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  • Geovani de la Rosa

Tercera y última milla náutica desde la (no) ficción tropical


Los sueños y los raspones en el alma me llevaron a pararme a mitad del vacío, que no es más que un acantilado cósmico desde donde observo la muerte y la eternidad. Soy un tiburón con decenas de tentáculos y la mira de mis anhelos parece atrofiada. Apunto para todos lados, aunque lo único que me interesa es la nada, el silencio, la desolación, estar rodeado de olas y calamares intercontinentales. Imagino el murmullo de la realidad, sus ladridos, sus quejas y lamentos. Lo percibo, lo siento. Actúo mientras los edificios se pueblan de buganvilias y turbinas capaces de llevarnos a otro universo. Aleteo contra los postulados, actos e ideas que intentan amaestrar el caos, que se asumen como superiores a la naturaleza, que aplastan cuerpos y territorios. ¿Aún deseas un decálogo sobre la ficción tropical para entender mis palabras?

Soy un tipo alimentado por huracanes e incendios forestales. Adicto a la computadora, la lluvia y los árboles. Cuando se me acaba el aliento, recurro a las denostadas redes sociales. Sé perfectamente que no existo, porque no soy disciplinado para la construcción serial de libros y reconocimientos. Por si no lo sabías y quieres hurgar: una manada de corales tropicales hace diástole y sístole en mi corazón y no uso gafas porque las mantarrayas no me reconocen si las traigo puestas. A veces quisiera trabajar domesticando olas gigantes y ser Plutón para que mi año natural dure más de 365 días.

Lo que escribo puede resumirse en lo siguiente, con dedicatoria para las mentes cuadradas y chatarras que cierran su talento creativo a una serie de ideas preconcebidas sobre cómo deben contarse las historias o expresarse los sentimientos:

lo que escribo no es claro, tampoco complejo, son palabras de agua que perturban y estimulan a quienes tropiezan con ellas;

lo que escribo va más sobre el vivir, sobre afilar lo fantástico porque es lo posible y no hay cabida para la mística que ciega pueblos y futuros;

mi prosa no da en el blanco, mis oraciones pueden ser breves y morir al instante o largas y volver morir al instante, así que, si una de mis frases te arrastró al fondo del mar, disfrútalo, es raro que suceda;

traigo en el lomo infinidad de animales, pero no atrofiados por la estética humana; no hay más voz que la voz de cada trauma, de cada instante feliz, de cada mal y cada bien que hice, del mar arrastrándome y el sol encima;

¿ya dije que aborrezco la necesidad humana de controlar el caos?, que la escritura fluya y sea un caos sideral; el lenguaje que trasciende al contexto, al paisaje y a la atmósfera en la que germinó no es más que hipocresía, un truco mercantil para venderse;

y la escritura fría y calculada es como un árbol talado en el centro de la ciudad.

No soy un tipo sano. No soy un tipo conforme con el paso del tiempo. No soy un tipo que se alinea a una estrella en busca de bienestar y tranquilidad. No escribo ucronías porque no me interesa cambiar el pasado; tampoco distopías, pues no veo el futuro de manera trágica; y aborrezco las utopías civilizatorias, esas ideas de un supuesto genio, iluso y rebelde que intenta unificar los pensamientos, anhelos, emociones, estancias y actos de la humanidad. Escribo mundos posibles, es decir, la vitalidad de aquellas cosas que siento, que percibo, que me afectan y me despiertan, que dejaron rastro en mi memoria y mi cuerpo, que me dicen lo que soy cuando estoy tirado entre la mierda, cuando lo cercano es una tragedia inevitable, cuando la tristeza espuma en mis entrañas y sonrío, a veces lo logro, porque acaricio el mar sin pensar en nada.

No soy cualquier tipo, pero mis talentos están por debajo de la media. Si aún no sabes de lo que hablo, te puedo decir que los anfibios fabricamos nuestros propios sueños y burbujas de oxígeno, convertimos nuestra tristeza en arrecifes de cuadrántidas sin rumbo, celamos como cualquier especie marina y lloramos a nuestros muertos mientras la lluvia. Si buscas un consejo, te aventaré al mar. Si te quejas de mi silencio, tendré que darte la espalda. Si percibes el olor de la lluvia, no a tierra mojada, sabrás que los amaneceres más hermosos brotan de mis pupilas y de mi afropiel. Si aún tienes paciencia, vamos a platicar con cada almendro del Trópico: la única manera en que aprendí a soportar la vida humana.⚅

[Foto: Gonzalo Pérez]

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