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Paul Medrano

¿Para qué sirve un poeta?


Si respondemos a esta interrogante desde la lógica de la inmediatez que domina al mundo actual, diríamos que para nada. La poesía no detona la economía, no motiva la inversión extranjera ni genera empleos directos o indirectos.

La poesía surgió hace unos 5 mil años y nunca ha traído riqueza económica para ningún pueblo. Sin embargo, a pesar de esa aparente inutilidad, aún existe. La poesía ha sobrevivido a guerras, a pestes, a dictadores o cambios climáticos.

No queda mucho, en cambio, de los grandes imperios como el de Ur arrasado por los elamitas, el de los Incas exterminados por Pizarro o el de Narmer cuando unificó al Alto y al Bajo Egipto.

 Tal vez se deba a que la poesía es la expresión más humana de todas las artes. No requiere pinceles, máscaras o material de construcción. Trabaja con el saber primigenio y al mismo tiempo el más fugaz de la humanidad: la palabra. Quizá por eso la poesía tiene la habilidad de trastocarnos y trascender a la vida, incluso a la vida del autor, incluso a la vida de un imperio.

Conocí a Jesús Bartolo hace unos 22 años, durante la presentación de uno de sus primeros libros: Poemas para besar una espalda. En esa época éramos, según sus propias palabras, “hermosos como caballos de cuadra pintados al óleo”.

 Teníamos amigos e ilusiones en común: éramos una runfla de chamacos que soñaban con beber y escribir. No viene al caso dar constancia hoy, del empeño que pusimos en ingerir bebidas espirituosas. Sin embargo, sí puedo decir que Bartolo ha escrito mucho y lo ha hecho a conciencia.

Si menciono la escritura de Jesús Bartolo, lo digo para resumir una extensa y premiada trayectoria. Hablo de 28 años de carrera literaria, de al menos 17 poemarios, numerosas antologías y otras tantas plaquettes. Hablo de un puñado de artículos literarios publicados lo mismo en diarios, que en revistas, semanarios digitales o impresos. Hablo de una vida ecuánime con su obra, transparente y sincera, va, como dijera otro gran poeta guerrerense, “desafiando al destino de frente”. Pero sobre todo, hablo de un hombre que un día salió de Atoyac, pero Atoyac nunca salió de él.

Siempre he tratado de celebrar y difundir el quehacer poético de Jesús Bartolo. Como guerrerense y como lector más o menos serio, es lo menos que puedo hacer. Pero siento que no hemos hecho lo suficiente. Y eso es un tema lastimosamente real: en Guerrero no leemos a nuestros poetas. No los valoramos. Es más, ni siquiera los conocemos.

Guerrero, y en específico Atoyac, tienen una deuda literaria con Jesús Bartolo. El poeta ha hablado mucho de Atoyac, pero Atoyac ha hablado muy poco de Jesús Bartolo. Versos suyos deberían estar inscritos en calles y plazas de esta ciudad. Algunas reediciones de sus obras debieron haber germinado bajo este cielo. Inaugurar el Bando Bartoliano o jornadas de poesía, ya deberían ser una tradición.

Asimismo, creo, todo el municipio debería estar leyendo a Jesús Bartolo. Y no solo porque es el poeta vivo más importante del estado de Guerrero. Tampoco porque es un escritor respetado y celebrado a nivel nacional. No deberían leerlo porque posee una de las voces más peculiares, reconocibles y únicas dentro del mundo poético (un mundo, por cierto, plagado de imposturas, quedabienismo y falsos cánones).

No. No solo por eso.

Deberíamos leerlo porque en la obra de Bartolo podemos llegar a reconocernos. Encontrarán a la abuela, a la tía o al primo ausente. Volverán al fogón de la casa, bajo un aguacero de septiembre. Sentirán los céfiros que nacen de los mangales cuando empieza a atardecer. Escucharán el grito del vecino que murió hace décadas. Observarán el tenue vapor que sale del café caliente. Leer a Bartolo es meter la cabeza en una pila rebosante de agua.

¿Por qué?

Porque en su obra se reivindica el complejo devenir costeño. Porque ahonda, desde el noble oficio de la poesía, en las heridas que nuestro sistema político, social y económico no han sido capaces de sanar. Porque rescata una musicalidad idiomática valiosa y tupida como la costeña. Porque nombra y recrea imágenes que lo mismo nos deslumbran, incitan, atemorizan o entristecen.

Pero sobre todo, porque reconstruye una tierra poética basada en el Atoyac de sus recuerdos. En ese Atoyac, hay que decirlo, hay olores a pan y café con leche, a tierra mojada, a sudor añejo y frutas tropicales. También hay acongojamiento, soledad, nostalgia o tristeza.

 Los mejores libros no son los que más se venden, ni de los que más hablan. Los mejores son aquellos en los que podemos llegar a ver un reflejo de nosotros. El autor deja un poco de él en cada página. El lector deja otro tanto con su lectura. Con el tiempo, el libro deja de ser un objeto y se convierte en una manquesca luminosa que nos alumbra en las noches más oscuras. Después de todo, según Baudelio Camarillo, “la mano del poeta enciende lo que toca”.

El pasado 27 de octubre, Jesús Bartolo fue condecorado con el premio al mérito civil Juan Ruiz de Alarcón, en la categoría de Literatura. Durante la ceremonia, el conductor dijo que se le entregaba el galardón por sus aportaciones a la investigación y la educación. Nada le costaba decir que es el poeta vivo más importante en el estado de Guerrero; que Bartolo posee una trayectoria literaria de casi 28 años, 17 libros publicados por editoriales de varios estados del país y que ha obtenido algunos de los premios de poesía más importantes en México. O pudo haber dicho que es una figura que ha servido de ejemplo para las nuevas generaciones de escritores, tanto en Guerrero como en otras partes del país.

Pero no. Le entregaron el galardón y casi casi lo conminaron a regresar a su casa, pues el gobierno del estado ni siquiera pudo invitarle un almuerzo, una habitación de hotel o los boletos de su traslado. De parte de la Secretaría de Cultura del estado de Guerrero, no hubo una sola mención en sus redes sociales a la premiación de Bartolo.

Pareciera que esta administración le hizo un favor a los galardonados, pero no vislumbran que podría ser al revés. Lo paradójico de todo esto es que, el poeta guerrerense más importante de la actualidad, nunca ha sido publicado por el estado que ahora lo premia.

Parece que nadie es profeta en su tierra. Poeta, tal vez sí, Jesús Bartolo es la prueba de eso.⚅

[Foto: Carlos Ortiz]


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