Era una tarde cualquiera, después de salir a jugar, volví con mi hermano a casa para ver la televisión. No recuerdo cuál de tantas caricaturas había terminado cuando apareció aquel niño con cola en medio de montañas, cargaba un pescado gigante y fue atropellado por un coche. Eran Bulma y Goku. Era Dragon Ball. Era el Canal 5. Era 1995. Era una tarde un poco nublada y fresca, tiempo de lluvias. Seguramente septiembre u octubre, cuando hay sol, pero también nubarrones y naturaleza verde en esa calle y terrenos a los que aún no llegaba la dictadura del asfalto. Desde ese día no nos perdimos ningún capítulo de Dragon Ball, con escenas divertidas, otras sangrientas, unas pasadas de tono para nuestra edad, éramos niños de 8 o 9 años. Había escenas de seres raros o ver a animales humanizados que después desaparecieron del anime. De esa primera parte, yo me quedo con la nube voladora, el báculo sagrado, el viajar al mundo de los muertos gracias a Uranai Baba y, por supuesto, ser más fuerte para ganar el mítico torneo de las artes marciales. Eran días en que aún se jugaba al trompo, a las canicas, a correr entre el monte y calles de terracería. El tiempo corría con menos prisa, porque había ratos de fútbol, de trepar árboles, levantar palomos (así se les llama a los cometas en Pinotepa) y ver caricaturas.
No recuerdo el año en que lanzaron Dragon Ball Z en México, porque la televisión se había dañado. Así duró por muchos años. Me recuerdo, ya en la secundaria, viendo los capítulos en la casa pequeña de mi primo: éramos como cinco o seis primos viendo al miedoso hijo de Goku criado por Piccolo hijo, sorprendido ante el giro extraplanetario que había dado el anime, con seres poderosos invadiendo la tierra y después buscando las esferas del dragón, que también provenían de otro planeta. Todos decimos que Dragon Ball trata de la vida de Goku, pero no es así: trata de unas esferas mágicas y de la ambición de más de uno de hacerse de ellas para dominar a los demás; retrata cómo se busca el poder sin importar la cantidad de destrucción y muerte que se deje a su paso. Por supuesto, que en primero de secundaria no entendía esos juegos de poder: sabía que había buenos y malos y la mayoría quería ser como Goku.
Recuerdo que durante una cascarita de futbol en el receso el premio era uno de esos álbumes Panini donde venía resumida la historia. La ganamos, la sorteamos y me tocó a mí. Era la saga de los androides y Cell. Cuando completé el álbum, con tarjetas regaladas por otros compañeros, en la televisión aún no había iniciado esa parte. No entendía la trama, pero era una alegría tener ese álbum, que, en una revisión de mochila, terminó en la prefectura de la escuela. Ahí estaba Cell y el hijo de Goku salvando al planeta, quizá es el arco del anime con más suspenso, expectación y terror. Después vino Majin Boo y un Gohan patético como protagonista. Para mí fue la etapa más simplona de toda la serie por el exceso de chiste y forzar algunas cosas. Aunque nunca olvidaré a Mr. Satán esquivando los golpes de Majin Boo y alejándose en medio de la resplandeciente energía de una Genkidama con la que desaparecería el ser maligno.
Debo reconocer que Dragon Ball GT es la que menos vi. Ya estaba en la prepa, viviendo en Acapulco. El tiempo se volvió más veloz y ya no había tiempo para caricaturas: era conocer todo el puerto, jugar futbol por todos lados o quedarme a mirar la televisión. La miré a ratos y se me hizo tediosa. Lo más emotivo es la evolución del personaje Vegeta (mi preferido, quienes me conocen sabrán los motivos), quien, de ser un tipo malvado, frío, solitario, obsesionado por ser más fuerte, pasó a ser una persona amable, cariñosa, humana, reflexiva y amorosa, como en aquella escena donde Gohan, controlado por Baby, lo ataca junto con su hija. Si una cosa vale la pena la saga GT es que tiene un final emotivo, un final que es para todo el anime. Se desarrolla en medio de un Torneo de las Artes Marciales, pelean los descendientes de Goku y Vegeta. Pan es una anciana y el plano pasa a los alrededores, donde un Gokú con alas camina, vuela y se despide mientras la voz en off dice: “La historia de Dragon Ball ha llegado a su fin” y el cuerpo de Goku es absorbido por el mítico dragón.
Si no había hablado de la temporada de Freezer es porque se me hace la más épica, la que cumple a cabalidad el viaje del héroe, que se repite a lo largo del anime, pero en esta etapa queda más acentuado. En la Zaga de Freezer son tiempos tranquilos, pero la llegada de una amenaza externa rompe con la rutina. Goku es asesinado, a Gohan se lo lleva Piccolo para entrenarlo mientras la amenaza extraterrestre llega. Goku también se pone a entrenar, se prepara y tiene que pasar por diferentes retos para llegar al momento cumbre. La trama rompe con la entrada de estos personajes poderosos, los saiyajin, y sobre todo con uno que está fuera del rango hasta de los dioses terrenales como de la galaxia: Freezer. Estos capítulos son un ir y venir, muertes por los dos bandos, nadie sabe en realidad para quién trabaja, pero todo gira en torno a las esferas del dragón, unas más poderosas que las de la tierra, las del planeta Namek, el planeta natal de Piccolo. El momento cumbre viene cuando la derrota se ve cercana ante Freezer, pero éste mata a Krilin, quien no ha visto una y otra vez esa escena: un planeta a punto de explotar, Krilin vuelto polvo cósmico y Goku empieza a enfurecer porque no podrá revivirlo llegando a su punto umbral: la transformación en supersaiyajin.
El 1 de marzo murió el creador de Dragon Ball, Akira Toriyama. Letras que aparecían en los créditos, también creó Mr. Slump, donde aparecía Arale, una serie que se transmitía a la hora de la comida en la televisión abierta. Nunca me interesó buscar más información en torno Akira. Tampoco compré un manga de papel ni había puesto atención a uno, hasta que lo vi entre un bonche de revistas y papeles, del cual mi cuñado me dijo que tomara lo que quisiera. Por supuesto tomé un ejemplar de Dragon Ball, no recuerdo qué número era, sólo que fue en el momento en que Milk y Goku se conocieron de niños, el manga fue a terminar a manos de mis hijos que devoran libros y por ahí andará en su cuarto, entre sus juguetes. De vez en cuando, me pongo a ver cada uno de los opening y ending de Dragon Ball para viajar a lejanos tiempos y vuelvo a aquellos días en que el cielo era más azul, la casa de mi abuela seguía en pie, había árboles de mango y ciruelo alrededor de la casa donde crecí. Aunque no fuera lo más bonito ni fueran los mejores tiempos, uno vuelve a alguna parte. Aunque el pasado se esté desvaneciendo como lo dice la canción del ending de la saga de Majin Boo, con Gohan ya estudiando la prepa: “el tiempo pasa y los recuerdos se van alejando ya”. ⚅
[Foto: Carlos Ortiz]
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