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Cuarto con vista

Brenda Ríos

Mi cuerpo es un templo. He arrojado de él a los mercaderes.

Fila en la vinatería: alto, delgado, tatuajes en brazos y piernas, en el celular el acento marcado del que recién llega: "Asere, te digo, que ella se fue, que le grito, le digo cosas, y pues... yo digo que debe ser veá, pero mira, ya tú me conoces, sabes cómo soy, yo soy así asere, hermano..." compró ron flor de caña, blanco, sacó el efectivo, nervioso, y se fue.

¿Que por qué no tuve hijos? Uhhmmm, me gusta ir al cine.

¿Qué si pienso en mis amigos? Sí, claro, todo el tiempo. Mientras contesto esto pienso en ellos. En lo que hicieron y no debieron hacer, en lo que debían haber hecho, en lo que quisieron hacer y ni se acercaron a ello. A los que se creían genios en serio, por favor. El amor debe ser algo duro, como costra de grasa en la sartén, mejor aún: en la freidora. Por eso, como los amo, los juzgo, a pesar, bueno, ya sabes, eso de que el amor es incondicional y blablá pero no, yo sí les digo una verdad incómoda. Es mejor que sepan de una vez que de genios nada. Son unos pobres diablos que les fue mejor que a sus padres, en el mejor de los casos. ¿Genios en este país? Joder. Genios porque leyeron dos autores que también leen en este momento dos adolescentes en Ginebra o un lugar de esos donde los blanquitos educados pueden tener futuro. ¿Sabes qué creo? Se creyeron la escuela. Se compraron el conocimiento como pildorita para el escape. Claro, sin duda, sin ella estarían en peores condiciones debo decir. Mira, yo no presumo, yo vengo de una familia donde uno come lo que hay. Así que si 20 años después me sales con que eres vegetariano y proteges los derechos de los animales mejor ni te acerques. Mi padre, como muchos, fue rígido porque era lo que se esperaba. Mi abuelo también: las niñas no hacen, las niñas no juegan. Pobre, no sé qué pensaría de mí ahora. Como que muy niña no soy. Y mi madre, que trabajó durante mi niñez, ahora quiere compensar el tiempo perdido y se la pasa encima de mí, como si tuviera cuatro años y le diera miedo que me cayera de las escaleras. Por eso lo que uno debe hacer, por protección misma, es largarse en cuanto se pueda. No es falta de amor, al contrario. Es por amor que uno debe irse. Si uno se queda y resiste se convierte en algo plástico, ruin, feroz. Regresando a mis amigos genios, sí, bueno, deberían dar clases en la universidad, son inspiradores. Argumentan, atacan, la palabra es para ellos una plataforma de donde se echan clavados sin miedo alguno. Yo no, para nada. Yo defiendo la pereza del no pensar. Los veo y me abrumo. Es como si no durmieran creyendo tanto en sí mismos. Su autoestima es tan grande que la puedo ver desde mi lugar, y no estoy en la primera fila de su show. Tienen una luz por dentro, como un generador de emergencia, no pueden dormir a oscuras. Su luz ilumina cuando hablan la sala o la cocina, no es fácil al inicio pero luego te acostumbras. Van con esa luz suave, cálida, a todas partes. Más cuando hablan. Cuando piensan tan sólo es tenue, apenas luz, suficiente. Saben todo lo que hay que saber. Yo digo claro, es verdad, cómo no supe antes. Insisten en saber mi opinión, pero es sólo para querer llevarme a la orilla de su lado. La ventaja es que no tengo opinión, y me aman por ello. Mira, sobre política ni idea. Sé cómo cocinar un huevo frito y hasta ahí. Ahora que lo pienso no sé por qué me frecuentan. Los genios deberían reunirse con iguales. ¿Yo? Yo ni siquiera tuve tiempo en la vida para imaginar vivir fuera de aquí. Había que pagar cuentas, hacerse cargo. Ellos pues no, iban, venían, no tenían casa y las cuentas las pagaban sus padres porque claro, eran genios. Partamos de ahí.

Al final del día hacen falta. Yo los amo porque no son como yo. Y uno ama la diferencia. Soy tan simple como un pan sin sal. Mira, lo que al final creo que sucede es que ellos me aman porque soy buen público. Y los genios requieren público. ¿Ves? He ahí el truco.

¿Qué esperaba? Nada. En serio, nada, sólo quería ver si te ponías nervioso si te hacía hablar de tu familia pero veo que no.

Bueno, no pasa nada. Sigamos como antes. Comamos hamburguesas hoy, paso por ti, ¿como a las 3? Vamos a ese lugar que te digo, al que le ponen aros de cebolla adentro y tres tipos de queso. Te lo juro, no podrás morderlas, y tus labios quedan lubricados con aceite de origen desconocido y un dejo de tocino aún si artificial es tocino men, vamos, que eso con una cerveza oscura hace que se olvide todo, de verdad, todo. Eres tú, la comida, y masticas y masticas por unos 40 minutos aproximadamente, lo sé porque tomo el tiempo men. Valdrá la pena. No pensarás en tu jefe, en tu salario mínimo, en tus hijos, en nada.

Mi cuerpo es un templo, pero no dejo que enciendan veladoras, podrían provocar un incendio. Al fondo hay una caja de vidrio, una caja mortuoria, un hombre de cabello largo, como rockero, vestido de terciopelo, herido de muerte y sangrante te mira con ojos bien abiertos. Pobre, ni en la muerte le cerraron los ojos, ni lo cubrieron. Yo lo vi por primera vez a los 6 o 7 años en la Catedral del Zócalo. Ahí se me terminó lo que tenía de religión. Mi madre insistía: Anda, bésalo y yo conocí el terror. El amor nunca debe ser instigado, se convierte en otra cosa, aversión, por ejemplo. Las madres existen porque son metáforas de un gobierno controlador. Pero que te aman claro, sólo que confunden amar con atosigamiento. Si muchos pensaran más seguido en sus madres, créeme, no tendrían hijos.

¿Ves? Esas hamburguesas hacen que se olvide todo. No pongas esa cara hombre, todo saldrá bien. ¿Qué no sabes eso de que la vida corta y así? Anímate, ya llegará tu momento, tu ascenso, tu departamento soñado. Para que le compres a tu mamá esa lavadora que quiere, o cambiar su cocina. Tu esposa y tu madre, amigo, dos caras del mismo amor. Pero estarás bien, sé lo que te digo. Nada, ni la desgracia es para siempre.

[Foto: Gonzalo Pérez]

 
 
 

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