[Pues yo no estoy con rojos ni cristianos.
Jaime López.]

Cuando niño disfrutaba leer cartones, mi favorito era el del mercenario Boogie, El Aceitoso. Tuve la suerte de leer, cada semana, las Histerietas que se publicaban en La Jornada. Fui seguidor de Quino y también de Jis y Trino. Crecí con Ríus y pronto llegaron los anarquistas. Hace unos días estuve hablando con Pablo Israel. Él me recordó que hace veintidós años Kropotkin y Paul Lafargue eran mis caballos de fuerza, los Magón una llamarada, Malatasta una lectura pendiente. Mi sueño era vivir en un mundo en el que todos trabajaran cuatro horas para tener derecho a la pereza. También leía a El Fisgón y disfrutaba de sus monos ojones, no me indigestaba esa mujer enrebozada que tiraba línea y que algo recuerda a La peor señora del mundo. En ese entonces era joven y admiraba a los moneros. Leía El chico acné y también a Buba. Me abismaba en las atmosferas de Ahumada.
Decía que me gustaba El Fisgón pues se mostraba crítico y con un humor bastante ácido, pero ahora me encuentro con que a Rafael Barajas la militancia lo amilanó y ya lo está digiriendo, de momento le quitó la sustancia a su apelativo. El vato ya no es ningún fisgón, dejó los márgenes de la crítica para entrar al ruedo de los panfletos y las frases hechas. Su palabra, antes crítica, ahora es una herramienta que sirve para drenar conceptos. Su discurso ultraja los vocablos, antes su pluma estuvo cargada de venablos.
Después de mi etapa anarquista tuve un largo periodo de nihilismo y desencanto, en el que, como filósofo europeo, me refocilé en la posmodernidad, minúsculo marrano rebozado en los detritos de modernidad. Ahora, a mis cuarenta años tal parece que vuelvo a querer cambiar al mundo, ya no con la ilusión de los primeros años, pero sí con un nihilismo que finca su esperanza en el quehacer decolonial. Algo habrá que hacer para salir de la piara, me digo, con muy, pero muy poca esperanza. Y con la nariz en alto a razón de tanta mierda.
Disgrego y regreso. Decía que Rafael Barajas ya no fisgonea, ahora milita en el autodenominado Movimiento de Regeneración Nacional. Si el pragmatismo del pri llevó la bandera a su logo, éstos, sus hijos místicos, buscaron a la mismísima madre de Dios y también usaron el color de nuestra piel, pero otra vez disgrego. Decía que Rafael Barajas, como todo mal político que se precie de serlo, labora en el terreno de las frases hechas, desagua conceptos y abandona la crítica al servicio del piarato. Rafael Barajas trata el lenguaje como cualquier politicastro. ¿Han escuchado a los prianistas hablar de buen gobierno? Ya nomás falta escuchar a Alito entonando un para nosotros la alegre rebeldía.
El año pasado leí Los cárteles no existen de Oswaldo Zavala, un libro vitriólico, certero, puntilloso; un libro que despedaza las frases hechas y desbarata paradigmas; un libro que critica la estética del narco y a sus muchos cultores; un libro que evidencia la relación entre estado y narcotráfico. Los narcos, dice Zavala, son el brazo armado del estado. Desplazan, matan, controlan. Hacen, dice el libro, lo que al ejército se le complica seguir haciendo. Oswaldo Zavala fue entrevistado por los llamados “hijos del averno” y me resultó penoso ver a Rafael Barajas conteniendo el discurso, recordándole a su entrevistado que el gobierno ya no es el mismo, encausando la entrevista para que no desbordara hacía la crítica. Cuidando mucho de no ensuciar a los marranos.
Ser militante obliga a la mesura, urge guardar las críticas a la izquierda en el bolsillo de la derecha. Criticar, dice Alfredo Jalife, es dar herramientas a los enemigos. Por eso El Fisgón ya no ejerce. Sus compromisos se han distendido. Si antes fisgoneaba, ahora hace ojo de hormiga ya aprendió a mirar hacia otro lado, casi siempre a sus “adversarios políticos”.
Y tal como sus homólogos, desfalca las palabras, vacía conceptos, ensucia el lenguaje. Eso hacen los politicastros y eso hace Rafael Barajas, quien se dice El Fisgón y al hacerlo vacía de significado la palabra, la despoja de su sino en sus declaraciones.
Eso pensé cuando lo escuché en un noticiero diciendo que en las recientes elecciones de Morena no habían practicado el despilfarro y la incongruencia, como si no supiera del acarreo y la compra de votos, no se enteró de las casillas a las que llegaron camiones cargados de votos con la connivencia que eso arrostra. Un tres por ciento de casos. Únicamente un tres por ciento de casos presenta anomalías dijo Rafael Barajas inventando números como cualquier priista pintado en sus cartones. Eso es algo histórico aseguró, desatendiendo su otrora sino de fisgón. Pero la razón de este texto surgió cuando segundos después argumentó que el robo, la connivencia, la rapiña, la compra de votos. No son sino usos y costumbres de la clase política, y lo dijo así, tal cual, como cualquier barrenador de conceptos.
¿Qué son los usos y costumbres? habría que preguntarnos. Y eso nos obligaría a volver el rostro a nuestros pueblos, a sus modos de gobierno, a sus prácticas de resistencia, a su modo de ver y entender el mundo. Nos obligaría a hablar de asambleas y democracia participativa, del tequio, del trabajo compartido, nos obligaría a hablar de comunalidad… El término usos y costumbres no se refiere a las prácticas de los cretinos y sus maneras de regodearse en la chandera, no hace esquina con la voracidad incontenida. Esto es una guerra epistemológica. Si criticar da herramientas “a los adversarios”, drenar conceptos e igualar discursos: es una estrategia de despojo en una guerra epistemológica.
Debemos recordar que el estado todo lo absorbe, todo lo aliena, todo lo pasteuriza. Basta ver a algunos de los moneros convertidos en figurines articulados de acciones desechables.
Juguemos un poco y díganme en qué piensan cuando escuchan el nombre de Homero o de Thor, en qué cuando escuchan la palabra utopía, democracia. Poco a poco nos van quitando el cobijo y cimiento de las palabras y poco a poco las paredes conceptuales se distienden hasta perder su sentido. Son tiempos líquidos, argumentan los posmodernos. Todo es relativo, no hay para qué complicarse la existencia.
Los mirones ahora tienen las manos ocupadas. Luchan, dicen, por construir un México mejor. Pero yo me pregunto si no era más necesario un caricaturista crítico que otro comandante en el ejército de los iluminados, de los ungidos, de los perdonados y conversos. De aquellos que, como dice un militante desencantado, son los hijos bastardos del pri, el pan y el prd, el compa lo dice triste, tan triste que casi lo escucho, decir: Qué será de nosotros cuando Andrés Manuel nos deje…
Todo se distiende y rada en el gatopardismo, mancha amorfa y descompuesta en el que se pierden los límites entre político y politicastro, izquierda y derecha, democracia y elecciones.
Ahora, por el puro gusto de recordar a mi abuela, terminaré diciendo: Dios nos guarde en la palabra.
[Foto: Carlos Ortiz)
“Mi amigo Charlie. Escribió El poeta Campoamor: En el mundo traidor, nada hay verdad ni mentira: todo es según el color del cristal con que se mira”. El poeta expresa y admite, que todo y nada vale, que ningún valor es inmutable, cambia o se transforma, y que inevitablemente impera el subjetivismo, la arbitrariedad, y el relativismo, en todas las facetas de nuestro mundo. Muchas gracias por compartir ¡Dios te bendiga siempre!