Ahorita vengo
- P. Víctor Hernández
- hace 2 horas
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—Ahorita vengo, voy a hacerme pendejo un rato —decía el maestro cuando se iba al último piso y, a través del ventanal movido y enruidado por el viento, contemplaba sin prisa la palmera y el cerro de Los Remedios.
Ahí leía hasta el cansancio —que nunca llegaba—; escribía de tal manera que se le afianzaba una arruga en la frente y lo hacía ver más feo que una nuez pisada. Bajaba cuando ya nadie se acordaba de él y, al pasar por la cocina, le decía a la cocinera Chinita: “Ya llegué de hacerme pendejo”.
Así nos describía al maestro la cocinera, que tenía sapiencia de mujer de vida y escasos libros. Pero al contemplar al maestro, sospechaba que los libros tenían algo de eternidad.
Ver el rostro del que decía que se “hacía pendejo” era estimulante para su vivir… No era el mismo el que subía que el que bajaba: era esa perturbadora metamorfosis que hace a las personas originales. Leer es resucitar todos los días. ⚅
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[Foto: David Espino]
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