top of page
Buscar

¿Qué será de ti, pueblo mío?

Adriana Ventura

Llegamos en auto un domingo por la mañana. Siento tanta alegría que quisiera dar saltitos en mi asiento. El entronque que lleva a Zumpango, las gaseras, las vulcanizadoras. Esta vez, una camioneta de la Guardia Nacional da paso a los automóviles que llegan de Ciudad de México. Para un montón de gente, Chilpancingo es el lugar donde se pasa a orinar antes de llegar a Acapulco. Para mí, es el sitio donde vive mi mamá, mis hermanos, mis tías, mis sobrinos. Donde está enterrada mi abuela materna. Donde se desayuna atole de grano con torrejas, se cena taquitos dorados con su consomé o chalupitas o picadas (no sopes como les dicen en CDMX) porque acá no hay tanto pudor y la moral tiene otros matices.

Reconocí la novedad de un restaurante cercano al panteón nuevo, donde hace años enterramos a Edgar, mi vecino y amigo de infancia. En Chilpo, la gente suele ubicarse así, sin dar nombres específicos de las calles. Las coordenadas obedecen a los nombres de las tiendas, de los edificios, de sitios emblemáticos como el mercado nuevo o el de Los Ángeles.

Ese domingo salimos del bulevar y entramos de lleno a la ciudad. Nos topamos de primera con la estatua de Nicolás Bravo, tapizada de rostros y una gran lona de una asociación de búsqueda. Son de personas desaparecidas. Tantos. Siento un estremecimiento. Avanzamos por el mercado, subimos hacia la casa de mi madre.

Pienso en mi primo Rafa, uno de esos miles de desaparecidos. Un secreto a voces en mi familia. Su ausencia repentina en fiestas familiares, incluso en las conversaciones, la respuesta en susurros sobre la redada que hubo en el bar donde trabajaba, la preocupación de su papá y el miedo por el resto de sus hijas. Mejor no decir nada. Hacer como que la vida sigue y sigue, pero con una sombra, una tristeza muy honda. No solo nos quitaron a Rafa, sino también la posibilidad de nombrar su ausencia.

Es el día del Pendón, la festividad más importante en Chilpancingo. Se trata de un recorrido por las calles centrales y culmina en la plaza de toros con el enfrentamiento entre los tigres de los cinco barrios principales. Hay danzas, música de viento, máscaras y mucho mezcal. Conforme nos acercamos a la casa, vemos a la gente en grupos caminando hacia el centro. Van de gala, familias con niños y niñas. Parece que hay calma en el ambiente, pero es solo en apariencia. Todavía se percibe el luto por el asesinato del presidente municipal Alejandro Arcos, la noticia que conmocionó a todo el mundo, en Guerrero y en todo México.

Hace quince años que no vivo en esta ciudad, pero tengo muchos amigos aquí. Toda mi familia materna. Recibo noticias de primera mano, porque así hace la gente que emigra. Vivimos como en dos dimensiones. Habitamos el lugar al que llegamos sintiéndonos extraños y estamos pendientes del lugar de donde venimos para no perdernos. Vengo con frecuencia y en cada visita vuelvo a los mismos temas. Con la familia, con los amigos y amigas: una ciudad devastada por la delincuencia, sin servicios, sin opciones.

En Chilpancingo no hay servicio de agua potable en las colonias populares, la gente tiene que comprar pipas, reciclar el agua y potenciar su uso al máximo porque no queda de otra. En Chilpancingo no hay servicio de recolección de basura; si las familias se quieren deshacer de sus desechos, tienen que pagar el servicio privado conocido como La basura jefa. En Chilpancingo no hay más que un parque recién remodelado para atender a una población de 283 mil 354 habitantes. En Chilpancingo se va al mercado muy temprano si se quieren conseguir productos de calidad a un precio razonable. En Chilpancingo la gente trabaja y se va a guardar a sus casas. En Chilpancingo la ciudad se apaga a las nueve de la noche porque quién sabe qué pueda pasar después.

Transcurrió una semana o más. Perdí la cuenta de los días. Visité amigos en sus casas, en cafeterías. Amigas vinieron a casa para verme. Hicimos nuestra visita tradicional al zoológico, a los pueblos de alrededor: Tixtla, Chilapa. Pude ver de cerca las fichas de búsqueda, fotografías de personas en un árbol del centro: hombres y mujeres que no han vuelto a casa desde hace un mes o desde hace once años. Personas que desaparecieron en todas partes: en Tecpan, en Chilapa, en Ocotito, en Iguala, en Acapulco. Leo sus nombres, sus señas. Los mensajes de sus familiares. Se les espera en casa, no importa el tiempo que ha transcurrido, se les espera. No quiero ser omisa, ser quien guarde silencio también.

La vacación llega a su fin. De este lugar me he ido muchas veces. Me fui alguna vez ilusionada, herida, triste, llorosa, enojada, aliviada. Me voy ahora con el corazón henchido de cariño. Ya se sabe, los espacios que una ama y recuerda no siempre son compatibles con la realidad. El Chilpo de mi memoria es mágico, a pesar del río de caca que lo atraviesa, de la carencia de oferta cultural y mínimas opciones para vivir. No me explico por qué. El Chilpo de la vida real es un escenario del apocalipsis zombi, como dicen Gloria y Emiliano. Un pueblo aguijoneado por todas partes.

[Foto: Carlos Ortiz]

 
 
 

Comments

Rated 0 out of 5 stars.
No ratings yet

Add a rating
bottom of page