Cómo no ponerse mamado sin esfuerzo
- Alfonso Morcillo
- hace 45 minutos
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Tuve que ir a un gimnasio por necesidad. No la necesidad por la que el 99 por ciento va a uno. Tuve que ir porque ocupaba bañarme. El lugar donde vivía comenzaba a quedarse sin agua. Yo padecí la falta del líquido para darme la ducha mañanera. ¿Solución? Ir al gym que estaba a dos calles y garantizaba baño caliente. Así inicié mi visita a los gimnasios. No lo hice para ponerme mamado. Recuerdo a mis amistades de infancia, cuando ni pululaban gimnasios como hoy, ir a un gimnasio pedorro en Cloacalco, con aparatos más viejos que el Chevrolet de mi padre en 1984, o incluso más vetustos que los de la película Flashdance, si es que en esa peli sale un aparato de peso y no sólo ejercicios de cardio. Me pierdo, lo mío es perderme, en las letras. ¿Alguien acaso, rememorando su niñez, no se ha perdido entre recuerdos y telarañas? Pues yo me pierdo seguido. Últimamente no sólo me pierdo: me tiemblan las manos. Carajo, Alfonso, además de olvidar las cosas, ¿tendrás esa enfermedad cuyas manos tiemblan sin parar? ¿Cómo se llama ese padecimiento, ahora enfermedad de moda, por la cual olvidas todo? ¿Lo que hiciste, dijiste ayer? ¿Olvidaste a tu familiar? ¿Te tiemblan las manos, Alfonso? Algunos te dicen Morcillo, tu apellido pedorro, el que te dio tu padre; ese, ojalá lo olvides, no te ha traído nada bueno. Es más, nadie lo recordará. Cosa que tu padre te reclamó en algún momento al decirte: “Coño, Alfonso, ¿cómo que no vas a tener hijos? ¿Vas a dejar que el apellido se pierda?”. Pues eso les juro que dijo, me dijo mi padre, pensando preservar su puñetero y mierda apellido. El mío, que por lo demás me vale un chorizo o una morcilla. Ah, me perdí narrando estupideces relativas a apellidos. Regreso. Nunca fui a un gimnasio. En mi concepción idiota, la mente era más importante que el cuerpo. Jugué beisbol; las posibilidades de mi padre no le daban para el americano, el futbol le cagaba. Y un día se fue. Ya no tuve liga de beisbol, mucho menos americano, y en lo único en que fui bueno fue en correr: mi cuerpo espigado y flaco para eso me daba. Así que corrí. En la secundaria hasta un premio gané, que obvio no conservo. Por cierto, en la clase de taller de electricidad, un profe (cuya hija, por azares del destino, conocí 25 años después en un trabajo) me dijo: “Toma los cables, aprieta”. El toquesote que me puse no me lo he vuelto a poner. Sapatamadre. “Hoy conociste la electricidad”. Thomas Alva Edison se habría quedado pendejo. O Hoffman, al probar su invento. De nuevo me perdí. Lo mío es perder. Y perderme. Ah, decía: fui al gimnasio a bañarme, buscando agua caliente. Hoy voy… ¿A qué voy? ⚅
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[Foto: David Espino]