¿Qué puede incitar a un cinefotógrafo reconocido y premiado a salir de su zona de confort - como se dice en el argot- a sabiendas de que la espada de Democles está pendiendo de un hilo sobre la silla del director? Si a lo anterior se suma que su ópera prima como director es la adaptación de un clásico de la literatura ya universal del siglo XX, multitraducido y multielogiado, pues no queda más que colegir que se trata de un kamikaze del séptimo arte. Sin embargo, Rodrigo Prieto después de colaborar con magistrales directores, él último fue Martín Scorsese en la película Los asesinos de la luna (2023) y teniendo total control de la cámara y de la luz, confió en que podía realizar la tercera adaptación de Pedro Páramo (2024) de la novela homónima del escritor Juan Rulfo publicada en 1955 como libro después de tres avances de la obra en revistas.
Los que escribimos sabemos que lo más importante no es lo que se cuenta, sino cómo se cuenta. La impecable fotografía y el apego fiel a los diálogos del libro podían asegurar cierto éxito si se contaba con los actores adecuados. Si bien la historia no se trata más que de un cacique que tiene el total control de sus tierras y de las vidas que habitan en ellas -lo que es esperado-, el relatar la historia desde el inframundo le valió a Rulfo el reconocimiento pues rompió con las narrativas de la época en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. Hay que reconocer que no fue el primero que bajó al mismo infierno e hizo hablar a los muertos desalmados (sin alma), ya Dante lo había hecho varios siglos antes en la Divina comedia. Tampoco Rulfo fue el primero que escribió la extinción de un pueblo por el amor no correspondido del cacique que podríamos ver en alguna telenovela, no, las anécdotas no son lo más importante en la obra del escritor jalisciense, lo fuerza poética de las imágenes es lo valioso de su propuesta y por lo mismo el reto de quien intente trasladar la simbología en actuaciones. La imposición de la imagen en el cine imposibilita ciertas acotaciones como: “Y se disolvieron como las sombras”, “Sintió la envoltura de la noche cubriendo la tierra”, “El padre Rentería dio vuelta al cuerpo y entregó la misa al pasado”. Las acciones se pueden filmar, pero van más allá de una puesta en escena, en ocasiones hay que darles sentido por el conocimiento que se tiene o por las intenciones. En su lenguaje la película tiene aciertos como la secuencia inicial cuando Juan Preciado se encuentra con Abundio Martínez y este le señala dónde está Comala, la fotografía es tan memorable como el texto de la novela. O cuando Miguel Páramo cree que se le perdió el pueblo y va a buscar a Eduviges porque no sabe que está muerto. Por su parte los efectos especiales abonan a la complejidad cuando la cámara en plano nadir capta el sobrevuelo de la mujer sobre Juan Preciado mientras está tendido en el suelo, una combinación de Eva y Era que copuló con su hermano (a) Donis para poblar Comala, pero que el pecado la tiene rellena de lodo que se le desbordará del cuerpo hasta fundirse y expulsar a Juan Preciado de su lecho a otro espacio-tiempo.
Huelga decir que Rodrigo Prieto ha demostrado ser uno de los mejores con la cámara por ello la belleza de la fotografía con la que logra la atmosfera escalofriante donde se siente la presencia envolvente de la Muerte y la temperatura abrazante como la de un comal en la lumbre, tanto que los muertos que llegan al infierno regresan a Comala por sus cobijas, de ahí la feminización del sustantivo náhuatl comalli. El paneo de la cámara a distintas velocidades nos lleva de la luz a la sombra, del presente al pasado, de los vivos a los muertos. Transporta al espectador a través del deslizamiento a sucesos ocurridos en distintos tiempos y espacios, pero que con pericia logra encadenar sin perder la hilaridad de la historia que al principio parecían dos, la de Juan Preciado y la de Pedro Páramo, pero que la primera se fue desdibujando hasta quedar en un murmullo de interlocuciones para reforzar la figura del cacique.
La peculiar combinación entre los diálogos del objeto real (libro) llevados al objeto interpretado (película) es lo que divide las opiniones de expertos y cinéfilos. Los que hemos leído y releído la novela tenemos una visión etérea de los personajes, cada quién tiene un Pedro Páramo y una Susana San Juan en su imaginario que bien puede ser opuesto a los elegidos en el casting y eso, sin remedio, le resta puntos a la producción. Sin embargo, ver la película sin antes leer el libro corre el riesgo de la incomprensión, pues los cambios espaciotemporales son confusos y hasta el final puede entenderse a dónde nos lleva la trama, la razón de la desgracia de la extinta Comala, pues antes del fatal desenlace solamente serán ecos y murmullos de muertos atormentados. Quizá, tendría mejores críticas si Mateo Gil hubiera tenido la libertad creativa en el guion, los diálogos serían menos escuetos. Lo que funciona en la lectura no lo garantiza en lo audiovisual, por eso se perciben los personajes acartonados, pues los diálogos marcan el ritmo de sus movimientos, son tan breves que a veces solo permiten el movimiento de los labios, sin embargo, las actuaciones no quedan a deber, cada uno entendió a los personajes de Rulfo y los encarnó. Odio, venganza, olvido, incesto, amor, arrepentimiento, violencia, tristeza, abuso, mentira, deseo, pecado, miedo, vejaciones, locura, pero sobre todo muerte define Comala, un pueblo chico, pero un infierno grande donde penan un gentío de espectros cuyas almas necesitan rezos para salvarse.
Apreció la película como proceso creativo, es la interpretación estética de Rodrigo Prieto que primero absorbió en la conciencia el concepto del texto de Juan Rulfo y la reinterpretó para luego materializarla en un filme desafiante. No se trata de repetir lo que ya está escrito, sino de darle una nueva dimensión artística a lo ya existente, en este sentido creo que lo logra. Me sumo a las voces que motivan a verla para que cada uno forme su propia opinión. Acaso esta versión le haya sacado una sonrisa al alma de Rulfo. ⚅
[Foto: Gonzalo Pérez]
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