Acabo de terminar La traición de Rita Hayworth, la primera novela de Manuel Puig. Cuando uno lee ficción lo que espera es que ésta se asemeje a la vida, que se acerque al modus vitae del lector de tal manera que nos sintamos identificados: vivamos la ficción. El libro me recordó a Boyhood. La película de Richard Linklater –subtitulada en Hispanoamérica: “momentos de una vida”- se filmó en el transcurso de once años, durante los cuales el protagonista, Mason, pasa de la infancia a la adolescencia entre un montón de situaciones típicas: divorcio, mudanza, amigos perdidos, primeros amores. Mientras que la ópera prima del escritor argentino tiene como protagonista a José Casals, Toto, en quien se centran las múltiples narraciones; a través de ellas acompañamos al primero infante y luego adolescente Toto, mientras deambula en un pueblo de Argentina, Coronel Vallejos, con una afición extraña para sus coetáneos -mayormente preocupados por impresionar chicas y “cogérselas”-: el cine.
Cuando uno lee ficción, decía, lo que espera es que ésta sea una analogía vital. Que en el juego de espejos que es la literatura ésta se parezca a la vida de tal manera que se vuelva una simplificación; una especie de resumen de la realidad. En casos como en La traición de Rita Hayworth, Boyhood, o la reciente obra colosal de Karl Ove Knausgård, Mi lucha, la literatura intenta ser una reproducción exacta de una vida, construyendo una especie de retrato hiperrealista que echa mano de recursos estéticos. ¿Embellecer la vida? ¿Reconstruirla? ¿Rememorarla? Platón decía que recordar es vivir, y no hay nada más acertado cuando la literatura se vuelve un ejercicio de la memoria que busca construir el presente.
Pero para embellecer la vida hay que fragmentarla, la memoria no es más que la discreción de los momentos vitales que fueron trascendentes o que volvemos trascendentes al rememorarlos. Escribir es volver trascendente lo que de otra manera pasaría al desván que el humano llama olvido. De esta manera el hiperrealismo que buscan estas obras se vuelve un mero pretexto estético para elegir, discernir, recopilar los fragmentos de una vida que la hacen narrable, legible, perenne. Contar una historia en tiempo real es prácticamente imposible y por supuesto, infinitamente aburrido.
Para la conformación del Yo como ser con sentido es necesario un Yo narrativo. Es nuestra memoria vital la que nos construye como seres humanos; pero ésa, la caja de recuerdos que llamamos identidad, es una caja selectiva que registra y saca a flote sólo los momentos que nos permitan configurar el relato de nuestra vida. Es en este sentido donde la literatura (novelística, fílmica, poética) puede retratar un rostro humano que sea narrable a pesar de estar fragmentado.
Boyhood se rodó en 39 días, que se distribuyeron en los once años que duró el proceso de filmación. La traición de Rita Hayworth abarca quince años en dieciséis capítulos que a su vez son reminiscencias que sólo en algunas ocasiones se refieren directamente al personaje principal de la novela. Lo que leemos en el libro de Puig son diálogos directos entre los personajes, monólogos que se asemejan al flujo de conciencia joyciano, fragmentos de un diario, una composición literaria de la preparatoria, una carta no enviada; en fin: todas esas narraciones periféricas que conforman la narración de un Yo que como primera sospecha se refiere al protagonista, luego a los personajes que subyacen el texto y por último al lector mismo.
¿Qué tanto de lo que leemos nos pertenece? Porque la literatura de la periferia es aquella que todos hemos transitado para llegar a nuestro propio centro vital, todos realizamos nuestra propia narración joyciana, y algunos llevamos un diario o escribimos cartas o e-mails, tal vez hemos escrito un cuento, un poema, o publicado un libro. Son esos textos anexos los que conforman el núcleo de nuestra realidad.
El collage de Manuel Puig es una de esas novelas “difíciles de leer”, tan acercadas a la vitalidad que nos defraudan si lo que esperamos de la ficción es una imitación de la realidad. No sabemos qué pasa en la gran mayoría del libro –al menos no a cabalidad-, pero ¿no es así la vida, esa incertidumbre, ese desasosiego? Vivimos a la periferia de nuestro Yo, nos narramos, somos legibles, y también lectores de nosotros mismos. ⚅
[Foto: Gonzalo Pérez]
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