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Franco García

Habemus for long temps, señor francés

Si me hubiese dedicado al rap y a la literatura de tiempo completo, probablemente los títulos de mis canciones serían:

  1. Kill me de la risa, mister Keret, que muero de soledad.

  2. Lady Lispector: just I understand a besos y mezcales.

  3. Monsieur K. Dick, s’il vous plait, formateé mi corazón replicante.

  4. José Agustín & Alberto Fuguet como Pop Rock de Microsoft-ondas.

  5. Belano y Lima en el Valhalla fuckquean a los clásicos.

  6. El viejo Tobias Wolff back to Vietnam.

Presiono Rec. La memoria y el corazón se activan. La noche huele a Marijane y sabe a lágrimas. Después de fumar ecología me pregunto: ¿qué hacer entonces después de tres horas de XVideos, dos cajas de clínex y media tira de clonazepam? Camus habló de lo absurdo, del complejo de Sísifo, que vale la pena vivir. Darle un sentido a los sentidos. La certeza de que a veces perdemos la cabeza. Aprendió tres lecciones de lo absurdo: rebeldía, libertad y pasión. Seguir al significado como cuenta de Instagram. Filosofar/reflexionar/blasfemar. La pipol chance & chance. Muta. Aspira al esfuerzo. Le preocupa lo be happy. La nostalgia nos invade, se adueña de nosotros cuando lo decide y nos descarna para que las músculos queden a la intemperie y nos cale el frío de la desesperanza. Habría que cobijarnos, pues. Llenar el vacío. Claro, escuchar música para calentarnos/completar/comprender. Borrar la tristeza con alguna canción. Apagar un rato el cerebro, la sabiduría. WTF. Sí, la música, como búnker ante la explosión nuclear de la modernidad del siglo XXI, nos conecta con el pasado, nos protege de las miradas rabiosas, la inseguridad, la pobreza. Cada género musical nos mantiene a las vivas, afilando los dientes, según nuestro estado de ánimo. Hay quienes los defienden con ridículos argumentos y se olvidan que el consumidor, con suficiente poder adquisitivo, es el que manda y tiene derecho de criticar y escuchar lo que le venga en gana. Muy sus drogas, no more con ese anuncio de publicidad Vive sin drogas. Afortunadamente We are free. Y mientras exista el mercado nadie puede obligarnos a escuchar lo que otros imponen. Si de verdad importase la crítica musical, hace mucho habrían desaparecido los charlatanes, ¿no creen? (El hedonismo es la base del mercado.) Así que seré sincero: no ejerzo el autoritarismo musical. No cuando doy vueltas a mi recámara a ciertas horas, luchando contra mí mismo. Golpeando a mi Yo imbécil y mediocre. El soundtrack del combate existencialista. Los flashes que tengo por sobrevivir. Rap, hip hop, cumbia, electrónica, pop, rock, indie, vallenato, salsa, grupera, banda, clásica, jazz, instrumental, etecé, es lo que escucho para sentir la depre y la happinees. Los objetos –cidís, casetes, lps, for example– NOS RECUERDAN CUAN RÁPIDO AVANZAMOS Y QUÉ LEJOS NOS ENCONTRAMOS DE NUESTRO PUNTO DE PARTIDA. Las partys, las discotecas quedan atrás. Los tragos, los pitillos, la noche. Una atmósfera de ruptura. Un mal amor. “En busca del tiempo perdido”. El tiempo que nos arrolla, taladra el alma; que se nos va como agua de las manos. El tiempo. El ayer. El ahora. Allá, a principios de los 90, escuché por primera vez a Caló (Claudio Yarto pa’ los frents), ese raperillo mexicano que trabajaba de diyoqui en un antro del viejo DeFe y que para muchos hoy es/sería burla por su onda musical. Pero me impactó en su momento con su rolita “Ponte atento” y el flow que se aventaba su colega al rayar el disco/LP. Tenía cinco años y quería ser como Caló. Vestirme, cantar y bailar como él; usar boina, chamarra de cuero, raparme. Lo disfruté cuando lo miré en Siempre en domingo. ¡Cómo olvidar nuestros only times! Por esa razón es que el rap se quedó en mi corazón. “¡Que viva la música!”, say Caicedo. Luego, gracias al Canal 5, llegarían otras agrupaciones como Delinquent Habits donde transmitirían por instantes su éxito musical: Tres Delinquentes. Esa brutal mezcla de rap y mariachi, onda western, como para andar cholo, con pañuelo, sombrero charro y gabán. Su spanglish me volvía loco. (Oh yeah, sweetie, love me so much/ blow my soul/because alone. Escribo versos sin esfuerzos. Debí ser poeta y no godín). Mi mundo musical oscila(ba) entre dos idiomas. El rap chicano entraba en escena. Vatos locos, man/Tranquilo Ése/Órale/Forever/Warriors/Sangre por sangre. Vendrían más y más raperos gracias a las transmisiones de los juegos de basquetbol de la NBA que veía junto a mi abuelo los fines de semana en Tv Azteca, fanático de ese deporte. Ahí estaría la cumbre de mi pasión por el rap. A principios de los dos mil, por la MTV, llegaría Eminem, quien daría otro rayón total a mi vida. Compré todo lo que estaba a mi alcance del Slim Shady: posters y cidís. Dr. Dre, 2Pac, Eazy-E, The Notorious B.I.G., Snoop Dogg, 50 Cent, Ice Cube, Cypress Hill, Kinto Sol, Control Machete, Cartel de Santa, Los Marijuanos, Canserbero, etecé. (Escriba aquí su consejo). Merenrap, gangsta rap, punk rap, cumbia rap. Pantalones holgados, playeras deportivas, gorras, pañuelos, pulseras, tenis Converse. Oreja perforada, uñas teñidas de negro. Me prenden los géneros musicales donde se pueda bailar, it’s true, pese a las declives que llegan a mi departamento. Como a esta hora, donde la CDMX no descansa y martilla mi cabeza y me dice que debo cumplir las metas, ser productivo; un “Hombre en busca del sentido”. Rap, grafiti y break dance eran la etiqueta de mi juventud. Don’t forget, me repito, que la vida is today y que pronto game over. Insert coin, God, en mi espíritu. The common man/Without me/A punta de retratos/Mala onda/Vida de este chico. Libros, rolas, todo en conjunto, latiendo en las vísceras de mi decadencia. Tocar fondo, salir. El help que nadie escucha. La repetición de los sucesos inútiles. Sí, el rap es mejor que el Valium, aunque es rudo & machista por momentos but it depends del contexto. No seduce. Sus letras son efímeras. Es de nacos, de pobres. No es culto. No tendría por qué serlo. Nació con los negros, en los barrios. Nació como protesta contra los blancos y las buenas costumbres del racismo, la superioridad. Again the black power. El rap chicano también haría lo propio: luchar contra el racismo-discriminación. Cantar desde las entrañas de la megalópolis. Una sola voz que se escuchara por todo el continente (latino)Americano. Tener la mirada puesta en su apuesta musical. La periferia, el escenario social, la doble moral. Cada letra del rap pocho es un artificio lingüístico y un deleite escucharlo. Dinamita pura. Absurdo y rap = rebeldía, libertad y pasión. Es entonces que descubres que el mundo se encuentra interconectado de 1000 maneras y que no existe una sola interpretación de él. Close my eyes, una calada al churro y bailo. “Yo estaba en onda y ahora mi onda ya no es onda. Atte. Abraham Simpson”. Que la muerte y el futuro nos sorprendan filmando con una Súper 8 nuestra breve dicha. Que nos reprogramen. Que suban el volumen de nuestras risas. Que los sueños juveniles caigan como kamikazes sobre el aburrimiento. Que ahuyenten la oscuridad. Que aumenten nuestra capacidad de almacenaje a 15 o 20 teras para más recuerdos bellos. Que la hijueputez de la resignación se pulverice. Cantar y bailar bajo la lluvia, el sol, el estructuralismo, la dialéctica, la semiología. Monsieur Camus: el espíritu de la felicidad es el break dance. Un poco de rap debió escuchar el modofoquer de Sísifo mientras subía a la cima. El existencialismo tendría ritmo y equilibrio. Up, up, mister sad, here cry dancing pero con amor. Está por amanecer. Stop a la grabación. Y Ponte atento, Homs. “No seas lento/si estás vivo es el momento/de bailar, superarse/es el tiempo de reinventarte”.

[Foto: Carlos Ortiz]

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