Me gustaría decir que esto es una fábula, sin embargo lo único que la situación actual comparte con la fábula es que, aquí, los animales también hablan. En Pueblo M(tr)ágico, donde la gente sigue desapareciendo por docena, se disputan las calles a balazos, sitiados por la prensa y por el juicio público, el miedo nos paraliza, nos sumerge en el sopor de lo incierto: ¿quién sigue?
Y el reloj sigue corriendo. La carrera, han entendido algunos, es de resistencia y no de velocidad. Algunos aprendimos a nadar de muertito. Los más avezados ͢(alquimistas casi) aprendieron a dominar la invisibilidad. Desde mi sitio, nos observo: somos los invitados a la fiesta del príncipe Próspero. Atrincherados en una burbuja de oropel, intentamos escapar de la plaga que aqueja nuestra ciudad. El esfuerzo es en vano. Los sabios del pueblo saben que la verdadera peste somos nosotros. Hay gente mirándonos, aguardando el final de esta puesta en escena. Gente que espera el último plot twist de esta película, que bien podría ser una broma infinita.
A veces son monos lanzando sus excrementos, vociferando frente a un espejo que nada les devuelve. A veces son verdugos. A veces soy un monstruo. Y ellos lo saben, me reconocen distinta, despreciable. Ajena a su medio, nado a contracorriente, siguiendo la trayectoria del salmón. En un Estado promotor de la ilegalidad y el crimen, jugarle al héroe dejó de ser un trabajo rentable. No son tiempos para jalarle los bigotes al tigre. Y así, como Alicia cuando cayó en la madriguera del conejo, resbalé en el oscuro túnel de la incertidumbre y la politiquería.
Recordé la primera vez que escuché una leyenda urbana taxqueña: cursaba quinto año de primaria y la maestra nos habló sobre el pozo Meléndez, una boca infinita que resopla sus humores en los límites entre Taxco el viejo e Iguala. Contó que el pozo no tiene fin, que se armaron muchas expediciones con geólogos y espeleólogos dispuestos a encontrar el fondo de aquella garganta. No lo encontraron. En cambio, durante el descenso, hallaron el cuerpo de una mujer colgando de una de las paredes del túnel, suspendida gracias a la mascada que llevaba anudada a su cuello cuando fue lanzada a ese oscuro final. Una mascada, una mujer, un cuerpo oscilando en las entrañas de la tierra. Así me siento hoy. Sostenida apenas por un nudo.
Mi nudo, mi fuerza, mi tabla de salvación tiene un par de nombres y en honor a esos nombres estoy buscando la forma de salir del túnel lo menos raspada posible. Me gusta creer que sobreviviremos, que nuestra capacidad de adaptación nos permitirá caminar entre los escombros con el arrojo de un lobo hambriento.
En Pueblo M(tr)ágico la supervivencia se ha vuelto un asunto para los débiles. ⚅
[Foto: Vanessa Hernández]
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