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Lydiette Carrión

Archivo de reportera


Por pandemia, exceso de trabajo y otros asuntos, decidimos reducir gastos. La ciudad de México es cada vez más impagable y el futuro económico no se ve halagador. Nos mudamos al departamento de al lado, el único problema es que más pequeño, casi la mitad del que dejamos.

Con reducir gastos viene tirar cosas. Ropa, recuerdos, archivos que he ido cargando en ocasiones por una década, o dos. Mi archivo de reportera está en una caja archivera en desorden: expedientes judiciales, muchos; muchas fotocopias. Homicidios, feminicidios, demandas por despojo, guerrilleros perseguidos, o luchadores sociales acusados de guerrilleros. Libretas de apuntes; notas tomadas en talleres y seminarios. Ideas que no pasaron de un proyecto, o fragmentos de emociones.

Guardo las libretas de apuntes porque siempre que escribo, en mi paranoia pienso que podrían demandarme. Tomo muchas fotos y guardo apuntes. Porque muchas veces, a menos de que sea una entrevista pactada, no grabo; solo miro y escribo, miro y escribo. Tomo fotografías mal tomadas y garabateo hojitas y donde puedo.

Marx hablaba del fetichismo de la mercancía, este proceso por el cual atribuimos propiedades a las cosas, y no vemos las relaciones de producción ni el valor real de las cosas.

Me encuentro mi libreta del caso Mamá Rosa, aquella mujer de avanzada edad que, bajo la consigna de adoptar y convertirse en madre de todos los niños desamparados que encontrara, montó un pequeño infierno de adopciones ilegales, trata, mendicidad. En 2014 fui al operativo en el que cancelaron su albergue: Esos edificios pestilentes, donde vivían en hacinamiento cientos de mujeres y hombres, desde recién nacidos hasta hombres de cincuentaytantos años.

Leo mis apuntes al margen. Esas cosas que escribo que no son datos duros, sino una suerte de expresión desaforada frente al azoro de ver vidas violentadas no un día, o un mes, sino décadas. Grito desde los márgenes de mi libreta esa característica espeluznante del albergue: colchones jamás usados que se pudren en una bodega mientras los niños duermen entre inmundicia.

¿Por qué acumular así? Me pregunto, mientras veo medio cadáver de vaca ya podrido en un congelador. ¿Por qué nunca lo comieron? ¿Por qué nunca usaron los colchones, o las cobijas, o los zapatos donados, que sólo se pudrieron en bodegas? ¿Qué es lo que pasa por una cabeza para llegar a este extremo?

En el texto que escribí sobre Mamá Rosa recabé la voz de una psicóloga que participó en el operativo: Mamá Rosa era una acumuladora, una coleccionista. Acumulaba cosas, y acumulaba niños.

Siento la urgencia de conservar esa libreta. La muestra de que fui, de que ese horror que atestigüé no lo inventé. Pero las notas están escritas y publicadas, el pequeño libro con mi aportación, también.

Y veo mis libretas de apuntes, acumuladas.

Veo las fotografías de niñas y adolescentes de quienes escribí: niñas muertas, asesinadas. Fotografías que sus seres queridos me confiaron en los momentos más dolorosos de sus vidas. A lo largo de los años decenas de personas me han confiado su historia, sus miedos y lutos durante los momentos más dolorosos de su vida; tragedias que probablemente cargan todavía. ¿Cómo deshacerme de eso? ¿Sería como pensar que no pasó? ¿Sería creer que la joven de los Altos de Jalisco no puso de su propio dinero para imprimir para mí las últimas fotos que muestran a su amiguita de 16 años viva?

Un archivo de casi 20 años de periodismo: documentos judiciales, libretas, muchas libretas, y mi manía de dejarlas a la mitad, con hojas buenas en blanco. Muchas veces no quiero tirarlas porque pienso que usaré esas hojas, que está mal desperdiciar. Pero algunos apuntes me matan, me rompen el alma y no quiero verlos de nuevo. ¿Nunca termino mis libretas porque nunca termino las cosas o porque después de escribir ciertas historias necesito un lienzo nuevo?

Los documentos judiciales. Historias que escribí que narré. Quise volver a muchas de ellas. Tenía la firme convicción. Las veo ahora y me doy cuenta de que, como Bastien y la Historia Interminable, no puedo concluir yo sola todas las historias que inicié. Puedo elegir dos, o tres. Pero no todas. Muchas se descomponen en mi memoria. Muchas se terminaron. Se vuelven recuerdos. Han pasado tantas cosas a tanta gente y al final quedan recuerdos borrosos, y la vida, con esa vasta crueldad de la que es capaz, sigue.

Tuve que tirar cosas. Fue doloroso. Me sentí mal, como si hubiera traicionado la ternura de la gente que ha hablado conmigo. Y al mismo tiempo entendí que en el periodismo trato de detener ese paso inmisericorde del tiempo y el olvido. La memoria, el olvido. Verdad o mentira…

El archivo de reportera se hizo muy pequeño. De dos cajas me quedé con una. Pero entendí algo… las fotografías de aquellas niñas, de aquellas historias no las tiré. Ahora están en mi archivo personal. Donde guardo lo que me hace a mí; mis fotos de infancia, las cartas de mis amigos, los momentos que me formaron. Los recuerdos que se descomponen y forman hummus y alimentan nuevas semillas.⚅

{Foto: Gonzalo Pérez]


Este texto también fue publicado en Pie de Página.

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