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Un habitante de la antigüedad contemporánea

  • Andrés Cisnegro
  • 2 jun
  • 4 Min. de lectura

Es difícil publicar, promocionar y más aún vender un libro. Es un acto de voluntad, definitivamente, como dice Guillermo del Toro, porque todo está puesto para que no suceda. Para mí es un ejercicio de congruencia, la responsabilidad que uno tiene con lo que le ha tocado atestiguar y reflexionar, lo cual me empuja a tomar postura y por consecuencia dar frente a los mundos con los que no coincido y seguir construyendo el propio con quienes desde lo invisible se exponen ante lo mayoritario.

Recuerdo una plática, hace unos diez años, con Francesca Gargallo, donde ambos veíamos con esperanza y alegría los cambios de apertura en las nuevas generaciones y sentíamos que las generaciones del siglo pasado de algún modo habían dado ya su batalla y quedaban descontextualizadas. Y qué fracaso se siente al salir de esa nube fugaz que por un momento daba luces de cambio.

El maniqueísmo que opone artificiosamente lo blanco con lo negro, lo derecho con lo izquierdo, lo bueno con lo malo, en un mundo donde todos somos una mezcla de todos por más purismo que se busque y donde son las nuevas generaciones, al igual que lo han sido todas las pasadas, la misma carne de cañón ideológica para cumplir las “adecuaciones” necesarias para convertir este país (para decirlo mejor, estas tierras y su gente) en una empresa modelo que cumpla la expectativa de sus pilotos multimillonarios, que queda claro, se seguirán haciendo más ricos, así como la oleada de movimientos de poesía con propuestas no centralistas, que siguen siendo eclipsados, vaya paradoja, con un gobierno (que demagógicamente quiere abanderar una izquierda) y se abandera con el Nobel de Octavio Paz.

Es decir, la cultura de la realeza, de la Corona, sigue más vigente que nunca. Como si nada hubiese pasado en estos siglos. El consumo cultural se ha vuelto más despiadado al poner en la cumbre un embeleso por “la culturalización” como si eso en sí fuese un acto benéfico, cuando la culturalización viene desde un proselitismo déspota y no desde una libertad, en términos de las imposturas jerárquicas. Lo que defienden unos, que es recuperar aquella ilusión donde el trabajador en general, el obrero (el que obra, el que hace las cosas) pudiera tener una vida digna, queda muy lejos, cuando son las mismas instituciones leoninas las que no pueden dar una seguridad de antigüedad a sus trabajadores ni de respeto humano mínimo a sus habitantes. Imaginemos cómo es para los que no tenemos ni seguridad social ni afore ni interés en ello, sólo necesidad.

Sí, soy antiguo, obsoleto, no comulgo con la inteligencia artificial. Prefiero la propia inteligencia, que puede ser tal vez más lenta, menos informada, pero que ejerce su libertad de creación. Ese es el lugar en donde he vivido y seguiré viviendo. Hacer un film desde la imagen que se formula en mí y logra transversarse en un guion, un poema, una canción. Sentir mi voz que no siempre es alta o atinada, pero sin tunear; intelegirme entre los versos atrofiados de mi carreta.

Entiendo y me asumo con serenidad un habitante de la antigüedad contemporánea. Antiguo como la tierra misma y el cosmos. No me interesan las innovaciones que compran deseos y guían voluntades. Y todo lo quieren ya, inmediato.

Mi postura política es clara, pugna por la libertad como un ejercicio de conciencia, la colectividad como base económica y la defensa de la vida (desde un oso de agua hasta un ser humano) como lucha; pero no creo en la politiquería de los partidos. A eso no lo creo. Prefiero asumir mis propias contradicciones, que las de asesinos que urgen de tener el poder a toda costa. Y digo asesinos porque no es secreto para nadie que para tener el “control” de una empresa transnacional como lo es un país, hace falta asesinar, reprimir. Para muestra un botón. ¿Es necesario que ponga los nombres? Y aunque las palabras digan (oculten) algo, los actos dicen cosas muy distintas. Ahí están los hechos.

Me tocó vivir el fin del siglo XX y su absurdo y tristemente puedo decir no hemos avanzado, aunque parezca. Todo es un remedo de los mismos movimientos históricos, pero a conveniencia de los intereses de las oligarquías. Mi desilusión no es con las personas, sino con los esquemas que someten a las personas y que muchas veces toman control de ellas.

Recién salió publicado el tomo Las revoluciones invisibles (Vozabisal), ensayos que escrituré hace tiempo y que retomé justo por la vigencia de los tiempos, y siendo franco, no tengo ánimo para decirles: “cómprenlo”, porque a veces me canso de ser mendicante. Sin embargo, debo pagar el seguro social, (pese a sus citas cada cuatro meses y que nunca tienen medicamentos o reactivos para los estudios) que ha sido mi apoyo único para sobrellevar el lupus, lo cual también me ha llevado a entender que algunas personas que se decían amigas, simplemente les parece bien burlarse de mi condición, porque cuando me ven me ven sonreír o comportarme normal y no como un enfermo. ¿Tendría que tenerles un diario de mi enfermedad para convencerlos?

Entre tanto sigo escribiendo y con todo el esfuerzo que implica, publicando autogestivamente, lanzando esas semillas al cielo y el agua, a la tierra, y alimentándolas con mi fueguito, y digo fueguito, porque es pequeño, aunque a veces se inflama como un lobo salvaje que empieza a comerme a mí primero.

Ya sé, parece más desahogo que invitación. Pero este es mi granito de pólvora, como dijera Enrique (EGRA), para que los que vienen o los que ahora están, tengan una herramienta más de desenajenación en este mundo donde primero lanzan la bala y luego emiten la disculpa. Donde primero desaparecen y luego hacen como que buscan para no dejar buscar. En donde las etiquetas pesan más que los actos.

Tengo esa conciencia, que la mía al menos, es una revolución invisible entre muchas. Sin embargo, sigo tratando de mirar esas otras luchas en sincronía con la mía, para tomar un cedrón alrededor del fuego y poner a dorar algunos poemas. ⚅

[Foto: Carlos Ortiz]

 
 
 

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