Desperté una mañana, la del 22 de febrero del 2024, con la luz del sol inundando toda la estancia. Mi hijo habitaba todavía ese mundo suave y febril donde nacen los sueños. Entonces recordé que se cumplían 37 años del fallecimiento de Andy Warhol. Con mi tradicional cursilería, que raya en lo kitsch, comencé a elucubrar el texto con el que compartiría la canción de David Bowie que habla sobre Andy.
Acosador de Truman Capote: cuentan sus biógrafos que se sentaba afuera de la casa de Capote durante horas sólo para mostrarle sus ilustraciones, para mirar de cerca el fenómeno icónico que era el joven periodista que salía de fiesta con toda la bandita ultra top de un Nueva York efervescente. Quizá él, como yo misma lo hubiera hecho, solo buscaba acortar su número Bacon [1] con Liz Taylor, quizá.
También quería hablar del Warhol que se volvió el mejor amigo de una pobre niña rica, campirana y ávida de atención, a quien devoró y regurgitó como la It Girl de The Factory y de la escena artística de Nueva York en los sesentas y setentas. Me gusta imaginar a Andy diseñando la imagen de Eddie, buscando vestidos en Macy’s, recuperando ropa de los contenedores del ejército de salvación, pintando y recortando el cabello de Eddie a su propia imagen y semejanza. Me gusta imaginar lo que Andy hablaba con ella, los túneles oscuros que recorrían gracias a su destreza manipulando personas. Devastó a Eddie, devastó a muchos incipientes artistas y jóvenes curiosos que visitaban The Factory.
Y eso siempre me sorprendió de Andy. ¿Cómo fue posible que un muchacho con tantos complejos pudiera volverse y volver a otros el centro de atención en una escena contracultural tan diversa y nutrida? Andy era un gurú, sus años como niño tímido y silencioso le permitieron desarrollar la escucha y la mirada atenta. Aprendió cómo es que funcionan las personas, escuchó sus debilidades, entendió los anhelos básicos y vulgares de las personas promedio y una vez que entendió y se reconoció entre ellos, logró reinventarse, encontró la receta para eclipsar a todos y encantar a unos cuantos.
Yo solo quería hablar de Andy, pero encontré en el historial de noticias de facebook un artículo que abordaba la creación del “Batallón de Patrimonio Cultural” [2]. La noticia, compartida en el muro de un conocido artista plástico guerrerense comenzó a acumular comentarios y yo, que sólo quería hablar de Andy no pude evitar el mitote y me metí a leer, analizar y comentar.
¿Por qué escandaliza la creación de un organismo así dentro de la Guardia Nacional? si muchos de los jóvenes que se enlistan para la vida militar, lo sabemos con desoladora certeza, provienen de contextos complicados donde la marginación, la violencia y la falta de recursos para ingresar a la educación superior son una realidad normalizada, ¿qué nos hace ruido? ¿Que sea una parte de ese cuerpo militar el que tenga acceso a esos cursos que, para nosotros “los artistas”, han sido insuficientes, costosos o se realizan en espacios geográficos fuera de nuestro alcance?
Probablemente también se argumente que ése recurso para capacitar a la GN no se está destinando para “la población que realmente lo necesita”, pero entonces ese argumento nos situaría en la soberbia posición de considerar que somos nosotros los acreditados para decidir quién sí y quién no puede tomar esas capacitaciones, como si de verdad, todos los artistas y gestores culturales supieran analizar contextos y detectar necesidades culturales. Esta postura también dilapida ese discurso que gestores culturales y artistas han replicado hasta el cansancio: resarcir el tejido social y hacer comunidad a través del arte y la cultura.
Reaccionarios por convivir, creo que no se ha estudiado el “estado del arte”: la mayoría de los países que dan —un poco más de la mínima— importancia a las manifestaciones artísticas tienen sectores especiales en sus organismos de seguridad para atender los robos de arte, las falsificaciones y el tráfico de bienes muebles. Otra propuesta que surgió: que los cursos sean para gente que manifieste interés. Como mediadora de lectura, puedo decirles que la mayoría de los adolescentes llegan a la secundaría sin manifestar interés por los libros y aún así, el trabajo de mediadores consiste, primordialmente, en tender un canal de comunicación entre libros y lectores, propiciar el encuentro mágico, la cita a ciegas. Entonces, resulta poco objetivo esgrimir que está mal la iniciativa porque se les están entregando conocimientos a gente que no le interesan ¿podríamos pensar por un momento que existe la posibilidad de que, si no les interesan es porque no los conocen?
Y les juro, les juro que yo solo quería hablar de Andy Warhol y de cómo envolvió y explotó a Jean Michel Basquiat. Eso es algo que siempre me ha fascinado de Andy, su capacidad para mirar las grietas en los otros. Una habilidad que seguro desarrolló por ser él mismo una criatura inclasificable, un niño enfermizo y menospreciado en el entorno rural donde creció, que siempre soñó con la vida fancy de la gran manzana. Andy Warhol era un dealer de talentos. Lo hizo con Nico y los Velvet Underground igual que lo hizo con Eddie, pero con Basquiat se consagró como un vampiro narcisista. Lo aterrador y fascinante de esta relación amor/odio es que Basquiat supo revelarse, intentó correr lo más lejos posible de Andy, pero es imposible huir de un narcisista, sobre todo de uno que tenía más poder adquisitivo, más conectes en el circuito del arte y sabía donde encontrar la mejor heroína del SoHo.
Para cerrar el tema del Batallón de Patrimonio Cultural, quiero manifestar dos cosas: el nombre es terrible y creo que no aporta mucho al discurso de construcción de paz que tanto ostenta el movimiento transformador que atraviesa a este país. Y segunda anotación: a nadie, más que a los artistas y gestores, les importa realmente lo que sucede con las manifestaciones artísticas y culturales del país. Los tres niveles de gobierno no lograrán resarcir las necesidades culturales de una población que lleva años preocupada por garantizarse una vida digna. Queda en manos de la sociedad civil organizada distribuir la responsabilidad y accionar en torno a las necesidades culturales que detectan en sus territorios. Nadie mejor que los habitantes de una colonia en la Montaña para saber qué taller artístico necesitan, qué oficio les interesa aprender a las infancias del pueblo, qué recursos hacen falta en sus centros comunitarios de salud y de cultura, porque la política cultural se diseña desde la transversalidad, desde el trabajo organizado y conjunto con organismos que garanticen el acceso a la salud, a la educación, a la seguridad. Garantizar el acceso a la cultura importa, pero nutre más cuando viene acompañado de los otros derechos.
Aquí está mi aportación al aniversario luctuoso de una de las figuras pop contemporáneas que más han marcado mi existencia. Durante la adolescencia me gustaba pensar que yo también me sentía atrapada en un entorno opresivo: igual que Andy crecí en un pueblo de mineros. Igual que él puse pies fuera del pueblo en cuanto llegó la oportunidad de ir a la universidad. Me pareció que tenía claro, como si a los 18 se pudiera tener claro algo, estudiar literatura, escribir, convivir con artistas y verme siempre genial y diferente, como Andy Warhol. Y esa admiración ingenua, ese banal estereotipo se fue transformando en el tipo de fascinación que provoca escalofríos. Andy Warhol fue el primer monstruo que amé, la primera criatura extraña que, a pesar de su imagen fría y reservada, siempre me provocó el deseo genuino de su cercanía, solo para mirar de frente el abismo de su vulnerable y solitaria vida. ⚅
[Foto: Vanessa Hernández
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Es una versión moderna y light de la Teoría de los seis grados de separación o del "Mundo pequeño" propuesta en 1929 por el escritor húngaro Frigyes Karinthy.
Pueden leer la nota en este enlace: https://www.forbes.com.mx/crean-el-batallon-de-patrimonio-cultural-de-la-guardia-nacional-para-proteger-el-arte/
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