
Hace unos días el escritor Said Vladimir Ramírez presentó Los terribles blues de Guayaquil. El evento se realizó en el flamante y famélico Palacio de Cultura y estuvo amenizado, a manera de pozolería poética, por la insufrible Tuna Universitaria. Los tununeros fueron los encargados de abrir el evento y yo aproveché el patético “tuno musical” para ir a buscar un agua de maracuyá. Gracias al dios de los tuneros, que respeta a los disidentes que lo defenestran, volví sin escuchar un solo acorde de los simpáticos y risueños tunitas.
Una vez que los tunanitas terminaron tocó a los presentadores dar cuenta de sus lecturas y de las virtudes del autor, hablaron de lo mucho que ha madurado su trabajo, de lo interesante que es la novela, de las características principales de la misma. Se Habló de intertextualidad, aunque para mí Los terribles blues de Guayaquil más que una novela intertextual, es una obra que deriva de Kazbek y que a manera de esténcil guarda los andamios, la estructura, el motivo: escribir un libro de pequeño formato. A muchos les sonará poco original a otros ventajoso, incluso gandalla. A mí me vuela la cabeza. ¡Carajo! que entrañable es tener una relación tan directa con un libro y más si esta relación se hace evidente pues entonces la cosa se expande y lo propio se teja en el enorme tapete de la literatura. De chuleta tres quesadillas.
Cabe decir que Said es todo un personaje. Alto y desgarbado, su estampa semeja una interrogante, sus manos de dedos largos lo dibujan como un pianista que encontró el lápiz antes del piano. La primera vez que lo vi llevaba varios rollos de papel estraza apretados sobre el pecho, además de una libreta y una chamarra de un amarillo ictericia que le quedaba demasiado grande. Ese día hablamos de literatura y de esos libros clasificados como inclasificables Monelle, Me acuerdo hablamos de aquellos libros que hacen de la apropiación una propuesta: Estokolmo, El dragón blanco y otros personajes olvidados y hablamos de Pablo Palacios y de El cholo que se vengó. Yo le conté de Bolívar Bautista, un ecuatoriano que lleva más de mil noches contando cuentos. Él me habló de Kazbek y de Leonardo Valencia y quedé tan fascinado que llegué a mi casa y compré el libro y cuando llegó lo leí y quedé loco de sorpresa.
Said me pareció un poeta sacado de un libro de Roberto Bolaño, pues igual que los personajes del chileno, el vato vive dentro de la literatura, es un ser sumergido en un eterno viaje que tiene su horizonte en Ecuador. Un detective salvaje que amadriga y camina en un bosque de letras.
El joven o no tan joven escritor, primero habló de un arraigo “débil” hacia la ciudad, su familia y hacia todo el estado, habló del sobrevalorado Boom y dijo que antes de esos hermosos árboles había árboles más hermosos y más grandes y que estaban ocultos en lo más profundos del bosque y que esos árboles: más hermosos y profundos eran los sembrados por los escritores ecuatorianos, dijo también que él sólo leía escritores ecuatorianos, que sólo buscaba a escritores ecuatorianos, que admiraba a escritores ecuatorianos, que sabía cuántos escritores ecuatorianos hay en México, que se comunica con ellos, y dijo que el panorama literario de Guerrero y de México no le importaba, que nada le decía. Su universo está en Guayaquil, resumió. No tengo y no me interesa tener lazos con Guerrero. Soy un escritor cosmopolita y creo que eso le hace falta a la literatura. Yo tengo colegas, dijo, que hablan de sus abuelas, de sus pueblos, pero yo creo que hay que ser más cosmopolita. Seguro no ha leído a Volpi, a Palau, seguro no ha leído a Brenda Ríos ni a Oliver Terrones pensé, pensando en los escritores más “cosmos” del estado
¿Qué es ser cosmopolita? ¿No es acaso Pedro Páramo la novela más cosmopolita que se ha escrito en México? ¿No es nuestro escritor de mil nombres, y que llamaré Nepomuceno, quien bajo la máxima de Turgeniev “dibuja tu aldea y dibujarás el mundo” recorrió el mundo entero desde su obra? Aunque me gusta y creo en esa máxima, creo que las máximas y los consejos son inútiles cuando se intenta justificar una postura estética, pues estructura, tema y tratamiento, no son sino posturas estéticas. Lo bueno es que en Chilpancingo hay un chingamadral de escritores-lectores ecuatorianos interesados en la obra de Said, pensé.
Dicho discurso, más que una postura estética, me parece un síntoma propio de nuestro tiempo y a mí me hace eco en el “Yo ni los veo ni los oigo” de Salinas de Gortari. La simiente del neoliberalismo es el individualismo. Así pues, todos parecen querer caminar solos, escritores undedogs que esperan ser reconocidos como únicos, pues no conocen ni les interesa conocer a los otros. Carlos Feroz decía, en un texto de la semana pasada, que muchos escritores jóvenes no se interesan por nada ni nadie que no sean ellos mismos. Yo creo que el síntoma de “Yo ni los veo ni los oigo” no es propio de los escritores jóvenes, sino de una sociedad que carece de interés por el otro. El interés de todos no es sino el: uno dos tres por mí y por tres de mis amigos. Quizá por eso estamos encerrados en grupúsculos que amén de productos industrializados, solo consumen lo propio. Aquí no hay milpa, no hay ejido y menos hay tierras comunales; sólo son unos cuantos huacales donde nomás cabe lo de uno.
Me llamó la atención ver el lugar repleto y pensé, esta gente sí sabe convocar, pero a las tres me di cuenta que cuatro quintas partes del público eran estudiantes acarreados. No vi, otra vez, a ningún maestro de la universidad ni a jóvenes escritores ni al fantasmal público en general. Pero eso sí, más allá de la omnipresencia de Charlie y de Miguel, el recinto estaba a reventar.
La presentación terminó y antes de cualquier pregunta, diálogo o comentario los tunangueros empezaron su labor. Charlie salió corriendo, yo no pude escapar de sus acordes, me chuté sus chistes simples, me unté la mirada con su facha de estrellitas gachupinas que llegaron tarde y morenos a la santísima misión de su Madre patria. Sufrí el espectáculo tunero como si de una herida de un remanso de colonización se tratara, soporté a los tunaneros pues como un lector de Kazbek tenía que comprar Los terribles blues de Guayaquil y cruzar palabra con el autor para decirle que había leído a Kazbek y que me interesaba ver cómo había armado ese su libro de pequeño formato.
Luego, como soy de lento de entendederas, me quedé pensando en el desinterés que tenemos por el trabajo de los otros, en la pereza que nos da tejer nuevas comunidades para crear lazos en los que podamos reconocer el trabajo de los otros. Más que aldeanos, que es lo contrario a cosmopolitas, creo que somos isleños de nosotros mismos y que desde ahí postulamos nuestro desinterés, así lo hacen genios del tamaño de James Elroy y Natanael Cano. Así lo hicieron las leyendas Cormac McCarthy y el viejo lépero. Y así lo hacen Juan y también Nepomuceno. ⚅
[Foto: Carlos Ortiz]
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