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  • Enrique Montañez

Arbeit Macht Frei (El trabajo te hace libre)


Así como el bien y el mal representan una dicotomía sin intermisión en la historia de la humanidad, el placer y el deber implican otra dualidad no menos inherente y primordial. Para los fines que hoy nos citan, entendamos el deber como los modos o medios de obtener la manducatoria cotidiana.

De acuerdo con Hesíodo, el trabajo tiene una antema como origen. Zeus, “irritado en su corazón” porque Prometeo había entregado el fuego a los hombres, decidió castigarlos ocultándoles el secreto del sustento de la vida; es decir, la manera en que con la labor de un solo día se ganaría el pan y el vino de todo un año.

En la reja de la entrada principal del campo de concentración nazi de Auschwitz ondeaba la frase: “El trabajo hace libres”. De esta manera, los prisioneros que eran conducidos ahí (entre judíos, polacos, romaníes y soldados soviéticos capturados, además de alemanes opositores al régimen nacionalsocialista del Tercer Reich) consideraban que, en efecto, su destino era trocar la mano de obra personal por la libertad. Quimera que brindaba cierta esperanza a los confinados a ese complejo que se encontraba en la Generalgouvernement (parte de la Polonia ocupada).

Los trabajos forzados en Auschwitz consistían en la producción de armamento bélico y lo que las empresas vinculadas a la Schutzstaffel requirieran, además labores de granja. Sabidas son las condiciones infrahumanas en que se tenían a los prisioneros. Para el Estado nazi, a manera de la divinidad griega referida, que “gusta del rayo y amontona las nubes”, el trabajo manual arduo significaba el modo más eficaz de castigar a los enemigos del régimen, pero también de educar a los alemanes respecto de la conciencia racial.

El más antiguo de los poetas helénicos citado señaló que para honrar a Deméter, y mantener su ciclo vivificador de la vida y de la muerte, “debes estar desnudo cuando siembres, desnudo cuando labres y desnudo cuando coseches”. Los que habían sido destinados al campo de exterminio de Mauthasen eran obligados a trabajar no sólo sin alimento, sino también a la mayoría sin ropa; paradójicamente, su mano de obra les permitía sobrevivir, aunque después de que se decretó la Endlösung der Judenfrage, la cúpula de la Gestapo determinó parte de la aniquilación mediante el propio trabajo. Sabidas son, asimismo, las cifras estimadas de muertos.

El letrero que daba la bienvenida siniestra a Auschwitz, tomado de la novela homónima del escritor nacionalsocialista Lorenz Diefenbach, publicada en 1873, fue forjado a mazo y fuego por Jan Liwacz, también prisionero polaco del lugar. Al tiempo que herró la oración, invirtió la letra b, en señal de protesta, de lo cual nadie se percató hasta muchos años después; acto sumario de rebelión en tiempos funestos, cuando otro medio de rebeldía es imposible y la esperanza se ha quedado en el borde de la vasija de Pandora, mujer que fue creada por Hefesto, dios de la forja y de los herreros, por órdenes del rey cronión, para acrecentar los infortunios de los mortales, pues éste, continuando con el testimonio de Hesíodo, no había quedado conforme con el castigo del trabajo heredado a la humanidad por el hurto del fuego, acto insurrecto de Prometeo.

Liwacz sobrevivió al campo de exterminio y fue liberado en mayo de 1945, cuando el Ejército soviético entró a Oświęcim, oeste de Cracovia, con lo que se dio fin al Holocausto en Auschwitz, donde el trabajo otorgó, ciertamente, a unos pocos la libertad, pero a millones la muerte por nullum crimen, nulla poena sine praevia lege. No obstante la gesta rusa, las miserias horribles y los males innumerables ya se habían escapado del ánfora pandórica y se habían esparcido entre los hombres, “trayéndoles en silencio todos los dolores”.⚅

[Foto: Carlos Ortiz]

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