Naranjos en el desierto
- Óscar Manuel Quezada
- 24 mar
- 4 Min. de lectura

César Gándara, entre muchas otras cosas, es especialista en diferentes áreas de la literatura. Tiene un olfato literario que le ha permitido perfeccionar los inicios de sus obras como punta de lanza en cada uno de sus libros. La contundencia que logra con la primera oración para direccionar la narrativa tiene una particularidad: sembrar en el lector diversas especulaciones utilizando para este propósito el lenguaje metafórico. Nos hace soñar, como si nos introdujera en un oasis colmado de ensueños. Sin embargo, lo hace sólo cuando se requiere, cuando lo exigen las necesidades de los personajes.
Hablando en particular de Luz de naranjos, la novela nos rasga el alma de inmediato. Nos conduce por un túnel donde se pueden observar y deducir las realidades de una sociedad coludida, que nos ha llevado por un rumbo en el que el tejido social cada día se autodestruye, a través de los ácidos que destilan por los poros de un grupo extenso en nuestra sociedad. Con un lenguaje auténtico, Gándara nos desnuda el alma y dispara palabras en cada uno de los personajes sin permitirse la autocensura.
Ringo Lomelí, empresario prominente y productor de naranjas; Sabina Miranda, acompañada por el inseparable Checo: dos policías que investigan el asesinato del empresario.
Gándara, también guionista, es acertado en los diálogos. Nos introduce de inmediato en la narrativa, y es inevitable no especular en cuanto hace hablar a los personajes. Con un inicio impresionante, Luz de naranjos nos seduce. Como si se tratara del desazolve de una cañería, por donde vemos pasar toda la cloaca a medida que el proceso de limpieza avanza para destapar la tubería, en Luz de naranjos el proceso es muy similar: las investigaciones del asesinato de Ringo Lomelí arrojan eso, la cloaca.
En esa encomienda, Sabina nos va mostrando los hilos podridos por la corrupción que impera y que vende una “verdad” manipulada por los argumentos de los otros, donde no está exenta la clase alta a la que pertenece el empresario.
Luz de naranjos nos plantea dos posibilidades: hacer el trabajo bien —como Sabina Miranda, personaje principal de la novela— o desviarse por lo ilícito. Ante estas dos opciones: ¿qué pesa más? Desde ahí, Gándara nos muestra el México actual. Nos ofrece otra posibilidad de cambiar el norte de México, ese que hemos perdido, donde pareciera que solo vislumbramos el universo de una geografía total contaminada, donde permea la descomposición social, donde el tejido social huele a caño. Una sociedad que busca reconstruirse desde lo podrido frente a un sistema predominante. Es a eso a lo que se enfrenta la heroína Sabina.
Destaca la figura femenina como protagonista en un género literario donde, tradicionalmente, los héroes son hombres, los detectives. El inicio de la novela es esperanzador: con un lenguaje que ilustra el paisaje del desierto, repleto de colores y algarabía, alejado del entorno urbano. En una primera escena, se retrata la quietud, e inmediatamente le sigue la violencia. Esa primera oración, llena de simbolismo literario —“La corriente serpenteaba río abajo entre las rocas…”— no ha terminado de leerse cuando la ilusión se interrumpe. Nos aproxima a la realidad que habitamos y que hemos normalizado.
No podemos distanciarnos de la inquietante portada: la nitidez de una naranja por donde no escurre el zumo. Parece una imagen surrealista. El goteo del dolor nos aqueja ante las realidades de un México que ha perdido el rumbo.
La mezcla de amores pasionales y los hilos de la trama se entretejen como una madeja. Gándara va generando un cúmulo de situaciones que llevan a Sabina Miranda a la búsqueda de pistas que la acerquen a la verdad. En ese vericueto encuentra un sinfín de verdades que la obligan a descartar muchas posibilidades, enfrentándose a obstáculos puestos a modo por un sistema judicial podrido, coludido con los altos niveles empresariales, como si se tratara de un mismo aparato. Es ahí donde la novela toma un rumbo inesperado y nos lleva a los lectores a entrar en un trance bajo el cuestionamiento de nuestra sociedad mexicana.
Sin duda, la heroína de la novela es Sabina: con toda una estructura bien distribuida, el autor no suelta información innecesaria y provoca un torbellino de incertidumbre que hace que nos duela el alma. En estos ambientes rudos del crimen organizado no faltan las relaciones homosexuales o bisexuales, que en muchos casos son consecuencia de los excesos y conducen a los personajes a una doble vida sexual. Esa doble vida también genera situaciones inesperadas, bajo las falsas pistas que la trama presenta con inteligencia.
Luz de naranjos nos acerca al paisaje del desierto de Sonora, a conocer el estilo de vida de los pueblos y su gente, sus aspiraciones, donde el tedio y las pocas posibilidades hacen que la gente pierda el brillo. Todo esto, a pesar de la riqueza de esa región: su fisonomía norteña, su gastronomía —nos hace salivar con las tortillas de harina—, y el constante cuestionamiento de fondo.
Luz de naranjos es una novela que retrata realidades. Su narrativa fina la convierte en una obra universal. Además, sirve como referente. Destaca lo impecable del lenguaje y la especialidad del autor en el diálogo crudo, desnudo y sin censura.
En el género policiaco o novela negra pocas veces encontramos protagonistas femeninas que nos conduzcan a esclarecer la verdad. Luz de naranjos reivindica al personaje femenino: muestra el potencial desafiante de las mujeres, sus capacidades, incluso superiores a las de hombres machistas, generadores de climas corrosivos donde han encontrado un nicho para impartir justicia a favor de intereses particulares. Sabina Miranda no está dispuesta a ceder. ⚅
[Foto: Carlos Ortiz]
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