La poética de lo anómalo
- Jorge Manzanilla
- 16 jun
- 5 Min. de lectura

Desde sus primeras líneas, Anómala, el más reciente libro de Azul Ramos, despliega una fuerza poética que subvierte toda expectativa de orden. “Me permito ser real / inexacta / indirecta”, declara la voz que inaugura el texto. Esta afirmación inicial no es una simple entrada lírica, sino un gesto ontológico: enunciar el permiso de ser implica colocarse ante el lector no como una verdad dada, sino como una grieta en el sistema de lo reconocible. Desde la ontología clásica, como la aristotélica, lo real tiende a lo estable, a lo categorizable. En cambio, lo que Azul Ramos propone es una poética de la interrupción, donde lo anómalo no solo nombra lo extraño o irregular, sino que desmantela los marcos que determinan qué puede ser percibido como real.
Este gesto encuentra resonancia en las filosofías que han problematizado la naturaleza del ser. Para George Berkeley, esse est percipi, ser es ser percibido, de modo que lo real queda ligado a la percepción. En la línea del idealismo hegeliano, lo real es lo racional y, a su vez, la razón se convierte en el fundamento de la realidad. Azul Ramos no se sitúa exactamente dentro de estas corrientes, pero dialoga con ellas desde una posición crítica: si lo real es percibido, ¿quién decide qué merece ser visto?, ¿quién define el marco perceptivo? Anómala se posiciona precisamente como una irrupción en esos límites, desplazando al lector a caminar en zonas de sombra, a leer desde el margen, a escuchar desde el silencio.
Su escritura, profundamente arraigada en lo testimonial y lo confesional, recuerda el tono incisivo de Braille para sordos, de Balam Rodrigo, libro que también establece un puente con la estética visual de Diane Arbus. Ambas obras, la de Ramos y la de su referente fotográfica, configuran un archivo emocional desde lo desviado, lo inquietante, lo que no encaja. En este sentido, no se trata de construir belleza, sino de escarbar en lo inasible, en el ruido y el temblor. La obra de Arbus se nutre de lo que el canon excluye: enanos, travestis, personas con discapacidad, niñas con mirada penetrante. Así también Anómala construye un espacio donde la voz poética se fragmenta y multiplica, se disuelve en lo que no puede ser contenido en una forma fija.
Un ejemplo notable es el poema que dice:
haré de cuenta que no me lees que no escuchas esta respiración que se agota este pálpito incorrecto mis manos sudorosas o ese tic en la comisura de mi labio
Este fragmento no solo habla desde la vulnerabilidad del sujeto, sino que lo interpela como cuerpo fallido, como superficie de ansiedad. La escritura se vuelve entonces un gesto casi performativo: no es la representación de un estado emocional, sino la puesta en escena de un cuerpo que se resquebraja frente a la mirada. La poesía aquí no busca consuelo ni redención, sino exponer el temblor. Al simular que el lector no está, la voz poética traza un vacío relacional, un hueco donde la comunicación es sospechosa, donde el lenguaje titubea. Y, sin embargo, esa vacilación no es debilidad: es una forma de decir desde el desacomodo, de volver visible lo que usualmente permanece encubierto.
El título del libro, Anómala, no es arbitrario ni decorativo. Funciona como declaración de principios. Lo anómalo, por definición, es aquello que se sale de la norma, que altera la regularidad. En términos filosóficos, lo anómalo interrumpe el orden del ser. Desde una ontología aristotélica, el mundo está compuesto por sustancias que poseen atributos estables. Pero cuando aparece lo anómalo —ya sea una experiencia mística, un evento paranormal, un cuerpo que no encaja en la lógica binaria de género o de salud—, lo que se rompe no es solo la categoría, sino el sistema que la sostenía. Azul Ramos lo entiende así: lo anómalo no es el margen, es la fisura que revela la precariedad del centro. En este aspecto, considero que el libro participa en el margen de la poesía documental, ya que el uso de un elemento como la fotografía de Arbus se vuelve participante activo de la voz poética.
Ramos quiere presentar un libro híbrido en su estructura y forma, por ello combina poesía lírica, narración testimonial, evocación biográfica y gesto teatral. Los apartados “A Allan Arbus, el verdadero cazador de monstruos” y “Las de voz de pájaro, Doon y Amy” reescriben los afectos y los vínculos familiares desde la distancia y la herida. Ramos logra, como Arbus en sus retratos, captar la soledad radical de los cuerpos incluso dentro de la familiaridad. La figura del padre, presente por su ausencia, por su huida, por su monstruosidad, no aparece como objeto de denuncia, sino como punto de inflexión en la construcción de la voz.
En esta línea, Anómala también se inscribe dentro de una genealogía de escritura femenina que se atreve a mirar lo prohibido, a decir lo indecible. No es casual que en varios pasajes la maternidad sea abordada desde lo ambiguo: dar vida no es aquí un gesto de plenitud, sino de confrontación. La poeta no romantiza el vínculo con las hijas, sino que lo problematiza: “papá decidió no estar / los ojos se le hundieron en sus cuencas / y se volvió su propio monstruo”. Este abandono no se interpreta como simple ausencia, sino como desaparición ontológica: ya no está, ya no es. El lenguaje mismo se rompe, y con él, la posibilidad de certidumbre.
Azul Ramos escribe desde lo fragmentario, desde lo que se descompone. En ese gesto, su poética coincide con el trabajo fotográfico que busca el instante donde el sujeto deja de posar y revela su monstruosidad. Es la fotógrafa que se hace monstruo para entender a los monstruos. En este sentido, la voz poética no es solo testigo, es partícipe. No hay objetividad ni distancia crítica. Todo en Anómala está implicado emocional y corporalmente: la poeta no mira desde afuera, sino desde la herida.
Y, sin embargo, el libro no se encierra en el yo. Muy al contrario, invita al lector a ser caminante, a convertirse en ese otro que recorre las imágenes, que escucha los tics nerviosos, que se incomoda. La experiencia de lectura se transforma en un trayecto emocional que desestabiliza: hay vértigo, pero también lucidez; hay dolor, pero también una ética de la mirada. La apuesta de Azul Ramos no es dar respuestas, sino sostener la incomodidad como forma de pensamiento.
En tiempos donde lo literario muchas veces se encierra en la comodidad del estilo o en el virtuosismo formal, Anómalaaparece como una fisura necesaria. Azul Ramos no solo escribe con la carne abierta, sino que exige al lector despojarse de sus seguridades. Porque lo anómalo no está afuera, en lo otro. Lo anómalo está en uno mismo, esperando ser nombrado. Y en ese nombrar, la poesía encuentra su posibilidad más radical: ser una ontología de la grieta, una estética del temblor, una política de la percepción.
En suma, Anómala no solo irrumpe como un gesto estético y filosófico de alto calibre, sino que consolida a Azul Ramos como una de las voces más presentes de la poesía contemporánea. Su capacidad para trazar puentes entre lo confesional, lo testimonial y lo ontológico le valió el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Mérida 2024, un reconocimiento que celebra no solo la contundencia de su escritura, sino también su valentía para habitar lo anómalo como una forma legítima —y urgente— de existencia poética. ⚅
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[Foto: Carlos Ortiz]
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