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Geovani de la Rosa

Aute, enamoramiento y lucha social


Las canciones de Luis Eduardo Aute me acompañaron durante ese deambular de mareas que es convertirse en un adulto. En la universidad, mientras un compañero cantaba Las cuatro y diez por nostalgia de uno de sus amores de bachillerato o Sin tu latido, quizá la canción más mediática del cantautor español, yo me curaba torpes enamoramientos digiriendo versos excedidos de amor y de erotismo, letras que fueron venenos efectivos para curar el mar de amor. No sólo por amor escucho a Aute.

Una noche, perdido en mi soledad ante las olas de una playa de Acapulco, puse atención a una de las canciones que más me cimbran mental y corporalmente cada vez que la escucho, Mojándolo todo, la cual está llena de huracanes ahogados por su propia humedad y mares de fondo que arrastran hacia la muerte. Es una de las tantas composiciones con los que uno se da cuenta que Aute no sólo era un cantante, sino un poeta a la altura de los poetas de su generación, con la genialidad para emocionar con su retórica y saberse vivo con su lírica: un poeta actual de su tiempo, sin excesos de retórica clásica, sustentado en experimentos lingüísticos, visuales y emocionales para cimbrar a quienes lo escuchan. Frente a la noche de Acapulco pudriéndose, repetí incontables veces la canción sólo para volver a escuchar:


Mis alas de cera

batiendo, combatiendo tu fuego

de oleadas de ardientes espumas y plumas

e Ícaro volando tan alto, tan alto

que, a punto de entrar en el Jardín del Edén,

fundido su vuelo por tu derramado sol

cae,

como el ángel exterminado,

al mar de los naufragios.


Hubo días de tristeza o de pesadez laboral en los que me escapaba de la oficina para caminar bajo el sol de 35 grados de Acapulco sólo para escuchar Imán de mujer —otra cursi canción de amor, dirán los poetas muy posmodernos, simples en ingenuidad y livianos de tradición e identidad de hoy en día—. Sí, es una canción de amor, pero donde la voz lírica no soporta la vida, las responsabilidades de existir, el tener que vaciar en cada vuelta de esquina los sueños, obligado a vivir de la rutina.

Cuántas veces contra el mundo que aborrezco no canté en voz alta: hoy tengo un día de ésos / en que mandaría a todo hacer puñetas / o incluso firmaría con placer / el acta de mi rendición… y como colofón, Aute, experto en intertextualidad, parafrasea y saca del olvido a uno de los suyos que retrató el desgarramiento social de Argentina durante la primera mitad del siglo XX: Que el mundo fue y será una porquería, ya lo dijo Enrique Santos. No está de más traer a colación Prefiero amar —¿otra canción de amor? Aute vivía en enamoramiento constante—: Y qué le voy a hacer / si me falla alguna pieza / por creer que la belleza / no se rinde ante el poder / y así sucede, como himno contra todos aquellos que en su juventud —y en la mía— pregonaron la lucha social y no tardaron en pasmarse con las mieles del poder. Un himno para sentirse un raro entre tanta ambición colectiva, porque me dice el corazón / que no soy de este planeta, / que caí de algún cometa / fuera de circulación. / O acaso sea un clon / de algo así como un salvaje / que articula algún lenguaje / de una extraña dimensión.

Aún recuerdo aquel intento de seducción a una muchacha ultracatólica que no entendió ni la primera línea de Cuéntame una tontería: di que el cielo tiene granos. Tan ofuscada huyó que no tuve de otra que ensayar los acordes en la guitarra durante varios días para darme cuenta que alguien que no entiende un solo verso de Aute no vale la pena.

Una de las tantas curiosidades que me pasaron con sus canciones fue descubrir que una amiga se acostaba con un hombre casado al leer, en uno de los ya extintos estados de Messenger, un fragmento de L’amour avec toi. Autoalabé mis dotes de detective de novela negra cuando una mañana mi amiga me preguntó qué excusa podría inventar después de haber estado muy temprano en determinada zona. Se la dije y me dio igual: al compositor de Pongamos que hablo de Joaquín le gustaban las mujeres comprometidas, sin ofender su legado y a los presentes y a sus herederos, y en varias de sus creaciones dejó sus rastros de ser un Don Juan.

Precisamente esa canción es prueba de la enemistad que tenía con Sabina y sólo por andar engatusando a la esposa de uno de los amigos del compositor andaluz de fin de siglo. Y en Slowly se descara sin perder el tino poético: Por más que nos pille el estúpido de tu marido, / quiero bailar un "slow" with you tonight. Cuando aquella chica, que en su vida había tenido sólo un novio, el de la primaria, se fue para no volver a hablarme jamás porque cometió conmigo su primera infidelidad, seguramente la única que cometerá en su vida, tomé el celular y canté sin descanso Una de dos. Una mujer más que no merecía escuchar las canciones de Aute.

Para mí no hay canción con mayor simbolismo personal que Hoy que te amo. No porque hable de amor. Las canciones de Aute también alimentan mi rabia social, mi enojo con el sistema, mi guerra contra los privilegiados ad nauseam. Esta canción me recuerda a mis días por Madrid, a sus parques, a mis vaganzas a solas por una ciudad extraña, aburrida, fría y calurosa, clavada ya en mi memoria. En ella el cantautor español lanza un enunciado contra el autoritarismo: Hoy que te amo / dejará de ser la libertad / una palabra escrita en la pared. Vuelvo a Madrid, a sus calles, a su metro, a su Rastro, a sus museos con la siguiente estrofa:


Estaba yo, ¿te acuerdas?, cantándote estas cosas junto a la puerta del Museo del Prado.

Un hombre se acercaba, muy amable nos dijo:

"está prohibido que estén aquí sentados".

Y no hay canción más dolorosa que Cinco minutos. Una carta de amor que un diablo borracho le escribió a la actriz Katy Jurado, quien guardaba luto por haber perdido a su hijo. Una carta escrita bajo la luna de Tepoztlán para que la diosa no se fuera a lamentar su perra suerte y se quedara a acompañar la juerga. Una carta que mi esposa repite mientras atravesamos en coche la zona más cercana en donde Luis Eduardo Aute regó un poquito de su Polvo enamorado.⚅

[Foto: Carlos Ortiz]

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