La música, considerada como una de las ciencias impuras, tiene la labor feérica de extraerle los secretos más sosegados al cosmos para su comprensión. El resultado de tal disección será la revelación de sus “leyes numerales inmutables y armónicas”. El arte sonoro forma parte de la base del conocimiento absoluto, a decir del mercedario fray Diego Rodríguez, científico mexicano del siglo XVI, como lo afinca en su Tractatus Proemialium Mathematices.
Para el sabio y matemático novohispano, la música tiene ligación indisoluble con la arquitectura, la astronomía y, desde luego, con la aritmética, en cuanto a que es la ciencia integrante de la arcana arcanissima respectiva “de los números sonoros y de sus relaciones con la armonía”, en pos de la belleza velada de las cosas.
“La música posee racionalmente series numerales concretas para los sonidos y las voces, y no es, como algunos han dicho, semejante al agua corriente insípida, es decir, sin humor ni gusto. La música es la ciencia de las musas cuyo canto es la armonía perfecta”, clarifica el fraile Rodríguez, en cita de Trabulse en El círculo roto, quien también vincula este credo geométrico-astronómico-musical con el saber hermético de algunas mentes iniciáticas más antiguas, como Ptolomeo, Boecio, Euclides y, particularmente, Kepler.
Para el alemán Johannes Kepler, la polifonía del siglo XVII, por obra y gracia de su complejidad y aportes estéticos, había traslucido la manifestación de los arquetipos del Creador; por ende, la experiencia musical precedió a los preceptos científicos en torno a las esferas celestes. Para el luterano sustituto de Tycho Brahe como matemático imperial, Dios, aparte de geómetra (diseñador de polígonos, sólidos y figuras), artífice de las variaciones del mundo sublunar (astrólogo) y de los orbes celestes (astrónomo), es el sumo instaurador de las proporciones armónicas (músico) de todo esto.
Concretamente, en Harmonices Mundi, Kepler estatuye que el movimiento de los planetas está regido por las armonías musicales; comportamiento musical concertado, transmite Trabulse, en el cual los planetas, como en la polifonía, suceden a una partitura singular: “El movimiento de las esferas celestes es, pues, un ‘concierto perenne’ cuyos sonidos solamente son audibles por la razón geométrica”.
Fray Diego Rodríguez nos legó, por tanto, un credo astronómico más tendente a la poesía que a la ciencia, pues en consonancia con él, la totalidad de la naturaleza, macrocosmos y microcosmos, es una obra de arte propia de exégesis matemática, con inherente armonía sonora de sus esferas musicales.
De acuerdo con el Quadrivium del Medievo y del Renacimiento, la ratio sonora nos concatena con la verdad, y a diferencia del dominio nomológico de la aritmética, la astronomía y la geometría, ésta esgrime un componente estético que nos faculta de percepción sensible, según Aristoxeno, sin la cual no es posible explicar de manera idónea fenómenos físicoastronómicos con derivaciones de goce artístico del Orbis Terranum. ⚅
[Foto: Carlos Ortiz]
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