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Daniel Fragoso

¿Qué hubiera pasado si aquella noche alguien hubiera tenido un smartphone?


I

No fue la voz ronca del Cholo la que me despertó. Tampoco fue el ruido de la música del crack-ups morado. Fue el perro frío de la madrugada el que me orilló a abrir los ojos. Me levanté de entre los muertos y anduve, básicamente tambaleante, pero me recompuse mientras el Mutante me decía: ¿Qué pasó mi chingón? ¡Ahora sí se te pasaron las cucharadas! Al tiempo en que me destapaba un barrilito con la punta metálica del cinturón de seguridad del automóvil. Entonces, el Cholo volteó para preguntarme: ¿No te duele la espalda? Estuvo bien bueno el madrazo que te metiste. A lo que respondí: “inconsciente e instintivamente, creamos para encajar en formatos preexistentes”.

II

Durante años sólo me interesó el Hip Hop, por eso no me da pena decirlo: a David Byrne lo conocí una semana antes, cuando junto con el Cholo, el Mutante, Ivanol y yo, fuimos al D.F. a la presentación de la reedición digital de la película Stop Making Sense. Y después de eso, durante años, sólo se quedó en mi cabeza su nombre porque era el líder de los Talking Heads y tenía una disquera de música del mundo.

Hasta que publicó su magnífico libro Cómo funciona la música donde afirma verdades como puños: “El contexto determina en gran parte lo que se escribe, pinta, esculpe, canta o ejecuta. Esto no suena demasiado a percepción, pero en realidad es lo opuesto a la creencia común, que mantiene que la creación emerge de una emoción interior, de pasiones o sentimientos que afloran; que el ansia creativa no transigirá con compromisos y tiene simplemente que buscar una salida para ser escuchada, leída o vista.

“La versión aceptada sugiere que una extraña mirada se dibuja en la cara del compositor clásico y este empieza a garabatear furiosamente una composición elaborada a la perfección que de otra forma no habría existido. O que el cantante de rock and roll, poseído por pasiones y demonios, engendra esa asombrosa y perfecta canción que tenía que durar tres minutos y doce segundos, ni uno más ni uno menos. Esta es la noción romántica de cuán creativa llega a ser una obra, pero creo que el proceso de creación se aparta en casi ciento ochenta grados de ese modelo. Pienso que, inconsciente e instintivamente, creamos para encajar en formatos preexistentes”.

III

Salimos del Rexo y un Jetta blanco que estaba aparcando el ballet parking casi termina conmigo. Si no es por Ivanol que jaló mi jersey de los Yankees, mis huesos hubieran terminado esparcidos en esa calle de la Colonia Condesa. Después, caminamos derecho al apresurado ritmo del Cholo, quien ya había cruzado la calle y estaba subiéndose a un taxi con destino al centro. Apretujados, le pregunté a Cholo a dónde íbamos y me dijo sereno: “espera y aprende, te voy a llevar a conocer el verdadero underground de la Ciudad de los Palacios. Vamos a ir a la Perla, para que aquí nuestro amigo el Mutante baile con sus amigos travestis y le canten Dr. Psiquiatra”.

De camino a la calle de Cuba, Cholo convenció al taxista de pararse en un Seven Eleven para comprar cervezas y como el Barquero de la Muerte ordenó el curso al conductor para llegar en el menor tiempo posible; al bajarse, los de la entrada lo saludaron como el parroquiano que era, se acercó a la barra y le pidió a Dj Franky una canción de Paulina Rubio y cuatro cubas de Habana tres años con coca y tehuacán. Lo siguiente lo recuerdo entre las puertas del infierno, bailando en una pista de filos dorados y viendo de frente al Diablo y a una Sirena, sin saber qué canto seguir primero.

IV

Cholo le arrebató el micrófono de las manos al Mutante para que dejara de decir tonterías y en un inglés fluido le preguntó a David Byrne sobre el futuro de la música en Latinoamérica. Después le dijo si estaba contento en México y por último le preguntó si aún le quedaba el traje de la película y si volvería a usarlo. Eso, quizá, fue lo más sensato que hicimos aquella noche.

V

Cuando no tengas donde ir

Cuando te sangre la naríz

Cuando te duela la cabeza

Y se termine esa cerveza.

Cuando las alas de tu avión

Se derritan sin razón

Y el cáncer de la soledad

Te haya matado en la ciudad.

Yo romperé tus fotos

Yo quemaré tus cartas

Para no verte más

Para no verte más…

Eso es lo que más recuerdo de aquel cambio de día, las palabras de la Mosca Tse Tse zumbándome en la cabeza en la bifurcación de las calles Ciprés y Norte 1, mientras Cholo, Mutante y yo le dábamos fondo a unos barrilitos que parecían interminables.

VI

En el Rexo bailamos salsa con actrices de Tv Azteca, cantamos a los Orishas; el Mutante se bebió hasta el agua del florero y el Ivanol terminó haciéndose amigo de la novia del dueño del bar, todo mientras Cholo bebía en la barra con unos cineastas que años después serían muy famosos mundialmente. O bueno, eso es lo que me dijeron, porque la verdad no recuerdo mucho sobre aquellos minutos. Salvo aquella frase que me dijo Cholo o me enseño Byrne y que aún me persigue: “inconsciente e instintivamente, creamos para encajar en formatos preexistentes”.


VII

Quizá, si alguno de los involucrados aquella noche contara esta historia podría hilvanarla mejor. Decir por ejemplo que rodé por las escaleras del Dada X y que nos comimos como 30 hotdogs afuera del mismo antro. Qué perdimos a Ivanol y no supimos de él hasta la mañana del lunes siguiente a la fiesta. Que todos malacopeamos durísimo desde la conferencia de prensa de David Byrne. O tal vez, afirmar que no fue Cholo quien manejó de regreso sino un Mutante que sacó súper poderes y nos teletransportó a la esquina de la casa de mis padres. Quizá pueda alguien datar estos hechos. Lo que sí es verdad, es que todo sería muy distinto para el fin último de esta historia, si alguien nos pudiera decir: ¿Qué hubiera pasado si aquella noche alguien hubiera tenido un smartphone?⚅

[Foto: Carlos Ortiz]

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