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José Agustín Solórzano

Ser el río, no la corriente


Uno de los problemas con la mayoría de los ciber-activistas (meme-activistas, tweet-activistas) es su obsesiva manera de quejarse de todo lo humanamente quejable: “Que si se murió la Jenni por qué no se acuerdan de la muerte de Fuentes, o que Márquez, luego de dejar como alfombra oriental a Pacquiao, aún se queja de su robo pero le dedica el triunfo a un presidente que se robó la silla”.

Que no se me malinterprete que, aunque bien sí es algo malintencionado mi comentario, no soy una bestia capitalista que consume todo lo que tras las vitrinas se me ofrece. Incluso, la pobreza me ha llevado a consumir menos aún que quienes se dicen socialistas.

El punto es: de todos estos “activistas” echados en su sillón, cuántos, por ejemplo, han leído a Carlos Fuentes, y si lo hicieron ¿no se dieron cuenta de su discurso burgués de clase media-alta? Fuentes era un hombre leído, sí; pero su literatura, con sus excepciones, era una literatura “intelectualizada”.

Se trata entonces de ser anti-capitalista aunque sus borracheras con ron Havana (traído de Cuba si se puede) sean acompañadas con Coca cola, cuidando por supuesto de no vomitar sus tenis Converse a la hora en que el nivel de alcohol ya los puso a fumar una mota tan transgénica como todos los “cerdos” gringos que la consumen.

Se trata de ir contra la corriente aunque la corriente necesite de grupos como los que ellos conforman para demostrar su poder y su brutalidad de Estado. Los salmones, pues, quizás sean rosas porque les tocó bañarse en un río de sangre.

Se trata de estar en contra de todo lo visible e invisible. Parece ser que hoy en Facebook un perfecto activista debe ser: ateo, ecologista, anti-capitalista, anti-homofóbico, anti-racista, anti-bla bla, contracultural y demás chunches de ese tipo. Es decir, no se trata sólo de no ser aquello de lo que reniegan, sino de estar en contra de ello.

Venga, no está mal. Yo también estoy en contra, pero soy, digamos, holgazanamente consciente de que al menos a ese triste y desbordante cuarenta por ciento de la población que vive en pobreza extrema no le va a importar lo que yo le diga en un meme, en un estado de Facebook o en un tuit. El Internet se ha vuelto una necesidad básica sólo para los que básicamente tienen algo que cagar en sus escusados porque previamente ya tuvieron algo que tragar en sus platos.

Yo sé que si me manifiesto en las calles (aun sin violencia) mucho de ese cuarenta por ciento me creerá un “vago sin quehacer”, un “mejor-ponte-a-trabajar”, un “holgazan-vividor” o un “pónganse-a-estudiar”; esto porque es una masa poblacional controlada por los medios que manipula el Estado; cosa que es bien sabida.

Mientras que el otro porcentaje poblacional, el de nivel medio, medio alto, o alto, se preocupa en su mayoría por sí mismo y por seguir escalando la pirámide social. Todos tenemos algo de ellos: ambiciosos, egoístas, incrédulos, quejosos; siempre creyendo que la preocupación por el prójimo es como juntar puntos para intercambiarlos por el electrodoméstico de su preferencia en el supermercado más cercano.

Por ello, yo escribo para ustedes: los cinco o diez gatos que en lugar de maullar, ronroneamos. También es para los meme-activistas y los manifestantes no acarreados. De acuerdo, su causa es justa, su rabia digna (que dijera el sub Marcos). Pero también ustedes se están convirtiendo en una herramienta de ese sistema del que se quejan.

Creo en la lectura, no sólo del libro, sino también en la lectura del mundo, en la gramática de nuestro entorno, en la sintaxis de nuestros actos; deconstruir nuestra realidad, dejar de negarnos a ese otro, que aunque inhumano también somos nosotros, contra él luchamos, nos esperamos a nosotros mismos con la piedra en la mano, escupimos contra el espejo. Según yo, las mejores dos armas son la creatividad y la bomba atómica. La primera construye, la segunda nos hará comida para cucarachas.

Nada, nadie puede salvarnos, salvar el mundo; vamos a salvarnos a nosotros del olvido, a tratar de salvar a la memoria del fracaso. Vamos a dejar en claro que fuimos, que estuvimos, y que más que estar en contra del sistema estamos a favor de la justicia, que más que ser anti-taurinos, anti-homofóbicos, somos animales que buscan la concordia, la libertad y la alegría de poder, al menos, orinar sin culpa. Pongo en claro esto (aunque me lea un poco zen): no se trata de ir en contra de la corriente, se trata de convertirse en la corriente, de ser el río.

Termino con este poema de Ángel Carlos Sánchez:


Si no es manojo de belleza

el pensamiento,

¿para qué arrastrarlo a todos lados

como si tuviera buen olor?

¿Para que llevar

lo hueco de su carga sobre el hombro?

Mejor sería tal vez

llegar a los demás sin nada,

vacío el corazón, con mucho espacio,

para meter en él

—cuando las encontremos—

las verdaderas flores.⚅

[Foto: Gonzalo Pérez]

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