El deseo se le presentó como una llamada urgente y sobrenatural, a media plaza, en plena Navidad, con el ruido de muchas voces que deseaban algo, igual que él.
“voy por tu cuerpo como por el mundo / tu vientre es una plaza soleada”,
Miró alrededor ¿Por dónde ir? ¿Qué camino seguir para encontrarla? Recorría cada mañana aquellas calles que se debatían entre el bullicio del comercio que, con la avidez del hambriento, devoraban las plazas y la solemnidad con la que caminaban los estudiantes de la Escuela Nacional Preparatoria y el Colegio de Jurisprudencia. Le pareció que podía verla sentada, junto a su hermana, bajo el tamarindo de otra plaza, ubicada a muchos kilómetros lejos de él, cobijada por la sombra del enorme árbol esperando que su madre terminara las compras en el mercado. Elena, con el vestido limpio y las trenzas apretadas, mirando el cielo, siempre imaginando el porvenir.
“vestida del color de mis deseos / como mi pensamiento vas desnuda”,
Quería leer algo de ella, sumergirse en sus palabras y mecerse al compás de su respiración, apretarse contra sus muslos y recitarle aquel insípido y deslucido verso que había gastado con tantas otras. Quería encontrarla en el pajar y llevarla en la maleta, acomodarla en el asiento y apretarle el cinturón con seguridad, para que no pudiera escapar. Pensó que, de encontrarla, sería necesario anteponerle una H a su nombre para darle la virtud del mutismo, para mitigarle las ganas de opinar en voz alta y con el tiempo quitarle también las ganas de escribir.
voy por tu cuerpo como por un bosque, / como por un sendero en la montaña /
que en un abismo brusco se termina.
[Foto: Carlos Ortiz]
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