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Cúpula de hielo, un libro de poemas contra el exterminio

  • Jacinto Arriaga
  • 5 may
  • 4 Min. de lectura
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Hay libros que se abren como heridas y otros que se clavan como clavos fríos. Cúpula de hielo, de Ángel Carlos Sánchez, es ambos: una herida abierta que late con la furia del presente y un clavo que fija en el muro la conciencia de una época desbordada por el cinismo. Publicado en 2024 por Editorial La Boruca, este libro-artefacto digital no busca consuelo ni ornamento: busca romper la cúpula que nos aísla, esa bóveda transparente que permite ver el horror sin tocarlo, sin oler la sangre, sin dejar de desayunar frente a la pantalla.

Ángel Carlos Sánchez ha compuesto un libro dividido en cuatro secciones (Domo de fuego, Cúpula de hielo, Operación Amnesia y Bóveda craneana), cada una con su propio pulso, pero todas enlazadas por un mismo eje: la denuncia del genocidio contra Palestina y la complicidad global que lo sostiene. No es un texto de ocasión, sino un canto largo y sostenido, una secuencia de décimas encabritadas que hacen del arte clásico una trinchera contra la barbarie contemporánea, en el cual se recogen los sucesos de Gaza y se lanzan hacia el futuro con voz firme, clara y amarga.

La métrica tradicional —la décima espinela— sirve como mecanismo de precisión y contención. No hay desfallecimientos formales. Cada poema es un disparo de razón y de rabia. Pero también, cada uno, una pequeña cápsula de verdad en medio del ruido mediático. Ángel Carlos no escribe sólo para conmover: escribe para combatir. No teme llamar por su nombre al sionismo, al imperialismo estadounidense, a la OTAN, a la industria bélica, a los medios de comunicación que callan o mienten. La suya no es una voz tibia ni una opinión moderada. Es una voz clara, que al leerla recuerda por qué la poesía también fue en otros tiempos un acto de justicia.

Y, sin embargo, no es sólo furia. En Cúpula de hielo hay también ciencia ficción, filosofía y cosmología. La sección homónima, “Cúpula de hielo”, imagina una humanidad futura, postapocalíptica, viajando por el universo bajo domos artificiales, en busca de un planeta donde rehacer lo que destruyó en la Tierra. Ahí el poeta se convierte en visionario. La cúpula ya no es la metáfora del encierro, sino del exilio forzoso, del naufragio civilizatorio. Como en Solaris, de Lem, o en las últimas novelas de Ursula K. Le Guin, el espacio es posibilidad y advertencia: no hay futuro sin memoria, ni memoria sin justicia.

El tránsito entre Gaza y la galaxia, entre la Franja y la nube de Oort, no es gratuito. Lo que Ángel Carlos construye es un doble espejo: mientras algunos sueñan con colonizar Marte, otros no pueden enterrar a sus muertos. El contraste duele. El futuro no será un jardín interplanetario si seguimos sembrando muerte en la madre tierra. Este libro recuerda que la poesía también puede ser ese hilo de humanidad que no se rompe entre los escombros.

Cúpula de hielo no se queda en la denuncia geopolítica: expone la anatomía del crimen. Las secciones “Operación Amnesia” y “Bóveda craneana” son análisis poéticos del cinismo occidental, de los mecanismos mentales que justifican el exterminio. El autor desplaza su mirada hacia el interior del “enemigo”, de los jefes de Estado, de los apologistas del imperialismo, de los cristianos que bendicen la metralla. Y lo hace con ironía, con agudeza, con un tono que recuerda al Roque Dalton de Taberna y otros lugares: ese que mira a los poderosos a los ojos y les dice que no tienen alma, sólo “una turbiedad interna / que justifica el bloqueo”. En ese sentido, este libro es político, sí, pero también psicoanalítico. Indaga en la estructura del odio, en la racionalización del genocidio, en la banalidad del mal. No denuncia desde afuera, sino que intenta comprender por qué las cabezas modernas —esas “bóvedas craneanas”— prefieren obedecer a resistir, acumular a compartir, destruir a convivir.

Hay que decirlo: este no es un libro cómodo. No busca gustar, no pretende edulcorar el horror. Tampoco cae en el miserabilismo ni en el chantaje emocional. Es un texto de lucidez y de memoria. Su poder radica en su claridad, en su capacidad para organizar la rabia y el dolor en estructuras poéticas eficaces. Las imágenes son filosas, los juegos retóricos bien colocados. El humor, cuando aparece, es negro, corrosivo, justo. No hay sentimentalismo, sí una profunda compasión por los pueblos masacrados. En este libro no hay estética sin ética. La elección de ilustrar la edición con pinturas y dibujos del propio autor refuerza esa visión: no es sólo palabra, es trazo, es mancha, es cuerpo. El arte aquí no es ornamento, sino testimonio. Como dijo alguna vez Roberto Fernández Retamar: “la poesía no es un lujo de la sensibilidad, sino una herramienta de la conciencia”. Este libro es prueba de ello.

Este libro de poemas es también una anomalía en el panorama editorial actual: un libro abiertamente militante, abiertamente crítico del poder, abiertamente comprometido con una causa internacionalista. En tiempos donde la poesía mexicana —y quizá global— se retrae en el yo, se enamora del estilo vacío o se pierde en el metafísico selfie, Ángel Carlos levanta una voz coral, planetaria, informada, que no teme la incomodidad ni el enfrentamiento. Su libro es una cúpula que no encierra, sino que estalla. Una escritura urgente para quienes aún creen que la palabra puede cambiar algo, aunque sea la conciencia de quien la pronuncia.

Cúpula de hielo es una obra necesaria. Una poética del no silencio. Un libro que entiende la poesía no como consuelo, sino como herramienta. Que sabe que en cada palabra puede caber el mundo y también su ruina. Ángel Carlos Sánchez ha construido un texto de resistencia, de memoria, de fuego helado. Leerlo es salir del encierro, romper el domo y mirar, sin filtros, lo que ocurre allá afuera. Porque mientras leemos, Gaza sigue sangrando. Y la poesía, si no sirve para nombrar eso, ¿para qué? ⚅

[Foto: Carlos Ortiz]

 
 
 

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