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Paul Medrano

Mira, mamá, sin aleatorio


Con la petición de Adele a Spotify, luego de publicar 30, de eliminar la opción de aleatorio para sus discos en esa plataforma, resurge la posibilidad de revivir algo que parecía condenado a la extinción: escuchar un disco de pe a pa.

La maniobra de Adele no es inédita, ya son varios los músicos que se han volteado contra plataformas, ora por las bajas ganancias, ora porque consideran que no aprecian su música.

Lo interesante de esta decisión es que la tomó una cantante hipermediatizada.

Con todo y que a muchos no les agradó la idea, Adele consiguió su objetivo: su álbum es de los más escuchados en Spotify. Sus oyentes han tenido que chutarse “su historia” tal y como ella la concibió. ¿Ganó Adele? ¿Perdió el cliente? Eso depende desde dónde se mire.

La secuencia de los temas en un disco es similar al orden de los elementos y tonalidades en una pintura. Están ahí por una razón artística del autor. Puede que eso resulte inexpugnable para uno como simple espectador, sin embargo, gracias a esa disposición de elementos, es posible que podamos sentir algo.

Lo mismo ocurre o debería ocurrir con la música.

No redundaré en ese socorrido argumento de que los oyentes de antes eran mejores que los de ahora; sin embargo, tengo que reconocer que son asombrosas las modificaciones en las maneras de escuchar música. De ser una actividad pasiva (casi casi una expiación) frente a un aparato, pasó a ser móvil, cómoda. Va a donde vamos sin ser una carga o un estorbo.

Esta portabilidad trajo el modo aleatorio, que no es otra cosa que más que algo (¿alguien?) elige las canciones. De aquí y de acullá. La primera vez que vi esta función fue en un viejo discman noventero, pero donde ya me familiaricé plenamente fue con en el vetusto Ipod de principios de los dos miles, el aparatejo escogía de todos los temas guardados en sus portentosos 5 gigas de memoria interna. Ahora, en que casi todos los cacharros tienen conexión a Internet podemos tener acceso a listas infinitas de canciones.

¿Esto es malo? No. Pero trajo consecuencias. Ya no escuchamos discos, sino canciones. Antes también lo hacíamos: las disqueras y productoras elegían dos o tres temas del disco y las mandaban a la radio, a la tele. Pero al final, en su soledad, el oyente debía escuchar el disco completo. Escucharlo de pe a pa.

Tampoco se trata de deificar tiempos remotos. Hay muchas anécdotas de músicos que “rellenaron” discos con temas sacados de la manga, con reedición de sus propios temas o con canciones francamente malas. Sin embargo, en su mayoría, los discos-concepto están pensados como un todo, como un pequeño universo de poco más o poco menos de una hora. Imaginen cómo sería escuchar el homónimo de Audioslave (2002) empezando por la mitad (I am the highway) y no por el inicio (Cochise). Tal desorden debe ser motivo de malviajes traumáticos, similar a leer una novela con capítulos al azar.

Ahora, en esta época que parece que cada vez tenemos menos tiempo, la música parece orientada a convertirse en algo decorativo, en un elemento más de listas, de plataformas y aplicaciones que se amoldan a tus gustos, tus intereses y tus afinidades sobre tal o cual género o ritmo. Las canciones semejan pequeñas piezas de un lego personal que se arma y desarma de forma sostenida, dependiendo tu estado de ánimo, del tipo de reunión que pretendes amenizar o incluso de la fecha del año en que te encuentres.

Naturalmente, necesitaría estar muy pero muy pendejo para estar en contra de lo anterior. Como dije, cada vez es más cómodo escuchar música, lo cual nos permite escucharla en muchas de nuestras actividades de la vida diaria. Todo es más cómodo y más veloz.

Vivimos de prisa en un mundo rápido. Todo es fugaz, hasta la forma de escuchar música. Cada vez es más difícil escuchar una canción completa. Siempre tenemos la opción de adelantar. Adelantamos series, conciertos, conferencias, caricaturas, audiolibros y claro, canciones.

Muchos músicos ya no conciben discos como un concepto, sino como temas independientes que pueden ser aprovechados (económicamente, mediáticamente, coyunturalmente) en solitario y después reunidos, ahora sí, en una producción.

¿Es lo anterior un pecado u alguna omisión a la regla? Por supuesto que no. Cada quien es libre de grabar y tocar música como le venga en gana.

Pero debemos recordar que, al escuchar un disco de pe a pa, redescubrimos, reimaginamos y repensamos. En su novela Esperanto, Rodrigo Fresán hace un manifiesto contra el shuffle: “No hay un crescendo y no hay pausa para reflexionar acerca de lo que fue y acerca de lo que vendrá. Ahora todo se reedita con tomas descartadas y bonus-tracks que debilitan la idea de algo sólido, armónico y coherente. La idea de un principio y un final es necesaria. Por eso es tan peligrosa la tentación de esos canales emitiendo las veinticuatro horas sin minuto para la meditación”.

Es muy probable que los modos de consumir música cambien en los siguientes años. La digitalización y la urgencia de fórmulas que permitan mantener escuchas encontrarán nuevas formas de atraer oyentes. Mas por ahora, se agradece que haya creadores que antepongan el respeto a su obra, antes que recibir dinero a carretadas.

La decisión (y música) de Adele puede no gustarle a muchos, pero es innegable que su postura tendrá repercusiones y ajustes en la música digital.

Pero no teman, lo peor que nos puede pasar es que volvamos a la escucha de álbumes completos. Y eso, déjenme decirles, es algo muy placentero e inútil. Anacrónico tal vez, pero placentero. Y en estos tiempos de prisas mundanas, quién no busca un poco de placer.⚅

[Foto: Carlos Ortiz]

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