Palabras sencillas para un amigo poeta
- Adriana Alvarado
- 31 mar
- 2 Min. de lectura

La primera vez que tuve en mis manos este libro y lo leí, supe que su contenido era de un enorme dolor, profundo, sin rostro verdadero. Era como el rostro de muchos, y el dolor seguía buscando escapatoria en cada línea, dando oportunidad al dolor de otros. Sin embargo, en una nueva edición que he tenido la fortuna de leer, me cautiva la fuerza que retoma: la forma y presentación del libro me dejó más claridad de los imprescindibles y aliados personajes.
Gracias, Jesús Bartolo, por ayudarme a reconocer ese ruido. Ese ruido de ausencia es el que más inquieta, cuando no hay, cuando callas, porque aun callado el semblante dice todo lo que sientes.
Todos somos viento, traemos y llevamos, nos tiramos de panza y ponemos el dolor en los árboles para que viva más años. Lo escribimos en sus hojas.
Con cuánta ternura te ha abrazado el viento, poeta, cómo te acurrucaste en tu Mabré, tu capullo, te hiciste él, te hiciste más, una metamorfosis cumplida en este mismo plano. ¿Y cómo no acurrucarte a sentir si el animal que habita es tan fuerte? Solo queda conocerlo con la carne y con los huesos, en calma, para hacer de él las bellas letras de “No es el viento el que disfrazado viene”.
Me vuelves abuela y madre, toda esa tierna planta de tus pies sobre la tierra llena de humedad en espera, sin querer moverte, para ver si los brazos de la memoria algo te regalan de tu eterno extrañar. Esa misma lluvia cíclica que llega para ponernos tristes o hacernos jugar. También me vuelves niña.
¿Y si llegaran estos poemas a cada persona? Del futuro es mejor no hacer conjeturas, dice Mabré. ⚅
[Foto: Gonzalo Pérez]
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