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David Espino

Nueva elegía para chicos criminales

Actualizado: 31 mar 2022


En su relato Elegía para un bandolero, Gabriel García Márquez narra cómo Lamparilla, muerto a balazos en una reyerta de colegas, llegó a las puertas del infierno y el portero, un demonio enano y parsimonioso, le preguntó sus particulares. Nombre, ocupación, causa de muerte. Entre cada pregunta pasaron siglos. Cuando el difunto respondió que era criminal y que la causa de estar ahí era por “muerte natural” el demonio lo vio de reojo, receloso. Divisó los múltiples agujeros de su ropa causados por las balas, y anotó en un libro de actas tan antiguo como el tiempo sin preguntarle nada más.

El demonio habrá entendido que no podía haber otro modo de morir de un bandido más que a balazos, y que no habría otra muerte más gloriosa que esa. Nada de morir en la decrepitud, postrado sin poder mear a causa de un cáncer de próstata o conectado a una máquina de oxígeno a causa del enfisema pulmonar por tanto fumar. Eso hubiera sido indigno de un bandido merecedor de ser recordado. No sé bien a bien en qué termina el relato de García Márquez —hace mucho que lo leí—, ni siquiera si va con la puntualidad con la que lo estoy contando; creo que el narrador regresa el foco a la Tierra, donde apenas han pasado unas horas, en medio de un cortejo fúnebre rumbo al panteón.

Como quiera que sea, el relato me hizo recordar el caso de los chicos que caen a la cárcel acusados de secuestro, casi todos muy jóvenes, en los 20 si acaso, y me pregunto si creen, ellos, que ese debe ser el fin natural, digno, de un secuestrador. Si ellos creen que ese es el fin que de todos modos les esperaba ni tan pronto se decidieron a embarcarse en tamaña cosa.

Y me recordó un caso más específico. El caso de la banda que fue detenida en Acapulco a finales de febrero pasado por una mala jugada de la suerte. Sarah, Gustavo, Jorge, Miguel, Gabriel, Bianca y Juyn ahora en la cárcel por el secuestro de un exfuncionario municipal, Alfonso Galeana Salas cuando, por pura suerte, logró tirarse de un coche en movimiento mientras era trasladado por la Costera a otra casa de seguridad.

Me los imagino haciendo planes, confiados que todo saldría bien. ¿Por qué tendría que ser de otro modo? Son jóvenes, bellos, inteligentes. Me imagino a Sarah, temerosa ante el novio; y él, Gustavo, calmándola, abrazándola, diciéndole que nada pasaría, que sólo sería por esa vez y luego huirían a las Bahamas. Me imagino a Bianca y Juyn en la misma situación. No hay más información de ellos, sólo que Bianca es cubana y Juyn coreano. Me los imagino diciendo que lo intrépido es tirarse al vacío sin protección que ya en la caída aparecerá el paracaídas.

Las cosas no siempre pasan como en las series de Netflix, por lo visto, pero los otros tres implicados —acapulqueños nativos, dice la información— tal vez pensaron que no tenían nada qué perder y se tiraron como los otros. Al vacío. Sin paracaídas. No es la primera vez que una banda de jóvenes acapulqueños cae a la cárcel por el delito de secuestro. El penal de Acapulco está llena de ellas. Sólo que no hay culpables en la cárcel.

Hubo otro caso bastante conocido en 2013, con nombre, leyenda y todo. Los Kaori. Puede resumirse así: eran veinteañeros, estudiantes todos del Tecnológico de Acapulco que secuestraron y mataron a varios de sus mismos compañeros. Dentro, en la cárcel, digo, hasta se decía que Cahory, la única mujer en la pandilla, seria, más bien ensimismada pero fuerte, buena para el boxeo —y por la cual se le puso el nombre a la banda—, incluso iba a los velorios a dar el pésame a los deudos.

Me pregunto si todos estos muchachos en realidad se preguntaron eso, si terminarían donde están, y si saben que por secuestro pueden estar encerrados, en el mejor de los casos, 40 años y hasta 60 en el peor. Y me pregunto si ellos creerán que no hay forma más digna de acabar de un secuestrador que purgando una pena que les consumirá sus vidas —en vez de consumir sus vidas frente a un escritorio, en una oficina; o envejecer frente a un volante— y, si acaso salen, nunca más volverán a ser los mismos.

Pero sólo me lo pregunto. Si tan solo hubiera forma de acercarse a ellos, entrar en sus vidas y saber por qué lo hicieron. Si es que lo hicieron. Si tan sólo una instancia, un algo, hiciera ese trabajo y desmadejara los temores de todos estos chicos cuyas vidas en apariencia asomaban venturosas. Sarah, era estudiante y hasta donde se sabe bailarina de danza contemporánea. La habían reportado desaparecida hasta que la presentaron como detenida, lo mismo que a su novio, Gustavo. Me pregunto en qué estaban pensando, también, Juyn, Bianca, Jorge, Miguel, Gabriel.

Pero, digo, sólo me lo pregunto.⚅

[Foto: Carlos Ortiz]

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