectamente reflejado que el ideal de la reestructuración es simplemente material y monetario. Ni se abogó por la pacificación (en el fondo no pueden hacerlo, ni quieren, como diría el ex gobernador Zeferino Torreblanca sobre el problema de la violencia) ni se combatió el rezago educativo, ni salimos de los índices denigrantes de pobreza, hay mucho maquillaje en la estadística, pero en términos generales vale una sola cosa: los mexicanos sigue leyendo 3.2 libros al año (la cifra de oro fue en 2022, durante la pandemia, porque se llegó a los 3.9 libros al año; en 2015 se leían anualmente 3.6 libros, ¿qué pasó con la transformación?). Los guerrerenses, usted sabe, leen menos. ¿Por qué? Hay tesis que intentan develar esa obviedad, pero la certeza es que no hay librerías. A riesgo de cantinflear, debo decir que una cosa alimenta la otra y viceversa. En 2012 se tenía una cifra escalofriante: los habitantes de Guerrero leíamos medio libro al año. Los datos no cambian. Se mantienen ahí. ¿Usted por qué cree que pasa esto? La respuesta tiene como principal eje a los funcionarios encargados de incentivar la lectura y, por supuesto, destaco el enorme desprecio que regímenes como el nuestro tienen por el conocimiento. Aún a sabiendas de eso, ¿por qué votamos por ellos? ¿Para qué les sirvió el poder? ¿Hubo una transformación en la política cultural de Acapulco? Usted sabe la respuesta. Yo diría que hubo una involución. Ahora hay menos de lo que había y habrá menos aún de lo que tenemos (si esto lo ponemos en otro nivel, el estatal, por ejemplo, notaremos lo mismo. Y si hacemos el ejercicio, veremos que en el gobierno federal también quedó a deber la transformación cultural de la que tanto se hablaba, porque a final de cuentas todo se mantuvo como siempre, sólo que los amigos de este régimen tuvieron menos alcance que los amigos de la otra mafia del poder).

No hay manera, para un creador, de vivir de lo que hace si habita en Acapulco. A menos, claro está, que termine como ejemplar propagandista de las hazañas inexistentes de la 4T. Ya lo hemos visto con el PRI, con el PRD y ahora con Morena. Estamos ante un sistema que cambia de fisonomía, pero en esencia es el mismo, aunque algunas veces parece peor y sus resultados así lo muestran. Si están ahí, si han ganado dos elecciones en este puerto, ¿para qué quieren el poder? Si no transforman lo que existe, ¿por qué preservan los vicios y hacen de la simulación un estandarte? Se abanderan con el ideal del cambio, de la lucha contra la corrupción, del apoyo a la cultura, pero no hay nada nuevo, ni mejoran lo que existe. Todo esto tiene un nombre y fácilmente podría considerarse un engaño.

Para los políticos, nunca debemos olvidarlo, es mejor que la gente no lea. Es ideal para ellos que las personas no encuentren otras referencias informativas, disonantes y distintas a las que tanto privilegia el gobierno en sus tres niveles de gobierno: municipal, estatal y federal. Leer, hoy más que nunca en Acapulco, es un acto de rebeldía. Es salir de esquemas (de corsé y del cinturón de castidad mental) que implican una franca contraposición con los datos y las cifras que ostentan los políticos como una muestra de la mejoría de nuestra vida pública. Vamos para nueve meses sin librerías y eso debe tener algunas consecuencias, porque se rompió el eslabón de un proyecto que nos daba la ilusión de no vivir en un páramo cultural. Nuestra realidad es otra y pesimista. Más que antes. Las bibliotecas están en extinción, sirva decir que el proyecto encabezado por la maestra Themis Mendoza, la biblioteca 22 del Zócalo, es la única que se aferra a seguir con vida en esta dura y ardua tarea de no ser lo que estamos siendo: gente que no atesora el conocimiento venido de los libros.

A pesar de la falta de librerías y de bibliotecas, hay un proyecto que para efectos prácticos denominaremos librero. El librero se encuentra en el corazón del Zócalo de Acapulco. Al costado derecho del kiosco si entra por la Costera. El librero de Nabokov ofrece material de segunda mano. A diferencia del servicio de librería que brindan las tiendas departamentales, tiene una variedad generosa. Ése sería el pulmón que oxigena una carencia. Pero habrá quien señale lo vetusto del argumento, ¿para qué las librerías si puede conseguirse todo por internet? Porque las librerías se convierten en puntos de encuentro y propician conversaciones y recortan distancias afectivas e incluso clases sociales, pero por encima de todas esas bondades, las librerías son un escape de toda esta maquinaria, que en aras de la industria turística, se convierte en una condena, porque el gobierno insiste en aleccionarnos para convertirnos en sirvientes de turistas depauperados.

Nuestro páramo cultural se convierte en una loza. Asfixia todo lo que se encuentra bajo él, como una atmósfera hiper contanimada. No se fortaleció la estructura que había antes de que llegara Morena; no hubo una transformación sino un olvido programado, un plan maestro para adelgazar ramificaciones de nuestra intellighenzia. Se redujo la dirección de Cultura a un departamentito que administra la pobreza de este municipio. Y decir esto es aceptar que no estamos a la estatura moral de nuestras circunstancias. ¿O usted tiene otros datos? ⚅

[Foto: David Espino]

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