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  • Ángel Carlos Sánchez

Fablar

Entonces, a partir de algunos trazos

─arquitecturas y paisajes gráficos─,

comienzo a ver más claro lo ilegible.

Me arriesgo a contemplar cada palabra.

Manuel Padorno, Canción atlántica



“Lo bello es difícil” termina diciendo Sócrates en el texto conocido como Hipias mayor atribuido a Platón. Si conviniésemos que es ese el primer estudio estético registrado en la historia deberíamos aceptar también el lapidario paradigma que expresa como conclusión y que a pesar de los siglos transcurridos desde ese momento sigue siendo un tema principal en la búsqueda creativa de algunos artistas. Pero no de muchos.

Llegar a ese instante en que al poeta deja de serle urgente expresar lo que siente o cree sentir y comienza a interesarse más en la manera en como se logran construir estructuras lingüísticas capaces de contener nuevas y diversas significaciones es resultado de un proceso personal que comienza a trascender lo sensible y se adentra en el territorio de la logopea por medio de una codificación más conscientemente próxima a lo dialéctico. La obra que nos ocupa, Fabla errante, del poeta Andrés Cisneros, está en esa etapa aunque en libros anteriores de su autoría existan antecedentes que indican la posibilidad de esta rica veta.

Es un lugar común de lectores poco avezados creer que un poema debe ocuparse únicamente de sentimientos o de la belleza estereotipada que tiene relación con lo “bueno". Y aunque sea verdad que en un primer momento la poesía tuvo como eje una belleza cuya esencia era lo útil (Hesíodo), ha pasado ya más de un siglo desde que un joven poeta francés la sentó en sus rodillas y la halló amarga y la injurió. Algunos años después el fundador del Creacionismo describiría de forma algo más precisa la tarea estética de los creadores contemporáneos: “Por qué cantáis la rosa, ¡oh poetas! / hacedla florecer en el poema”.

El también autor de Ópera de la tempestad y Llegada del malnacido, entre otros libros memorables, ha comenzado a recorrer la faceta más consciente de su poética de un modo en mi opinión acertado, definiendo con claridad de dónde viene y a dónde tiene intención de llegar: “la canción de los árboles / dejó de ser un corazón”, “por un instante alcanzo a percibir cómo se destruye y reconstruye el intangible inmenso que nos crea dentro del sueño”. Y, para que no se dude de la intencionalidad de la compleja, solitaria y casi clandestina vía que ha decidido recorrer, lo expresa abiertamente: “Soy estúpido / por hacer cosas / que para el mundo / no valen la pena”.

El poeta Cisnegro ha dejado atrás la búsqueda de la aceptación o de la autocomplacencia que mantiene a la mayor parte de los escritores ajenos al mundo colectivo y al contexto extra literario no íntimo, su interés parece estar ahora más cercano a la comprensión del cauce textual que convierte a la fabla en fábula, en la que diferentes códigos se entrelazan, se condicionan y se apoyan, según Barthes, en un solo flujo que hace de la experiencia estética algo disruptivo pero transparente: “polvo de siglos amasados con el agua que trataste de meter en letras”.

Del modo en que Vallejo con una narración obsesiva, extraña: una Fabla salvaje, nos aproximó una versión del caos mental que hizo de su personaje un tránsfuga, Andrés Cisneros intenta definir la maravilla que la escritura poética puede representar en la mente limitada a formas de pensamiento básicamente funcionales: “Los poetas son autógrafos del viento”. “Así de fugaz es la eternidad”. Escribir poesía es entonces una tarea no únicamente demiúrgica sino esencial, estructurante de lo más profundamente humano pues “pesa las cosas en la balanza de la muerte”.

Es claro como nunca para nuestro autor que la realidad del poema es mucho más que la suma de las partes del lenguaje que le dan sustento: “matérico vórtice que muele la voz”. Su poética se transfigura entonces en estrategia para crear versos múltiples y multiversos tan cambiantes y efímeros como las facetas-teselas de nuestro mundo: “para escribir poesía / es necesario crear un idioma”. Sólo de esa forma puede hacerse verosímil lo que la conciencia del poeta percibe: “Mira cómo vuela ese pez en el agua”. Sobre todo sabiendo que creer no es crear, aunque haya a quienes así les parezca: “Destruyo lo que creo”.

Al contrario de lo que el escritor promedio nunca logra superar, Cisneros de la Cruz puede escribir desprejuiciadamente porque la aspiración superflua de trascendencia ha dejado de tener importancia: “No hay eternidad en la poesía”. Y por eso mismo el sentido estético de lo que plantea adquiere un brillo distinto, sólido, verosímil. Porque errar no es necesariamente fallar sino divagar que es un modo también de buscar, de recorrer o construir posibles tiempos o realidades. Andrés Cisneros nos recuerda sobre todo que, aunque se mantuviesen cerrados los ojos, nada es ajeno al pensamiento y por lo tanto a la poesía: “siempre es de noche. / Y en cada idea hay un amanecer”.

Celebro este nuevo libro de un poeta que pocas veces se queda a esperar el efecto retroactivo de lo que ha expresado en su escritura sino que siempre busca, erra y yerra y vuelve siempre a andar en las realidades y en las idealidades, dudando de lo que ve y escucha y revisándolo como lo que es: efímero. Consciente como pocos de que “el olvido lo mastica” todo y de que la poesía puede ensanchar y ayudarnos a retener la maravilla del mundo al menos un instante más. ⚅

[Foto: Carlos Ortiz]

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