En el libro de conversaciones de Nedda G. de Anhalt, titulado Dile que pienso en ella (Ediciones La Otra Cuba, 1999), la autora cubana le pregunta a Pancho Vives sobre el escritor que él considera el más importante de la isla caribeña, a lo que éste responde: “Reinaldo Arenas. Es genial. Muy disparejo como todos los genios. Tiene autenticidad... Hay que ser guajiro para escribir como él lo hizo. Porque décimas, teatro guajiro hay, pero novelas de tal intensidad sobre el campo yo no las conozco. ¿Tú sabes de alguna?”.
La afirmación de Pancho Vives no es gratuita, y se puede y se debe discutir que antes durante y después del autor de Celestino antes del alba se encuentran nombres como el de José Martí, Alejo Carpentier, José Lezama Lima, Virgilio Piñeira, Pedro Juan Gutiérrez, Wendy Guerra, qué sé yo. Sin embargo, quien haya leído toda o gran parte de la obra de Reinaldo Arenas podrá estar de acuerdo en los adjetivos genial, disparejo y auténtico.
Genial porque creó un universo literario en donde la sexualidad, la libertad y la imaginación copulan en una orgía sin límites. Esa explosiva, cadenciosa y corrosiva manera de escribir va cambiando en cada novela, no en el sentido de evolución, sino como adaptación a las necesidades del medio ambiente de cada libro. Ya volveremos a este punto del estilo más adelante.
Disparejo sí, porque Reinaldo Arenas dedicó gran parte de su obra a la denuncia de las atrocidades del régimen castrista. Es una crítica sí, pero esta denuncia era necesaria, hay que atender y entender el contexto, en el buen sentido de la crítica. Cuando se lee a Arenas hay que separar algunas cosas; por ejemplo, hay una distancia enorme, no sólo temporal, sino estética y creativa, entre Celestino antes del alba y El asalto; el escritor nunca traicionó su compromiso con el pueblo cubano, que era un compromiso consigo mismo. No quería que nadie más pasara por lo que él había sufrido. La persecución, la cárcel, la tortura, el ostracismo, la ignominia, el exilio... ¿Cómo mantener una constancia en el nivel de escritura con los esbirros pisándole los talones en el Parque Lenin? ¿Quién puede tener la pluma caliente con el frío, el hambre y la enfermedad? Y, sin embargo, se mueve.
Auténtico porque partió de sí mismo. La autobiografía no sólo se encuentra en Antes que anochezca, atraviesa todas y cada una de sus novelas, poemas, ensayos, críticas, cartas... Inventa una forma de escribir que algunos miopes quisieron encasillar en el realismo mágico, pero se les escapó de allí, al más puro estilo de fray Servando Teresa de Mier, célebre personaje de la historia de México y también personaje de su novela El mundo alucinante. Claro que hay magia, claro que hay realismo, pero es eso y mucho más. Se tiene que leer Viaje a La Habana para comprender la autenticidad de Reinaldo Arenas. Allí se encuentran las claves para entender si no toda, gran parte de su obra, su inigualable estilo y sus contradicciones.
En Viaje a La Habana, Arenas nos entrega tres historias en las que sobresalen la riqueza de su vocabulario, las referencias a su formación literaria, el origen guajiro, el anticastrismo, su potencia sexual siempre presente, la innovación narrativa y su gran sentido del humor a pesar de lo terrible de las historias. Que trine Eva, la primera de las tres, nos cuenta las peripecias de dos amantes de la moda que poco a poco van sufriendo la escasez de materias primas para crear sus vestuarios. La estalinización de Cuba lleva al límite a los personajes, que recorren la isla buscando a “ése” que no los voltea a ver, a pesar de sus trajes vistosos y su gran belleza, alguien que está en todas partes, por encima de todos, el más importante, es decir, Fidel Castro.
La segunda de estas historias se llama Mona, tremenda narración en donde un cubano exiliado en Nueva York intenta destruir La Gioconda, después de que la mujer de la pintura de Leonardo da Vinci toma vida y mantiene relaciones sexuales con él, para luego convertirse, en pleno acto copulatorio, en el renacentista italiano. El gran acierto de Mona es el uso de notas al pie de página para crear una historia paralela en la misma narración.
Y la que le da nombre al libro, Viaje a La Habana, en donde un cubano regresa a la isla, pero sólo de visita, se sorprende al ver las condiciones en las que sobreviven sus paisanos, pero no desaprovecha la oportunidad para hacer turismo sexual, y cuando conoce a un bello chico, se prenda de él, se enamora perdidamente después de singar con el muchacho. Lo que no sabe es que este adonis caribeño es su hijo, el fruto de una aventura que tuvo con una mujer antes de irse para los Estados Unidos. Cito un fragmento como invitación a la lectura del libro en cuestión:
“En la penumbra de la habitación, Ismael abrió rápidamente una botella y llenó dos vasos. Los dos hombres brindaron en silencio. Carlos se levantó de su sillón, fue hasta la ventana, puso el vaso en la mesita de noche donde el reloj daba las dos de la madrugada, corrió las cortinas y se tiró bocarriba en la cama. Ismael, que apenas si había probado la bebida, se acostó junto al joven. Cuando sus manos se extendieron y palparon el cuerpo desnudo de Carlos, Ismael sintió que llegaba a un sitio y a un tiempo ignorados y sin embargo no desconocidos. Y de alguna manera intuyó que aquel hombre (aquel cuerpo, aquella belleza) lo había estado aguardando exclusivamente a él. Y aquel pecho, aquellos muslos, aquel sexo, aquella serpiente erguida; todo el joven era una tierra de promisión, algo que su desamor, su desengaño y su resentimiento habían postergado, pero que secretamente, muy secretamente, él sabía que por haberse negado a aceptar la posibilidad de aquel encuentro ahora el mismo se hacía más sublime.”
Al final quisiera hablar del Libro de Arenas, Prosa dispersa (1965-1990), editado en 2013 por Nivia Montenegro y Enrico Mario Santí, en donde encontramos los primeros textos publicados por Reinaldo, las reseñas que hizo de libros como Pedro Páramo y Cien años de soledad, los prólogos que escribió para sus amigos, el método que utilizó para crear Otra vez el mar. Me falta desarrollar el trazado de la Pentagonía, su gran proyecto literario autorreferencial integrado por Celestino antes del alba (Cantando en el pozo), El palacio de las blanquísimas mofetas, Otra vez el mar, El color del verano y El asalto. No está aquí tampoco la referencia a la que a mí me parece una de las mejores novelas que escribió este ser de luz y oscuridad, El portero, en donde las mascotas de un edificio de departamentos gringos se rebelan contra sus dueños, y comandados por el portero cubano viajan hacia el sur, en busca de una mítica isla en donde no hay encierros ni cadenas, y el sol brilla tan fuerte que la nieve de limón se vuelve agua en menos de un segundo.
Reinaldo Arenas es uno de mis escritores de cabecera, lo he leído y releído, siempre con gusto, y descubro en cada lectura nuevos elementos para admirarlo más. También he escuchado muchos testimonios de la gente que lo conoció, sé que era, en la última etapa de su vida, muy paranoico, y entiendo el porqué. El gobierno de los Estados Unidos lo usó para la sucia campaña anticomunista y luego lo olvidó, de allí esa frase que siempre parafraseo de forma diferente: en el sistema comunista no puedes protestar, y tiene que callarte y besar la mano que te golpea; en el sistema capitalista es casi una obligación alzar la voz y denunciar, aunque nadie te haga caso. Me enteré del problema que hay con los derechos de la obra, que al parecer aún tiene Lázaro Gómez, el amigo con el que vivió en sus últimos suspiros, esto lo oí en el programa especial que se hizo por los 30 años de la muerte de Arenas, el 7 de diciembre de 2020, en plena pandemia.
Viajé en 2005 a Cuba para conocer los lugares en los que Reinaldo Arenas había estado, intenté seguir su rastro, caminar sus pasos, en Vedado, en la Biblioteca Nacional, en Miramar, en Holguín, me paré frente a El Morro, tomé Bucanero frente al monumento a Maceo... cuando le preguntaba a algún cubano, ya entrados en confianza, sobre el escritor, la respuesta era: “Ah, sí, el homosexual con sida que huyó en el éxodo del Mariel, sí sé quién es, pero no lo he leído”.
En fin, termino esta digresión reinaldoarenesca con otro parafraseo, o ya no sé si es así la cita real, la mente no sólo me traiciona, también me miente, recuerdo haberla escuchado por primera vez en 2002, cuando vi la película que hizo Julian Schnabel, Antes que anochezca, basada en la autobiografía que lleva el mismo nombre; esta frase nos gustaba mucho a mi amiga francesa Emilie Wolff y a mí, con ella pasamos horas, días, noches hablando de Reinaldo, espero que resuene en sus corazones como todavía lo hace en el mío: “No le pregunten de dónde viene, ¿qué no ven que proviene de la flor más bella de la luna?”. ⚅
[Foto: Gonzalo Pérez]
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