Una de las preguntas que me hago con frecuencia es ¿para qué sirve leer, si cada vez que voy leyendo me enfrento a una duda tras otra que cuestiona lo que sé y en algunos casos en lo que creo? Esto, por supuesto, no es responsabilidad del autor, sino de mi capacidad de ignorar mucho todavía. Entonces pienso que leer sirve para reducir un poco mi ignorancia, o siendo más positivos para ampliar el horizonte de mis conocimientos.
Es difícil comprender algunos textos sin referencias, por eso he dejado de leer algunos libros, porque simplemente no los entiendo. Para comprender lo que leo, intento situarme en un lugar que me oriente, busco el espacio y el tiempo de la historia, luego imagino lo que leo. Construyo mentalmente la arquitectura del lugar, el clima, el paisaje, la forma en que se habla, las cultura, la ropa, la comida. La lectura alimenta esta forma imaginaria que se vuelve mi historia y mis personajes, por eso se dice que leer es un acto íntimo y solitario.
El formato del libro es una plataforma de lectura distinta del cine, por ejemplo. En el libro hay que construir la escena en el cerebro, en el cine la escena ya está dirigida, su efecto está determinado por la apreciación más que por la construcción de la imagen. Pero es difícil imaginar aquello que no se es capaz de configurar. Requerimos de ciertas referencias para construir a la nieve sin haberla visto nunca en la vida real. Puedo decir en este momento la fría y blanca Siberia. Y, de algún modo, nuestro cerebro construirá escenas de planicies cubiertas de hielo. Es un día nublado, la nieve se arremolina en el viento que tensa el ambiente, no hay nada ni nadie en kilómetros a la redonda, lo más cercano a la vida es el bullicio del viento que ruge. Ahora, estamos en Rusia.
Imaginar es una de las cosas más maravillosas de nuestra mente, en la imaginación tiene lugar el futuro. Pero no se puede imaginar el futuro sin estas referencias del pasado. Las referencias que configuran tienen lugar en la experiencia ya sea física o espiritual. Pero siempre vendrán de nuestro pasado. Cuando se dice que quien no conoce su historia está condenado a repetirla, se refiere justamente a nuestra capacidad de imaginar el futuro debido a un conjunto de eventos y situaciones que nos han puesto en el aquí y el ahora. Eh ahí la relevancia de revisar con frecuencia nuestro pasado.
Luis Luna invita a revisar una parte de la vida de cuatro héroes nacionales, con las reservas que se han hecho sobre Agustín de Iturbide. Estamos hablando del periodo de la Guerra de Independencia de México y de la historia de cuatro personajes: Miguel Hidalgo y Costilla, José María Morelos y Pavón, Vicente Guerrero y Agustín de Iturbide. El libro abarca desde 1810 hasta 1831.
Lo complicado de lo que dije sobre la construcción de una historia en nuestras mentes, es deconstruir esa historia. Es decir, el periodo de la independencia es un momento histórico al que le hemos dedicado años de estudio en la escuela. Se nos han dado fechas, lugares y personajes que hemos interiorizado y que constituyen ya parte elemental de nuestra visión de país y, por supuesto, del nacionalismo que se ha defendido durante mucho tiempo. Entonces, leer un libro que cuenta una historia con tintes de novela, requiere, como todo deseo de aprender, tener la mente abierta para confrontarse con datos y sucesos que puede que no se vayan a contar como se nos han contado.
Así entré a Pasión y muerte de los cuatro padres de la patria, con la mente abierta. Primero me encontré en el prólogo el nombre de Vicente Guerrero Rodríguez, y yo dije, ah, caray, qué pasó ahí, no que era Saldaña. Porque claro, también pasa que con todas las referencias uno ya no lee tan ingenuamente, más si hemos desarrollado esa capacidad de poner todo en duda. Falsable, diría la epistemología, para justificar nuestras ganas de estar todo el tiempo en contradicción.
El libro inicia con Miguel Hidalgo y el grito de Dolores. Habla de lugares y personas que lucharon con él; sus dudas y algunas de las razones para decidir lo que decidieron al buscar la libertad en este país. Luego sigue José María Morelos y Pavón, un ideólogo, pero además un estratega militar, quien convoca al Primer Congreso de Anáhuac, donde se promulgan los Sentimientos de la Nación, un documento fundacional de este país, que también, hay que decir, tenía todo el espíritu de la religión que reducía el derecho actual de profesar la fe que mejor nos guste. Pero vamos a leerlo en su tiempo y, por lo tanto, como un avance.
Algo que me resultó interesante de estos personajes, es que en esta historia, Hidalgo y Morelos lloran mucho, sobre todo Morelos. Es curioso porque la construcción del héroe y de nuestro machismo no permite que los hombres fuertes y valientes lloren, sin embargo, aquí, los héroes lloran. Lloran incluso algunos miembros del ejército cuando Vicente Guerrero le dice a su padre que no aceptará el indulto que le ofrecen por dejar la lucha. Guerrero es el tercer personaje de esta historia. Y por último Agustín de Iturbide, a quien, después de leerlo aquí y sin poder negar sus esfuerzos por conciliar a este país, es el único conservador de los cuatro. Iturbide pacta el fin de la guerra con Guerrero, adhiere al grueso de los ejércitos realistas, surge el imperio mexicano y se convierte en emperador de México, contrario al objetivo primario de construir una República. ¿Qué esperaban?, me dije yo, es como pensar que los priistas van a cambiar de principios sólo por afiliarse a Morena.
Mi personaje favorito fue Guerrero, no porque estemos aquí, nada gana con mi recomendación si ya está muerto. Tampoco vivo, pues. Fue aguerrido e idealista, después de ver cómo el nuevo gobierno había creado una corte con los mismos privilegios y privilegiado que la lucha de independencia se propuso acabar, se opone al imperio.
En el libro desfilan muchos lugares que se encuentran en Guerrero, y que desconocía como lugares que fueron escenario de la historia nacional. Eso para mí es un descubrimiento.
Tengo mis reservas con el papel que tienen las mujeres en esta historia, porque desde mi lectura todas se reducen a cumplir el deseo sexual de los hombres, ni siquiera aparecen físicamente sino a través de la imaginación y la fantasía. Ana María Haute y la Güera Rodríguez aparecen el día de la coronación, y en el exilio de Iturbide. Pienso que si se hubieran quitado las escenas sexuales, no se altera en nada la confección de este texto. Esta observación es una oportunidad para explorar la visión de estas mujeres, preguntarnos, ¿cómo era Morelos desde los ojos de Brígida Almonte o de Francisca Ortiz?, ¿cómo concebía María Guadalupe Hernández a Vicente Guerrero?, ¿acompañaron decisiones cruciales para el curso de la historia? ¿Qué pasó con ellas después de la muerte de estos personajes?
Como todo acercamiento al conocimiento, Pasión y muerte de los cuatro padres de la patria, me generó dudas sobre lo que sé, y para mí la pregunta siempre es mejor que la respuesta, porque buscar esas respuestas implica un compromiso conmigo mismo y la aventura del conocimiento sobre nuestro pasado. A partir de esta lectura he buscado otros artículos y libros sobre la independencia y sus personajes. La historia, como el mundo, es conocimiento en movimiento. Nada sobre nuestro pasado está totalmente dicho y si un libro como este nos mueve a buscar otras fuentes de información y a replantearnos nuestro conocimiento histórico, entonces ha cumplido su misión: ponernos en duda. Y sólo por eso vale la pena ser leído.
[Foto: Carlos Ortiz]
*Reseña del libro Pasión y muerte de los cuatro padres de la patria, de Luis Luna.
Comments